Aun cuando principios como la razón y la moderación jamás hayan desempeñado un papel directivo en la realidad social y en la conducta humana, hoy por hoy hemos llegado a tal punto que estos valores se hallan completamente ausentes, ya no como conductores de nuestra vida al presente, sino incluso como aspiración, como ideal. El hombre ha renunciado a la tarea de juzgar objetivamente sus creencias, sus pautas de conducta, su modo de vivir. Ha sucumbido ante lo pasional, lo orgiástico.
Toda vez que la humanidad se halla frente al ocaso de una época histórica, la realidad y la vida de los seres humanos tienden a subjetivarse, y lo juicioso es reemplazado por lo irracional; contrario a lo que ocurre en tiempos de reedificación y de cambio social, donde la objetividad y la razón se imponen y dominan la conciencia colectiva. Y quizá sea éste el motivo por el cual la trivialidad y las pasiones se manifiesten de una forma tan burda en nuestros días. Ante la inminente descomposición del patrón burgués de existencia, la premura de los grupos dominantes por reivindicar y reproducir el régimen en vigor ha provocado que los mecanismos de dominio y de control social asuman formas infaliblemente destructivas con relación al orden intelectual, espiritual y ético del hombre, en tanto que fomentan con sumo énfasis la exaltación de los sentidos y las emociones.
El hombre ya no recurre al buen juicio; se ha vuelto un simple receptor pasivo de anuncios propagandísticos y proclamas rimbombantes; reacciona únicamente ante estímulos ficticios pero profundamente provocadores que le ofrecen un aparente bienestar; su capacidad de discernimiento tiene poco o ningún valor frente a su capacidad de adaptación a las tendencias impulsivas intrínsecas en las pautas sociales predominantes; su anhelo por conocer mas ampliamente, por procurar el arribo a la verdad, fue sustituido por el deseo de experimentar emociones intensas que le produzcan una especie de éxtasis perpetuo (que en realidad no es otra cosa que una sucesión de alteraciones transitorias); ha creído encontrar en el “deleite” sexual la clave del amor; la felicidad para él, consiste en el goce y el entretenimiento desmedido, así como en la satisfacción de sus impulsos mas instintivos.
Este alejamiento del hombre con respecto a la razón –producto de un proceso histórico-social de larga duración- ha promovido el origen de lo que aquí llamo la sociedad orgiástica, esto es, individuos que consuman mediante la exacerbación de los sentidos su fusión con el mundo. Mientras no existan condiciones propicias que prioricen la emancipación intelectual del ser humano y el desarrollo de una sociedad sana, la razón objetiva y la verdad –entendida ésta como una orientación del carácter- continuarán siendo ajenas al existir humano.
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