Quizá nuestra imposibilidad para discernir entre lo que define a un bien de imprescindible utilidad, y aquello que deseamos adquirir o tener a disposición pero que no representa ningún valor de uso excepcional, real, constituya una de las consecuencias mas patentes de vivir en una sociedad de consumo. Pero me parece que las implicaciones del consumismo son mucho mas vastas y profundas.
Hemos llegado a tal punto que toda la vida social del hombre se ha vuelto objeto de consumo. El amor, el conocimiento, el deporte, la convivencia, son solo algunos ejemplos de cosas que, al menos previo al advenimiento de la era industrial, fueron consideradas inalienables, y que hoy por hoy la realidad muestra que se han convertido en objetos de intercambio, de tráfico, de utilización ociosa. Todo, absolutamente todo se halla en estado de alienación. Las particularidades, esto es, las cualidades específicas de cada cosa se han diluido para crear una masa uniforme de entes consumibles. Mientras se satisfaga el intenso afán de consumo poco importan las propiedades esenciales de x o y producto. A ello le debemos atribuir la enorme facilidad con que compañías publicitarias moldean nuestras preferencias y voluntades.
Evidentemente el poder adquisitivo desempeña un papel capital en la relación oferta-consumo (y que decir de las tarjetas de crédito, o plastic fantastic como gustan de llamarle los gringos, acaso por sus cualidades cuasimágicas). Sin embargo, sería erróneo pensar que las clases bajas no consumen, y que solo las clases pudientes son partícipes de dicha práctica. Cada quien consume según sus posibilidades, pero invariablemente se consume.
Inclusive, ha ido en aumento la cantidad de bienes que están a disposición de las diversas y muchas veces modestas clases sociales. Por eso no debe extrañarnos que hombres, mujeres y niños con serios problemas de salud –llámense odontológicos, oftalmológicos, ortopédicos o simplemente en cuestión de higiene básica- porten teléfonos celulares con la mas alta tecnología disponible. Tampoco debe causarnos asombro que existan (conozco personalmente múltiples casos de esta índole) niños que presentan síntomas de malnutrición mientras que sus padres destinan todo el gasto al pago mensual de sus autos de agencia.
La lógica de consumo se ha propagado de manera universal. Ahora todo se consume, incluso las virtudes específicamente humanas. Ni siquiera el homo economicus de la economía clásica presentaba semejante proclividad al consumismo. Vaya, ni el mas optimista de los ideólogos liberales imaginó que la humanidad arribase al punto de sacrificar el bienestar individual y familiar en función del consumo excesivo de bienes inútiles.
En nuestra era generacional el hombre vive para trabajar…y trabaja para consumir. Quizá el decadente homo sapiens haya encontrado en definitiva un sustituto que refleje fielmente su nueva condición: el homo consumpsi.
Hemos llegado a tal punto que toda la vida social del hombre se ha vuelto objeto de consumo. El amor, el conocimiento, el deporte, la convivencia, son solo algunos ejemplos de cosas que, al menos previo al advenimiento de la era industrial, fueron consideradas inalienables, y que hoy por hoy la realidad muestra que se han convertido en objetos de intercambio, de tráfico, de utilización ociosa. Todo, absolutamente todo se halla en estado de alienación. Las particularidades, esto es, las cualidades específicas de cada cosa se han diluido para crear una masa uniforme de entes consumibles. Mientras se satisfaga el intenso afán de consumo poco importan las propiedades esenciales de x o y producto. A ello le debemos atribuir la enorme facilidad con que compañías publicitarias moldean nuestras preferencias y voluntades.
Evidentemente el poder adquisitivo desempeña un papel capital en la relación oferta-consumo (y que decir de las tarjetas de crédito, o plastic fantastic como gustan de llamarle los gringos, acaso por sus cualidades cuasimágicas). Sin embargo, sería erróneo pensar que las clases bajas no consumen, y que solo las clases pudientes son partícipes de dicha práctica. Cada quien consume según sus posibilidades, pero invariablemente se consume.
Inclusive, ha ido en aumento la cantidad de bienes que están a disposición de las diversas y muchas veces modestas clases sociales. Por eso no debe extrañarnos que hombres, mujeres y niños con serios problemas de salud –llámense odontológicos, oftalmológicos, ortopédicos o simplemente en cuestión de higiene básica- porten teléfonos celulares con la mas alta tecnología disponible. Tampoco debe causarnos asombro que existan (conozco personalmente múltiples casos de esta índole) niños que presentan síntomas de malnutrición mientras que sus padres destinan todo el gasto al pago mensual de sus autos de agencia.
La lógica de consumo se ha propagado de manera universal. Ahora todo se consume, incluso las virtudes específicamente humanas. Ni siquiera el homo economicus de la economía clásica presentaba semejante proclividad al consumismo. Vaya, ni el mas optimista de los ideólogos liberales imaginó que la humanidad arribase al punto de sacrificar el bienestar individual y familiar en función del consumo excesivo de bienes inútiles.
En nuestra era generacional el hombre vive para trabajar…y trabaja para consumir. Quizá el decadente homo sapiens haya encontrado en definitiva un sustituto que refleje fielmente su nueva condición: el homo consumpsi.
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