El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia.
- Eduardo Galeano
Torcida es la percepción que tradicionalmente nos inculcan. La historia de los libros de texto deforma la realidad pasada y presente e inculpa a los pueblos pobres de su penosa condición. No reconoce nunca el sesgo virulento del “desarrollo”, la condición asimétrica de sus procesos. La historiografía ordinaria oculta intencionadamente este revelador hecho.
- Eduardo Galeano
Torcida es la percepción que tradicionalmente nos inculcan. La historia de los libros de texto deforma la realidad pasada y presente e inculpa a los pueblos pobres de su penosa condición. No reconoce nunca el sesgo virulento del “desarrollo”, la condición asimétrica de sus procesos. La historiografía ordinaria oculta intencionadamente este revelador hecho.
Limitar los estudios históricos a la circunscripción de los Estados Nacionales ha sido el más exitoso de los recursos para entorpecer la cognición objetiva de los procesos sociales. Si África, Asia y América Latina (y, por supuesto, los respectivos países que los conforman) permanecen estancados en la miseria es porque su contrapartida, Europa Occidental, Norte América y sus estados subsidiarios como el Japón, gozan de una prosperidad holgada. Estas desproporciones se reproducen lo mismo a menor escala, es decir, al interior de las sociedades nacionales, abriendo una brecha indisoluble entre los estratos beneficiarios y los sectores desposeídos. En una palabra, la opulencia y la pobreza, el desarrollo y el subdesarrollo, son dos caras de una misma moneda, dos fenómenos intrínsecamente asociados.
El hecho es que tenemos la falaz creencia de que tarde que temprano el subdesarrollo se superará inevitablemente. En países como el nuestro, se abriga la apócrifa esperanza de que aplicando las técnicas desarrollistas “sugeridas” por los apóstoles del progreso se abatirá algún día la penuria. No reparamos que, en el actual sistema social, el desarrollo de los unos presupone el subdesarrollo de los otros.
Los países del “Tercer mundo” auspician, nutren, sustentan, las economías de las potencias. No es casual que los países del mal llamado “Primer mundo” dictaminen las fórmulas que los empobrecidos países habrán de adoptar en el combate al rezago. Sobran casos para ilustrar cómo dichas recetas no hacen otra cosa que desangrar todavía más a los pueblos y estratos pobres. Al pauperizar regiones enteras, ya sea mediante la imposición de políticas macroeconómicas viciadas, o mediante el patrocinio de guerras intestinas devastadoras, los países ricos se enriquecen aún mas, pues el desequilibrio crónico de las regiones afectadas crea las condiciones propicias para la explotación y extracción a gran escala de los recursos de un país.
Existen ejemplos varios de estos saqueos sistemáticos por razón de conflictos políticos y crisis económicas inducidos: los efectos tango (Argentina), tequila (México), arroz (Asia), arena (Turquía), vodka (Rusia), samba (Brasil); así como las guerras promovidas y apoyadas por Estados Unidos y Europa en China, Corea, Laos, Sudáfrica, Ruanda, Congo, Irán e Irak; y las intervenciones militares en Centro y Sudamérica.
Es precisamente en este mar de inseguridad, violencia y hambruna, que las aguas del desarrollo y el progreso de unos pocos se cristalizan.
Miseria y prosperidad; goce y dolor; concordia y terror. Esta oscilante amalgama de auge y rezago evidencia la naturaleza del “desarrollo” en la economía-mundo imperante: su carácter contradictorio, su doble expresión, su matiz claroscuro.
“Flores y difuntos”, reza la canción de un notable cantautor cubano en relación con las disparidades que engendra el aclamado “desarrollo”.
La historia tradicional renuncia a todo intento por aclarar estos desajustes. Quienes los padecen, nunca lo olvidan.
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