Desde hace tiempo, los medios de comunicación, o de dominación si queremos ser más precisos, nos educan para alabar el abuso y la estupideez.
La imágen como aliciente enajenante, es una de las herramientas más peligrosas de la tecnología mediática. A través de la televisión, por ejemplo, atan nuestras muñecas y nuestros tobillos con los grilletes del engaño y nos hacen creer que todo lo que deseamos, ha sido producido para nosotros y está enteremante a nuestro alcance ¿Para qué entonces, querríamos liberarnos de tan cómoda sentencia?
Así, poco a poco, lo vemos todo a través de una pantalla, y el mundo ajeno al plasma de pixeles es cada día menos importante. La información real, es transgiversada y distorsinada; inyectada con virus más peligrosos y sutiles que el de la influenza: el del aletargamiento.
Pan y circo, esa vieja consigna en su ascepción más absurda, es el grito de batalla del televisor y sus secuaces; sólo que ahora, el reparto del espectáculo circense, ha sido reducido meramente a los payasos más viejos y arrugados, payasos de un sólo ojo disfrazados de profetas. "Feligreses” gritan “quedense en su lugar, tómense una copa, nada pasará sin previo aviso, el nuevo arriba... es abajo”.
Así pues, el ridículo, la violencia por la violencia, el despotismo y la mansedumbre irreflexiva, son enaltecidos al volcar el mundo dentro de la pantalla. Nuestro entorno deja de tener sentido y nos importa poco si las lluvias de Abril cain en Enero, o si dos más dos es igual a cinco.
La red de mensajes sin sentido que saltan de la boca de nuestros falsos profetas, es cada vez más espesa y está construida con nuestros huesos, con la sangre jóven que pinta nuestras puertas. Es cada vez más difícil trazar un parteaguas y proponer soluciones, pues el yugo de los medios televisivos, es además soportado por los medios impresos y la radio.
Las instituciones educativas no ayudan en lo absoluto, en lugar de proponer planes educativos de rigor analítico y sagaz, nos envuelven con “maternos poemitas de tierno gusto rosa” o exaltan al “idiota que piensa que el mundo es un jardín, donde florece una esmeralda con sabor a durazno”
Aún cuando existen atisbos de consciencia entre los hombres (porque la palabra que denuncia, siempre ha existido como la rémora del tiburón) no sirven más que para limpiarse el aliento del gigante que, detrás de nosotros, está apunto de aplastarnos. “Revolución” gritan algunos, pero esta pasara (si pasa) por televisión y sobre nuestros cadáveres.
La imágen como aliciente enajenante, es una de las herramientas más peligrosas de la tecnología mediática. A través de la televisión, por ejemplo, atan nuestras muñecas y nuestros tobillos con los grilletes del engaño y nos hacen creer que todo lo que deseamos, ha sido producido para nosotros y está enteremante a nuestro alcance ¿Para qué entonces, querríamos liberarnos de tan cómoda sentencia?
Así, poco a poco, lo vemos todo a través de una pantalla, y el mundo ajeno al plasma de pixeles es cada día menos importante. La información real, es transgiversada y distorsinada; inyectada con virus más peligrosos y sutiles que el de la influenza: el del aletargamiento.
Pan y circo, esa vieja consigna en su ascepción más absurda, es el grito de batalla del televisor y sus secuaces; sólo que ahora, el reparto del espectáculo circense, ha sido reducido meramente a los payasos más viejos y arrugados, payasos de un sólo ojo disfrazados de profetas. "Feligreses” gritan “quedense en su lugar, tómense una copa, nada pasará sin previo aviso, el nuevo arriba... es abajo”.
Así pues, el ridículo, la violencia por la violencia, el despotismo y la mansedumbre irreflexiva, son enaltecidos al volcar el mundo dentro de la pantalla. Nuestro entorno deja de tener sentido y nos importa poco si las lluvias de Abril cain en Enero, o si dos más dos es igual a cinco.
La red de mensajes sin sentido que saltan de la boca de nuestros falsos profetas, es cada vez más espesa y está construida con nuestros huesos, con la sangre jóven que pinta nuestras puertas. Es cada vez más difícil trazar un parteaguas y proponer soluciones, pues el yugo de los medios televisivos, es además soportado por los medios impresos y la radio.
Las instituciones educativas no ayudan en lo absoluto, en lugar de proponer planes educativos de rigor analítico y sagaz, nos envuelven con “maternos poemitas de tierno gusto rosa” o exaltan al “idiota que piensa que el mundo es un jardín, donde florece una esmeralda con sabor a durazno”
Aún cuando existen atisbos de consciencia entre los hombres (porque la palabra que denuncia, siempre ha existido como la rémora del tiburón) no sirven más que para limpiarse el aliento del gigante que, detrás de nosotros, está apunto de aplastarnos. “Revolución” gritan algunos, pero esta pasara (si pasa) por televisión y sobre nuestros cadáveres.
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