lunes, 25 de mayo de 2009

Reflexión…

“Toda reflexión es una tesis y toda tesis una consigna.”
- M. Horkheimer

“La codicia, el anhelo de tener cosas y de satisfacer el propio ego es la causa del sufrimiento humano.”
- Buda

Ahora que nos hallamos en los inicios de un nuevo siglo es importante tratar de comprender la época que nos toco vivir para que, a partir de ello, trabajemos en la edificación de una civilización mas prospera, esto es, mas justa, racional y humana. Son tiempos en que resulta inextricable distinguir lo natural y lo auténtico, de aquellas conductas y premisas psicológicas que se explican en función de la reproducción de formas de pensamiento y conducta “institucionalizados”, es decir, arraigados en el inconciente colectivo por vía de los métodos de coerción ideológica con los que cuentan los grupos económica y políticamente dominantes, léase la educación formal, por un lado, y los medios masivos de comunicación, por el otro. Desde el instante mismo en que nacemos somos insertados en un proceso formativo que reproduce ciertas cualidades y particularidades ideológicas que, por un lado, proporcionan las herramientas elementales para subsistir en el mundo competitivo, y que por otro, conllevan necesariamente a la contracción de nuestras potencialidades humanas.

Los seres humanos somos “posibilidad,” y como tal, podemos adoptar cualquier actitud o personalidad frente a nuestra realidad. Sin embargo, la forma de manifestarnos esta mediatizada (más no condicionada) por la relación con nuestra condiciones prácticas de vida. De ahí que nuestros procesos y actividades sociales cotidianas sean realmente significativos para la formación de nuestra conciencia y el fomento de un modo de vida.

Nos han inculcado –al grado de tener carácter de axioma universal- que una vida dotada de comodidades debe ser la máxima aspiración de toda persona. Esta búsqueda de abundancia material como proceso y forma de vida se ha esparcido y disuelto infaliblemente en la conciencia de quienes integramos esta sociedad (particularmente la occidental). En tal sentido, la propiedad, esto es, cualquier posesión, ha perdido casi por completo su carácter funcional, y en cambio, se le confiere un carácter de estatus. Son justamente las instituciones familiares, académicas, religiosas, informativas, etc., quienes desempeñan la tarea de promover y reproducir este modelo determinado de existencia. Desde nuestra niñez, padres, maestros, clérigos, políticos y otras figuras que inequívocamente se auto confieren atributos de autoridad nos imponen el sometimiento a la lógica del lucro como medio y fin, es decir, como única forma “objetiva” de vida. Por tal motivo, resulta natural que en esta etapa (la de la niñez) en que mas propensos somos a absorber lo que nos es transmitido, desarrollemos una concepción de la vida basada en preceptos de aparente valor “universal” en los que, sin embargo, subyace una visión de la realidad permeada por intereses muy específicos de clase, es decir, sistémicos, no espontáneos. De ahí que, con el apoyo de estos dispositivos de reproducción, este paradigma haya sido, y aun siga siendo, exitosamente difundido.

Sin embargo, permanecer pasivamente en el caminado trazado implica renunciar, eventualmente, la posibilidad de crecer y desarrollar ciertas potencialidades, fundamentalmente aquellas con relación a lo espiritual, lo intelectual, lo social.

En primer lugar, este formato de vida material y consumista se antepone inexorablemente a la naturaleza misma del ser humano. En este proceso de obtención de riqueza material y comodidades, renunciamos a nuestra capacidad –o acaso necesidad- de interactuar colectivamente. Es decir, acabamos siendo seres solitarios, agobiados, destructivos. Y a pesar de nuestra voluntad congénita de compartir, de relacionarnos con otros miembros de nuestra especie, de arrancar de nuestras vidas el espíritu egoísta, debido a nuestra intrínseca relación con el medio, tendemos a ser absorbidos por el modo predeterminado de vida, erigido por obra de un sistema cultural muy particular, y fabricado de manera interesada.

En segundo lugar, nuestra inagotable capacidad de amar, de razonar, de conocer profundamente, se ve reprimida por ciertas ambiciones asimiladas y ejercitadas irracionalmente durante toda una vida. En nuestra sociedad descartamos la posibilidad de vivir intensamente el presente, de depositar nuestras energías en el aquí y ahora, en el proceso, en el devenir. En cambio estos instantes, que son la vida misma, son “invertidos” con miras a un futuro económicamente mas prospero, colmado de propiedad material. La gran mayoría no logra arribar nunca a estas instancias de abundancia y comodidad, y quienes si lo consiguen, al final del camino –si es que hay tal- ven que aquello a lo que se consagraron supuso la frustración de manifestar, de expresar plenamente sus facultades más sensatas. Quizá no lo admitan. Pero no olvidaran que el proceso y los medios empleados para alcanzar aquel objetivo banal provocaron su aislamiento y desdicha.
Considero por tanto –a manera de tesis- que no es la comodidad y certidumbre lo que uno debe procurar, sino la trascendencia, entendida esta como el desarrollo y usufructo espontáneo de nuestras potencialidades constructivas.

Conclusión a modo de pregunta: ¿Cuál de estos dos modos contradictorios y conflictivos de existencia corresponde a la realidad del lector: aquel en donde se busca darle un sentido objetivo a la vida, o aquel en donde la lógica de la propiedad a ultranza se impone y suprime –o limita en el mejor de los casos- la posibilidad de desarrollar cualidades y aptitudes auténticamente humanas?

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