Recientemente, una de las corporaciones mundiales de mayor envergadura, y quizá la principal productora de automóviles en todo el orbe, se declaró oficialmente en quiebra. La otrora gigante General Motors se sumó a la lista de empresas socorridas por el gobierno norteamericano y los nuevos dueños del circo emprendedor: Asia y Europa.
Ante la imposibilidad de mantener el ritmo de producción y distribución requeridas y ante la agudización creciente de la crisis global, la firma automotriz se vio obligada a pronunciarse en bancarrota y traspasar parte de sus acciones a empresas de procedencia china e italiana y desprenderse de sus múltiples filiales nacionales y extranjeras (destacan la marca estadounidense Saturn, la marca premium Hummer y la filial sueca Saab). De este modo, 40% de la dirección y equipo operativo del coloso transnacional pasó a manos de empresas foráneas. El 60 por ciento restante quedó a disposición del gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, todo parece indicar que la administración de Obama no pretende dirigir la empresa, ni mucho menos socializar los dividendos, sino únicamente reestructurarle para dejarle nuevamente en manos de sus antiguos propietarios: la vieja fórmula de pillaje capital-Estado.
Una vez al borde de la quiebra, GM implantó una política de recuperación acelerada que se tradujo en las siguientes medidas: Despido masivo de trabajadores dentro y fuera de Estados Unidos, cierre de plantas al interior del país sede y su consecuente traslado a países que ofrecen mano de obra barata, recorte de salarios hasta de un 50% a cientos de miles de obreros, omisión desbocada de las reglamentaciones ambientales y de seguridad, reducción de los costes de producción mediante el uso de refacciones cuasi-chatarra.
Aun así, el Titanic sucumbió…
Seis conclusiones arrojan estos hechos.
Uno. Que los ajustes macroeconómicos están condicionados por la gestión capitalista de la crisis. Que en los rescates se prioriza el interés del empresario y nunca la necesidad del trabajador.
Dos. Que los países periféricos, son, y serán siempre mientras las relaciones inter-estatales no cambien drásticamente, la válvula de escape del capitalismo en crisis, pues la declinación del precio del trabajo catapulta nuevamente la cuota de ganancia industrial.
Tres. Que la competencia intercapitalista no necesariamente conduce al perfeccionamiento de los bienes que lanza al mercado. En ocasiones, la lógica de la maximización de utilidad exige el abaratamiento de la mercancía.
Cuatro. Que albergar las fábricas de las transnacionales no conduce al desarrollo o al progreso de un país, al contrario, crea inseguridad laboral y dependencia económica.
Cinco. Que las hipotéticas bondades del liberalismo económico son un espejismo.
Seis. Que, como puede observarse con el caso GM, la descomposición gradual de la estructura productiva es un axioma inexorable
Conclusión Pilón. Que el día de hoy –tal como lo indica Eduardo Galeano-, las campañas caritativas en lugar de persuadirnos de patrocinar a un niño huérfano, nos pedirán que adoptemos a un industrial o a un banquero desamparado.
Ante la imposibilidad de mantener el ritmo de producción y distribución requeridas y ante la agudización creciente de la crisis global, la firma automotriz se vio obligada a pronunciarse en bancarrota y traspasar parte de sus acciones a empresas de procedencia china e italiana y desprenderse de sus múltiples filiales nacionales y extranjeras (destacan la marca estadounidense Saturn, la marca premium Hummer y la filial sueca Saab). De este modo, 40% de la dirección y equipo operativo del coloso transnacional pasó a manos de empresas foráneas. El 60 por ciento restante quedó a disposición del gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, todo parece indicar que la administración de Obama no pretende dirigir la empresa, ni mucho menos socializar los dividendos, sino únicamente reestructurarle para dejarle nuevamente en manos de sus antiguos propietarios: la vieja fórmula de pillaje capital-Estado.
Una vez al borde de la quiebra, GM implantó una política de recuperación acelerada que se tradujo en las siguientes medidas: Despido masivo de trabajadores dentro y fuera de Estados Unidos, cierre de plantas al interior del país sede y su consecuente traslado a países que ofrecen mano de obra barata, recorte de salarios hasta de un 50% a cientos de miles de obreros, omisión desbocada de las reglamentaciones ambientales y de seguridad, reducción de los costes de producción mediante el uso de refacciones cuasi-chatarra.
Aun así, el Titanic sucumbió…
Seis conclusiones arrojan estos hechos.
Uno. Que los ajustes macroeconómicos están condicionados por la gestión capitalista de la crisis. Que en los rescates se prioriza el interés del empresario y nunca la necesidad del trabajador.
Dos. Que los países periféricos, son, y serán siempre mientras las relaciones inter-estatales no cambien drásticamente, la válvula de escape del capitalismo en crisis, pues la declinación del precio del trabajo catapulta nuevamente la cuota de ganancia industrial.
Tres. Que la competencia intercapitalista no necesariamente conduce al perfeccionamiento de los bienes que lanza al mercado. En ocasiones, la lógica de la maximización de utilidad exige el abaratamiento de la mercancía.
Cuatro. Que albergar las fábricas de las transnacionales no conduce al desarrollo o al progreso de un país, al contrario, crea inseguridad laboral y dependencia económica.
Cinco. Que las hipotéticas bondades del liberalismo económico son un espejismo.
Seis. Que, como puede observarse con el caso GM, la descomposición gradual de la estructura productiva es un axioma inexorable
Conclusión Pilón. Que el día de hoy –tal como lo indica Eduardo Galeano-, las campañas caritativas en lugar de persuadirnos de patrocinar a un niño huérfano, nos pedirán que adoptemos a un industrial o a un banquero desamparado.
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