Según datos de la Organización Mundial de la Salud, al viernes 22 de mayo se contabilizaban 86 muertes causadas por el virus de la influenza alrededor del mundo. 75 de estos fallecimientos han sido en México, a pesar del millón de vacunas adquiridas por el gobierno.
Quizá tenga que ver con el hecho de que somos mas de 100 millones, por lo que sólo hubo vacunas para el 1% de la población.
Quizá tenga que ver con que menos del 25% de la población cuenta con seguro médico (14 millones en el IMSS, poco más de 10 millones en el ISSSTE).
La reciente crisis sanitaria pone en evidencia un número de factores que vale la pena recalcar en el terreno de la salud pública y del avance científico-tecnológico.
El presupuesto para este sector se ha visto reducido constantemente a partir del sexenio de Fox, y las carencias en la materia fueron palpables: todo mundo se preguntaba por qué la gente sólo moría en México cuando la enfermedad no era tan mortal como se sospechaba en un principio.
Y la otra cara de la moneda: el férreo control de las compañías farmacéuticas sobre la producción y distribución de las medicinas son elementos que se suman a una crisis del sistema de salud pública del estado mexicano.
No hay nada que impida al gobierno mexicano expropiar una patente para hacer uso de ella en casos de emergencias sanitarias o de seguridad nacional (Ley de la Propiedad Industrial, Art. 77).
Por supuesto es difícil enfrentarse a los intereses de compañías transnacionales que detentan el monopolio de las drogas legales, cuando, por ejemplo, destinan miles de millones de dólares a las campañas presidenciales, teniendo a la administración estadounidense como un empleado más.
Pero no es imposible: en Brasil, por ejemplo, fue expropiada por el gobierno de Lula la patente de la vacuna contra el SIDA, de precios obviamente elevadísimos, para ser producida actualmente en un laboratorio hindú a precios obviamente menores.
Y a final de cuentas, sabemos que se trata de un problema de desigualdades sociales: no todos contamos con el acceso a los servicios de salud de la misma manera: habrá quienes podamos pagar un médico particular mientras que hay aquellos que, por más Coca Cola que se venda en sus pueblos nunca han visto a un doctor.
Quizá tenga que ver con el hecho de que somos mas de 100 millones, por lo que sólo hubo vacunas para el 1% de la población.
Quizá tenga que ver con que menos del 25% de la población cuenta con seguro médico (14 millones en el IMSS, poco más de 10 millones en el ISSSTE).
La reciente crisis sanitaria pone en evidencia un número de factores que vale la pena recalcar en el terreno de la salud pública y del avance científico-tecnológico.
El presupuesto para este sector se ha visto reducido constantemente a partir del sexenio de Fox, y las carencias en la materia fueron palpables: todo mundo se preguntaba por qué la gente sólo moría en México cuando la enfermedad no era tan mortal como se sospechaba en un principio.
Y la otra cara de la moneda: el férreo control de las compañías farmacéuticas sobre la producción y distribución de las medicinas son elementos que se suman a una crisis del sistema de salud pública del estado mexicano.
No hay nada que impida al gobierno mexicano expropiar una patente para hacer uso de ella en casos de emergencias sanitarias o de seguridad nacional (Ley de la Propiedad Industrial, Art. 77).
Por supuesto es difícil enfrentarse a los intereses de compañías transnacionales que detentan el monopolio de las drogas legales, cuando, por ejemplo, destinan miles de millones de dólares a las campañas presidenciales, teniendo a la administración estadounidense como un empleado más.
Pero no es imposible: en Brasil, por ejemplo, fue expropiada por el gobierno de Lula la patente de la vacuna contra el SIDA, de precios obviamente elevadísimos, para ser producida actualmente en un laboratorio hindú a precios obviamente menores.
Y a final de cuentas, sabemos que se trata de un problema de desigualdades sociales: no todos contamos con el acceso a los servicios de salud de la misma manera: habrá quienes podamos pagar un médico particular mientras que hay aquellos que, por más Coca Cola que se venda en sus pueblos nunca han visto a un doctor.
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