Es increíble la magnitud del revuelo que produjo la reciente inclusión del Chapo Guzmán en la lista de Forbes por los supuestos mil millones de dólares que acumula el narco-emprendedor. Hay quienes consideran que esto es producto de una campaña mediática orquestada en las más altas esferas del poder político norteamericano para presionar al gobierno mexicano a que tome medidas más eficaces en materia de seguridad pública y combate al narcotráfico. Hay otros que simplemente repudian la actitud de la revista y su propietario, ya que esta clase de nombramientos, sugieren ellos, no hacen más que legitimar la riqueza “sucia” del capo de capos. Y existen quizá otras percepciones que trasciendan la dualidad vulgar de esta discusión, pero que poco o nada aportan al análisis serio.
La pregunta del millón sería entonces, ¿por qué motivo decidió la editorial de Forbes incluir a un narcotraficante en su celebre lista de emprendedores? Mi respuesta: porque el Chapo Guzmán es, indiscutiblemente, un legítimo emprendedor. ¿O que acaso su negocio no se rige por las mismas leyes de competencia y mercado? Esta clase de medios “informativos” dan mayor prioridad a cuestiones propiamente de marketing que a la veracidad y a la ética de la información. Y si su principal interés es vender, que mejor forma de hacerlo que rindiendo honor, a quien honor merece, sin importar las formas o medios con que se hayan acumulado semejantes fortunas. Como si alguna vez hubiese tenido importancia ese dato.
Es muy probable que el patrimonio del Chapo sea desorbitadamente superior a lo que Forbes estima. Sin embargo, lo importante, repito, no es la exactitud del cálculo, sino el reconocimiento a uno de los hombres más exitosos en el campo de la actividad empresarial, llámese legítima o ilegítima.
No malinterpretemos las cosas. El narcotráfico es ilegal, más no ilegítimo, pues si lo fuera nadie en Estados Unidos o en México consumiría drogas. Y los hechos nos revelan que, no únicamente el ciudadano estándar, sino incluso quienes dicen combatir el narcotráfico suelen ser “clientes frecuentes” y aliados incondicionales de los grandes capos.
Una vez más, la realidad, así como el afán, en este caso de Forbes, de maximizar las utilidades, superan la ficción del discurso político.
El hecho es que vivimos en un mundo en el que poco o nada importan los valores y la ética. Todo se mide en función de la productividad y el desempeño en el mercado. Unos logran el éxito en la economía formal, mientras otros muchos triunfan en el ámbito informal. Ya en alguna ocasión Maquiavelo lo asentó sin ningún rubor: el fin justifica los medios. Y el propósito de vida del hombre moderno –o posmoderno, que no es lo mismo, pero es igual- no es otro que el del enriquecimiento ilimitado. Y esto es exactamente lo que premia y reconoce Forbes.
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