Aprovechando
la atención prestada al triunfo de Trump en las pasadas elecciones
en EE. UU. los dueños del gobierno federal han decidido dar un paso
más en la profundización del modelo militarista impuesto desde el
Pentágono. La ley de uso legítimo de la fuerza que PRI y PAN
pretenden aprobar, con el visto bueno de las fuerzas armadas
legalizará los delitos de lesa humanidad, particularmente el de
desaparición forzada, así como la tortura y las ejecuciones
extrajudiciales. Y por si fuera poco le dará a los militares el
privilegio discrecional de espiar, perseguir y detener a quien, según
su apreciación y la del secretario de gobernación, ponga en
peligro la paz pública ya sea por vender drogas o por disentir de
las políticas de estado.
Para
Edgar Cortéz, miembro del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y
Democracia, la ley representaría la cesión definitiva de las
labores de seguridad por parte de los civiles en favor de los
militares, es decir, “la
militarización permanente de la seguridad y de la vida del país”
(http://www.jornada.unam.mx/2016/11/23/politica/004n1pol)
Y es que si hasta ahora -y por ya más de dos décadas- los militares
han intervenido cada vez más en labores de seguridad a pesar de la
inexistencia de un marco legal que lo avale, con la aprobación de la
ley en cuestión la militarización del país sería un hecho
consumado y muy difícil de revertir en el futuro.
Incluso
para el abogado César Gutiérrez Priego, quien ha demandado la
aprobación de leyes para dar certeza jurídica a las labores de las
fuerzas armadas en la seguridad pública, la ley de uso legítimo de
la fuerza representa un enorme peligro para la vida pública del país
“... porque dotaría de un
poder omnipotente a los militares para investigar delitos de
cualquier tipo e incluso actuar contra opositores al gobierno”
(http://www.jornada.unam.mx/2016/11/23/politica/003n1pol)
He aquí el sentido profundo de la militarización, la cual no se
define exclusivamente por su intervención en actividades
relacionadas con la seguridad sino en la política interna,
convirtiéndolo en el brazo represor del poder político en turno
para controlar, reprimir y aterrorizar a una población cada vez más
participativa y crítica del estado mexicano y sus instituciones.
Es
cierto que las fuerzas armadas en México han intervenido
sistemáticamente en la represión de la oposición política; baste
recordar su participación en el brutal asesinato de Rubén Jaramillo
y su familia o la matanza de Tlatelolco, o recientemente en la
matanza de Acteal o la desaparición forzada de los estudiantes de
Ayotzinapa. Sólo que ahora contarán con impunidad legal y no sólo
con la connivencia y protección del estamento político y
empresarial. Las consecuencias a largo plazo son imprevisibles pero
en el corto resulta evidente que la supuesta transición democrática
será enterrada de facto (aunque en ello hayan intervenido con gran
éxito los propios partidos políticos) y la criminalización de los
movimientos antisistémicos se incrementará. Pero sobre todo, la
soberbia y el desprecio habitual de los militares para con el mundo
civil se fortalecerá pues ahora contarán con el apoyo de la ley
para cometer toda clase de atropellos y gozar de impunidad legal.
De
este modo, el ciclo de las reformas estructurales iniciada en lo años
ochenta estará completo pues para mantenerlas a mediano plazo y
garantizar su eficacia es necesario contar con un brazo armado que
las sostenga (y no me refiero a paramilitares o cárteles del narco)
En los próximos años las consecuencias económicas en la mayoría
de la población se profundizarán y la protesta social crecerá, aun
mas de lo que ha crecido en los últimos veinte años. Y si resulta
evidente que los cambios institucionales que dieron lugar a la
aparición de INEs, comisiones de derechos humanos e institutos de
transparencia no han podido administrar el descontento, la
intervención de la fuerza bruta, pero ahora legitimada, resulta el
mantra salvador para el mantenimiento del despojo y el terror
consustanciales al modelo económico.
Es
bastante revelador el sentido profundo de la eventual ley, pues
además de no dejar claramente definidos los límites de su
intervención llega incluso a mencionar que
en el curso de una
investigación podrán obtener
información por cualquier medio. En
este sentido, cuesta trabajo no pensar en el uso de la tortura y
otros mecanismos para lograr resultados, sobre todo teniendo el
pretexto de salvar a la república y la paz social. Pero es aun más
revelador el entusiasmo manifestado por los partidos políticos,
entre los que destaca el presidente de la mesa directiva de la
Cámara, el panista Javier Bolaños, quien hizo un llamado para
aprobar con urgencia la ley en un periodo extraordinario del
congreso.
Por su parte Renato Sales, titular de la Comisión Nacional
de Seguridad, se mostró convencido de la necesidad de proporcionar
un marco legal para la intervención de las fuerzas armadas en
labores de seguridad. Pero además no deja lugar a dudas de que serán
éstas las encargadas de labores policiales cuando declara que ello
“No implica la desaparición
de las policías municipales, sino la reorientación en sus funciones
de proximidad que les otorga el artículo 115 de la Constitución,
esto es, su vinculación con jueces cívicos, faltas administrativas,
infracciones y lo que da sentido al municipio, plazas, jardines,
mercados y alumbrado”
(http://www.jornada.unam.mx/2016/11/23/politica/004n2pol)
En los hechos los policías dejarían -aunque en realidad ya lo
hicieron desde el calderonato- de cumplir con sus obligaciones
constitucionales para convertirse en cobradores de multas, con el
argumento de que no son confiables debido a sus bajos salarios,
cuando está demostrado que los militares, aunque están bien
pagados, no poseen la formación necesaria para tratar con la
población civil.
Así las cosas, la guerra civil de baja intensidad
que vive el país se intensificará para darle oxígeno a un modelo
económico predador e inhumano que, a pesar o precisamente por ello,
enfrentará el creciente descontento popular con o sin los militares
en las calles.
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