El ilustre Moses Montefiore desprestigia a la democracia. En uno de sus diálogos más famosos, Las dos tesis o de la bonominia (sic) se refiere a ella: “Primero, sabéis perfectamente que las críticas a la democracia no son del agrado de los demócratas. Por esto, sabéis también que no tiene caso enviar vuestras críticas sobre la democracia a los demócratas. Además, es una tesis que a ellos no les importa nada, por lo que ellos no sentirán la más mínima pesadumbre si hacéis trizas sus ideas delante de ellos. Ellos no pueden ver nada que no sea democracia. Segundo, no les convenceréis de nada. Tampoco conseguiréis que sus cerebros piensen sobre lo que les habéis enviado. Estaréis de acuerdo conmigo en que tratamos con asnos”.
Cada día me cuesta más trabajo estar en desacuerdo. La democracia se ha convertido en un término de papel, igual que los imperialistas de los que hablaba Mao (son tigres de papel, decía).
Por todos lados brotan nuevas investigaciones sobre la participación política, otras que hablan de la importancia que tienen los medios de comunicación en la vida pública; las más, sobre instituciones y democracia. Son capaces de matizar, de medir a la democracia. La califican de buena, de mala, según sea mediano o alto el “interés” del individuo.
Y es que toda la visión liberal, sobre todo la más actual, ha dejado de lado la profundidad reflexiva para dedicarse por completo a explotar las áreas técnicas del conocimiento (¡maldito plano cartesiano!). Las mismas áreas que en la vida diaria acumulan mayor riqueza, participan de mayores ganancias en la vida productiva, en el espíritu emprendedor.
Ni se diga en la academia. Es tan riguroso el método científico, que ya nadie se preocupa por lo que en verdad importa: aprender. Se tiene que medir algún acontecimiento y además, citar a los nuevos clásicos, aunque lo que se diga no tenga ninguna conexión con la realidad. Es el método por el método mismo.
Prefiero creer en las palabras de Moses, las mismas con las que reconoce la intención primera de sus diálogos: “Por un momento, nos hemos emancipado de la tiranía de la razón. Lo que decimos carece de todo sentido. O, quizás, nos hemos emancipado de la lógica y de la idea de que todo diálogo tiene el deber de poseer un sentido”.
¿Tiene acaso la democracia un sentido?
Cada día me cuesta más trabajo estar en desacuerdo. La democracia se ha convertido en un término de papel, igual que los imperialistas de los que hablaba Mao (son tigres de papel, decía).
Por todos lados brotan nuevas investigaciones sobre la participación política, otras que hablan de la importancia que tienen los medios de comunicación en la vida pública; las más, sobre instituciones y democracia. Son capaces de matizar, de medir a la democracia. La califican de buena, de mala, según sea mediano o alto el “interés” del individuo.
Y es que toda la visión liberal, sobre todo la más actual, ha dejado de lado la profundidad reflexiva para dedicarse por completo a explotar las áreas técnicas del conocimiento (¡maldito plano cartesiano!). Las mismas áreas que en la vida diaria acumulan mayor riqueza, participan de mayores ganancias en la vida productiva, en el espíritu emprendedor.
Ni se diga en la academia. Es tan riguroso el método científico, que ya nadie se preocupa por lo que en verdad importa: aprender. Se tiene que medir algún acontecimiento y además, citar a los nuevos clásicos, aunque lo que se diga no tenga ninguna conexión con la realidad. Es el método por el método mismo.
Prefiero creer en las palabras de Moses, las mismas con las que reconoce la intención primera de sus diálogos: “Por un momento, nos hemos emancipado de la tiranía de la razón. Lo que decimos carece de todo sentido. O, quizás, nos hemos emancipado de la lógica y de la idea de que todo diálogo tiene el deber de poseer un sentido”.
¿Tiene acaso la democracia un sentido?
No hay comentarios:
Publicar un comentario