El mundo se complejiza; la capacidad de abstracción se contrae. Todo fenómeno cultural, territorio o tradición es motivo de un juicio valorativo arbitrario. Cuando todo se juzga a través del cristal de la modernidad, cuando aplicamos un mismo sesgo normativo para calificar al “otro,” cuando se amputa la realidad y lo diverso en nombre de la cacareada “racionalidad,” la facultad de comprender objetivamente al hombre y sus expresiones se ve violentamente mutilada. Paradójicamente, los avances tecnológicos en materia de transporte y comunicación y la creación de vastos dispositivos para conectar íntimamente a todos los pueblos del mundo, han reforzado esta visión parcial y uniforme.
El turismo, en sus diferentes vertientes, es un claro promotor de este enfoque fragmentario. Los gustos y preferencias del turista han sido confeccionados artificialmente en virtud de ajustarle a un mismo patrón de servicio-recreación-comodidad. Así, cuando el turista visita algún sitio nuevo espera –o exige más bien- recibir el mismo trato y atención que ofrecen otros destinos turísticos. Cuando un gringo regresa a su país después de haber realizado una visita a algún país “bananero” como le llaman ellos, por ejemplo, México (sin afán de herir susceptibilidades, pues luego hay quien si cree que estamos en vías de convertirnos en la 5ª potencia económica del mundo), sus principales observaciones suelen ser meras quejas sobre las carencias de la infraestructura: que si el agua potable no era tan potable, que si no había cajeros automáticos (o “ATM”) suficientes, que si el restaurante no ofrecía “hotcakes,” que si el celular no tenía señal, que si los establecimientos no aceptaban “credit card,” que si los bares no incluían en su menú el “Vodkatonic,” que si no transmitían por TV los juegos de los “Lakers”; en fin, un sinnúmero de reproches y desazones.
Ahora, en tiempos de la globalización (in)cultural todos parecen haberse tragado la píldora del “All Inclusive” o “VTP” (Viaje Todo Pagado), pues incluso hasta los ciudadanos de repúblicas plataneras demandan estos mismos servicios y atracciones. Quizá los eco turistas y mochileros estén en desacuerdo con esto. Pero si dejan de lado por un momento su orgullo trotamundo y/o bohemio, y analizan detenidamente las actividades y sitios turísticos que frecuentan, habrán de reconocer que la industria turística también tiene algo para ellos. ¿O acaso nunca hacen uso de algún servicio en sus múltiples excursiones?
Desgraciadamente queda poco espacio para el viajero –no turista- genuino. La industria hotelera y de entretenimiento ha devorado todos los sitios de interés en el mundo, y con ello ha devastado un patrimonio cultural incalculable, eliminando las particularidades y costumbres nativas de los pueblos.
Sugerencia a padres de familia: procuren no llevar a los hijos a Disneylandia. Así comienza la deformación de la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario