Sólo es hermoso el pájaro cuando muere
destruido por la poesía
La historia, la ciencia y la literatura, nos han demostrado que el tiempo no es lineal. Las vagas ilusiones de progreso y colectividad que alguna vez dieron esperaza al ser humano, han sido destruidas. El único absoluto es el del vacío de la muerte, esa cadena que nadie sabe.
La obra de Loeopoldo María Panero es un vivo reflejo de estas condiciones. Su poesía pisotea el lenguaje y nos demuestra cuan infructuosos son nuestros esfuerzos por comunicarnos, el ritmo atropellado de sus versos nos ahoga; el plagio consciente, sus referencias collage, imitan los pasos espirados de nuestra condición humana.
Como muchos escritores que han dado su vida por la poesía, nuestro autor, pasó casi toda su vida recorriendo cárceles y manicomios. Militó en movimientos antifranquistas de corte anárquico, lo que le valió sus primeros encierros. Es traductor de autores como Lewis Carrol y James Matthew Barrie.
Los poemas de Leopoldo son un solipsismo. El antialeph que nos permite ver el vacío de frente es su propio cuerpo, su propia historia. Sus traumas y aficiones pasan por caminos tan estrenduosos como la necrofilia y la coprofagia, hasta resbaladillas coloridas como las versiones producidas por Disney de Peter Pan y Blanca Nieves.
Otro punto de partida para la poética de Panero, es el terror de los recuerdos, sobre todo los referentes a la infancia; para el poeta, todos somos niños muertos clavados a la balaustrada como por encanto, la “madurez” supuesta y obviamente falsa, es un símbolo más del muro que le rope los cuernos al centauro.
A pesar de la desconfianza que el autor profesa en contra de la posibilidad de entendmiento entre los hombres, Panero nos brinda como alternativa la lenta y regodeada autodestrucción. El único requisito que nos recuerda necesario, es el comienzo de la vida y la condición ser humano.
Así pues, la obra de Leopoldo le canta a los agentes destructivos con los que ha tenido contacto, los elogia y los hace universales a la manera de Whitman o Pessoa. Corona, por ejemplo, a su hermosísima dama la Condesa Morfina; compone una canción al traficante de marihuana o copula con un niño muerto.
Quiza Panero no sea un ejemplo de vida a seguir ni mucho menos, pero si me atrevo a aseverar eso como parte de mis juicios morales, no puedo evitar recordar que su estilo de muerte, usó como molde la inmundicia que ya de por sí abunda entre nosotros desde tiempos inmemoriables.
destruido por la poesía
La historia, la ciencia y la literatura, nos han demostrado que el tiempo no es lineal. Las vagas ilusiones de progreso y colectividad que alguna vez dieron esperaza al ser humano, han sido destruidas. El único absoluto es el del vacío de la muerte, esa cadena que nadie sabe.
La obra de Loeopoldo María Panero es un vivo reflejo de estas condiciones. Su poesía pisotea el lenguaje y nos demuestra cuan infructuosos son nuestros esfuerzos por comunicarnos, el ritmo atropellado de sus versos nos ahoga; el plagio consciente, sus referencias collage, imitan los pasos espirados de nuestra condición humana.
Como muchos escritores que han dado su vida por la poesía, nuestro autor, pasó casi toda su vida recorriendo cárceles y manicomios. Militó en movimientos antifranquistas de corte anárquico, lo que le valió sus primeros encierros. Es traductor de autores como Lewis Carrol y James Matthew Barrie.
Los poemas de Leopoldo son un solipsismo. El antialeph que nos permite ver el vacío de frente es su propio cuerpo, su propia historia. Sus traumas y aficiones pasan por caminos tan estrenduosos como la necrofilia y la coprofagia, hasta resbaladillas coloridas como las versiones producidas por Disney de Peter Pan y Blanca Nieves.
Otro punto de partida para la poética de Panero, es el terror de los recuerdos, sobre todo los referentes a la infancia; para el poeta, todos somos niños muertos clavados a la balaustrada como por encanto, la “madurez” supuesta y obviamente falsa, es un símbolo más del muro que le rope los cuernos al centauro.
A pesar de la desconfianza que el autor profesa en contra de la posibilidad de entendmiento entre los hombres, Panero nos brinda como alternativa la lenta y regodeada autodestrucción. El único requisito que nos recuerda necesario, es el comienzo de la vida y la condición ser humano.
Así pues, la obra de Leopoldo le canta a los agentes destructivos con los que ha tenido contacto, los elogia y los hace universales a la manera de Whitman o Pessoa. Corona, por ejemplo, a su hermosísima dama la Condesa Morfina; compone una canción al traficante de marihuana o copula con un niño muerto.
Quiza Panero no sea un ejemplo de vida a seguir ni mucho menos, pero si me atrevo a aseverar eso como parte de mis juicios morales, no puedo evitar recordar que su estilo de muerte, usó como molde la inmundicia que ya de por sí abunda entre nosotros desde tiempos inmemoriables.
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