Para muchos el trabajo es simplemente una actividad soporífera, vacua, que consume el tiempo de vida de quienes lo desempeñan diariamente. Para otros, los que chambean poco o nada pero que son propietarios, el trabajo constituye el elemento central en el proceso de obtención de ganancias. Para estos últimos, el trabajo –trabajo ajeno- es el medio vital para conservar y multiplicar ilimitadamente el capital que ya poseen. Palabras mas palabras menos, el trabajo, al igual que la moneda, tiene dos caras: por un lado, aquellos que trabajan a sol y sombra para obtener a cambio salarios exiguos (productores directos), y por el otro, aquellos que se apropian de la plusvalía o ganancia que producen quienes trabajan.
No hace falta hacer uso de formulas complejas para advertir que lo único que produce valor y riqueza en el régimen de producción vigente es el trabajo. Esta aclaración pudiera ser de gran utilidad para quienes busquen comprender los motivos de la actual crisis (recesión transitoria le llaman los distraídos y sofistas) Pues, seguramente, con el descomunal aumento de los intereses en las tarjetas de crédito –113% estiman los economistas-, no pocos querrán conocer los principios de este monumental atraco.
Debemos partir de una premisa básica: en una jornada laboral, el trabajador produce lo suficiente para recibir a cambio su cuota salarial, pero produce además (plustrabajo) la plusvalía que posteriormente se reparte entre banqueros, accionistas, rentistas, comerciantes e industriales. Estos últimos, presuntos “responsables” de preservar las finanzas “sanas”, han depositado en el ámbito de la especulación financiera la riqueza real proveniente de las esferas de la producción, en virtud de enriquecerse con las altas tasas de interés. En tal sentido, queda de manifiesto que lo que el “emprendedor” en general “arriesga,” esto es, aquello con lo que especula, no es la propiedad suya, sino la riqueza que el trabajo social produce, la propiedad social.
Cuando sus turbios manejos monetarios y financieros naufragan, se estancan, o sencillamente se desmoronan, los emprendedores, de la mano con los gobiernos alcahuetes, recurren a la clásica fórmula que todos conocemos y que pocos condenamos: socializan las pérdidas y privatizan las ganancias. Un golpe que periódicamente asesta el capital en contra del trabajo, y concretamente, en contra del trabajador y su bolsillo.
El trabajo produce riqueza, valor; el agiotaje, pobreza, polaridad.
En la medida en que el trabajo continúe siendo una herramienta al servicio de la apropiación privada, en lugar de cumplir una función colectiva, pública y de carácter social, el enriquecimiento desproporcionado y el empobrecimiento de miles de millones seguirá siendo la pauta que defina las relaciones entre naciones e individuos.
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