sábado, 29 de febrero de 2020

AMLO y el feminismo en México: los límites del pragmatismo de la 4T


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Por: Rafael de la Garza Talavera
A estas alturas resulta imposible negar la fuerza y legitimidad del movimiento feminista en el mundo. De los movimientos antisistémicos, los feminismos han colocado contra las cuerdas a gobiernos, corporaciones e individuos en buena parte del mundo occidental; al mismo tiempo ha logrado concitar un apoyo generalizado a sus demandas, en el marco de la exacerbación de la violencia hacia las mujeres.
En México las acciones de las mujeres han provocado reacciones de todo tipo, poniendo sobre la mesa la hipocresía de gobiernos, partidos y grupos de interés y la debilidad de las acciones oficiales encaminadas a contener la epidemia de asesinatos y desapariciones de miles de mujeres. La igualdad de género decretada desde el poder para candidaturas y puestos gubernamentales no ha podido ocultar su superficialidad frente a un problema añejo y creciente. Ya desde finales de siglo las muertas de Juárez pusieron en el escenario político las consecuencias para las mujeres del incremento de la violencia, generada principalmente por el crecimiento de la pobreza y la marginación así como el fortalecimiento de las organizaciones criminales.
En este contexto no sorprende la postura de AMLO al respecto, más allá de su limitada percepción del conflicto; parece que se privilegia la idea de no enfrentarse con sus bases evangelistas o con los sectores medios adversos a temas como el aborto y la diversidad sexual. Su insistencia en quedar bien con todos los actores políticos relevantes, al menos en el discurso, demuestra sus límites y sus consecuencias. Si a esto se agrega sus malabares discursivos, el desencuentro es patente y promete una escalada que no conviene a nadie pero que, dada la rigidez del presidente en el tema, seguirá en ascenso.
Un factor clave en el análisis de la postura presidencial es su concepción del deber ser feminista: “Pienso que el movimiento feminista, independientemente de lo conceptual, de lo teórico, debe tener como guía el humanismo (...) y se tiene como objetivo principal darle atención preferente a los más pobres (...) La justicia es darle más al que tiene menos, eso también es humanismo”. La declaración deja entrever que el apoyo que su gobierno ofrece a las mujeres va en el sentido de mitigar los estragos de la pobreza y no tanto en atacar el problema de la violencia hacia ellas, -que dicho sea de paso son dos caras de la misma moneda. De que otra manera podría explicarse que frente a la creciente agudización de los asesinatos pida que se evite hablar de ello para no opacar la rifa de un avión; o peor aún, achacar a la derecha la manipulación del movimiento para atacarlo. El hecho de la creciente violencia a la mujer es inocultable y banalizarlo resulta grotesco. Demuestra insensibilidad y rigidez para enfrenta un viejo problema con el que se solidarizó como candidato presidencial.
Cuando los colectivos feministas se plantaron frente a palacio nacional para reclamarle la infausta declaración en donde culpó al neoliberalismo de los problemas de las mujeres, dejó en claro que su política hacia las mujeres no se moverá: “No porque vinieron a hacer una manifestación yo voy a renunciar a mis convicciones de siempre, si por eso luchamos, luchamos por un cambio en lo material y en lo espiritual, y si tienen otra visión respetamos, pero vamos a seguir sosteniendo lo que creemos y no le hacemos daño a nadie”.
Es evidente que sus ‘convicciones de siempre’ están fuera del contexto actual y que representan un pasivo en su política interna, pero además, que están dañando a la sociedad en su conjunto fortaleciendo las posturas machistas y el desprecio por las protestas y movilizaciones. Probablemente intuye que mantener una imagen veladamente machista –con un discurso incluyente y humanista- no le restará puntos en las encuestas de popularidad. Mantendrá así la fidelidad de buena parte de la sociedad mexicana que sigue pasmada frente a la necesidad de acabar con el patriarcalismo y la discriminación concomitante; que se niega a abordar el problema en todos los ámbitos de la realidad social a pesar de la valiente postura de una minoría de mujeres organizadas que han comprendido que sólo las acciones contundentes pueden obligar a la sociedad a discutir el problema y buscar una solución. Y si bien la igualdad de género en candidaturas y puestos en la administración pública, es plausible, no es ni remotamente suficiente para mostrar una política consecuente con la gravedad del problema. Ampliar la política de igualdad de género a órganos autónomos y universidades no representa más que una simulación que irrita aún más a las mujeres organizadas y que no toca el conflicto central: la sistemática violencia hacia mujeres de todas las edades.
La rigidez de un gobierno que se empeña en mantener una ruta prefijada es sintomática de sus prioridades. Poner por encima de todo lo demás el crecimiento económico y las alianzas a diestra y siniestra para mantener el poder ha probado ser nefasto para los gobiernos progresistas al sur del Rio Bravo. Lula y Dilma lo demostraron en Brasil y dieron paso a un gobierno de extrema derecha que cosechó el descontento provocado por el pragmatismo in extremis. La política del equilibrista o el bonapartismo de AMLO seguirá enfrentado el dilema de elegir un rumbo claro y comprometido con las mayorías para las que dice gobernar. Mientras no lo haga seguirá apuntalando el poder de los dueños del dinero, quienes si bien hoy comulgan con él, podrían modificar su posición en cuanto las condiciones políticas cambien.
El presidencialismo mexicano siempre descansó en la legitimidad de las decisiones tomadas por el jefe del ejecutivo, no tanto por su eficacia sino por su capacidad para imponerse por encima de los actores políticos. El presidencialismo de AMLO abreva de esas fuentes procurando ante todo restablecer, en la medida de lo posible, la legitimidad del estado mexicano. Mantener su desprecio por el movimiento feminista está poniendo a prueba semejante estrategia y si no hay un cambio palpable al respecto por parte del presidente, seguramente abrirá un boquete difícil de cerrar en la muralla de la 4T.
Es cierto también que la violencia hacia las mujeres es estructural en una sociedad capitalista y que AMLO no pretende desmantelar el sistema económico. Pero en la medida en que la violencia hacia las mujeres mantenga su tendencia ascendente y la sociedad y gobiernos no se comprometan, aunque sea de manera limitada a contener el conflicto dada su alianza con el capital, el costo político aumentará y comprometerá los limitados objetivos de la 4T.
Más allá de sus convicciones personales, y a pesar de que su pragmatismo ha sido exitoso hasta ahora, el presidente haría bien en recapacitar para evitar la descalificación y el escarnio hacia las mujeres organizadas. Si no por lo justo de sus demandas y los comprensible de sus acciones –que no es posible escatimar con argumentos válidos- si para impulsar el fortalecimiento de su poder político que, al decir del viejo Maquiavelo, es la misión principal de cualquier político.