A nadie puede
sorprender que en el inicio de este año 2014 la profundización del modelo
neoliberal en nuestro país tome fuerza. Resulta grotesco que los actores
políticos institucionales se rasguen las vestiduras con la reforma energética
cuando desde hace dos décadas la conspiración neoliberal selló la suerte de
millones de habitantes del territorio conocido como México. La venta de PEMEX
no es más que la consecuencia lógica del viraje ideológico del estado mexicano,
el cual muchos consideraron un cambio necesario para arribar a la modernidad.
El conjunto de reformas
aprobadas por los partidos en el congreso encarnan lo que, en tiempos de Thatcher
y Reagan, fue conocido como TINA (There is no alternative- No hay otra
alternativa) y que se utilizó como argumento para imponer recortes en el gasto
social, reducción de salarios reales y supresión de derechos. Con su poder de
facto, el capital internacional inició una etapa del desarrollo del capitalismo
que, a chuecas o derechas, se ha ido aplicando en todos los rincones del
planeta.
Lo que lamentablemente
se veía venir desde hace años hoy es una realidad: la venta de Telmex, CEMEX, Mexicana
de Aviación, de Luz y Fuerza del Centro, de PEMEX y CFE son parte de una misma
partitura que ha sido recreada de acuerdo a las circunstancias y posibilidades
que ofrece la coyuntura nacional y mundial. Los gobiernos del PAN intentaron
imponer las reformas sin lograrlo pero que hoy son parte del menú nacional:
aumento de impuestos, incluyendo alimentos, y desaparición de subsidios y de
derechos, que son más o menos lo mismo. Con el pretexto de moderar la contaminación
ambiental, le agregaron un impuesto a los derivados del petróleo y subieron la
electricidad; con el pretexto de combatir la obesidad, le cargaron un 8% a los
alimentos con alto contenido calórico, lo que incluye desde botanas y refrescos
hasta pastas y pan dulce, siempre tan preocupados por la salud de la población.
Lo que en el
fondo aparece es la necesidad del estado mexicano se substituir el hueco que
provocará la pérdida de las ganancias petroleras –que ahora quedarán en los
bolsillos de las corporaciones internacionales- con un aumento en la
recaudación fiscal y una reducción sustantiva de los subsidios. No pretenden
reducir el gasto corriente ni reducir las consecuencias de la corrupción y el
tráfico de influencias, ni mucho menos dejar de exentar del pago de impuestos a
los peces gordos de las corporaciones y grandes empresas sino cargarle la
factura completa a las mayorías.
Al mismo tiempo,
el poder político se centraliza (véase la reforma política) y el gasto militar aumenta.
Ambos factores son necesarios para contener el descontento popular y para
mantener la vigencia de las reformas y suprimir derechos legalmente a partir de
la aprobación de leyes y reglamentos, a pesar de marchas, cercos y protestas de
todo tipo. Todo parece ir viento en popa para los ocupantes de Los Pinos y las
loas por parte de los organismos internacionales y los países ricos son para
ellos la palmadita en la espalda que, a contrapelo del clamor del pueblo al que
dicen representar, los felicita por su valor y altura de miras y sobre todo por
las enormes ganancias que van a obtener.
La mayoría de la
población parece estar pasmada y en cierto sentido no ha logrado asumir las
consecuencias en su vida cotidiana pues, como dicen algunos líderes de opinión,
lacayos del poder, el efecto de las reformas tomará tiempo. Si bien las
consecuencias están ya a la vista de todos parece que tomará tiempo para que
los principales afectados se den cuenta del costo que van a tener que pagar.
Por ejemplo, algunas personas con las que he conversado al respecto se muestran
sorprendidas de que, en lugar de las promesas manifestadas en los espots
gubernamentales, el costo de la luz y la gasolina estén aumentando; como se
dice vulgarmente, no les ha caído el veinte. Pero además, los trabajadores de
PEMEX, CFE, SEP, por mencionar algunos, empiezan a sospechar que el empleo no
crecerá sino que disminuirá… y precisamente a su costa.
Los dueños del
poder apuestan al conformismo, seguros de que mientras la población pueda
comprar pantallas planas y automóviles a crédito las cosas no se saldrán de
control. Tal vez tengan razón, pero ¿Qué pasará cuando las deudas no pagadas
sean motivo de penas corporales, con lo que el paraíso consumista será privilegio
sólo de unos cuantos? ¿Qué pasará con todos aquellos que deberán modificar
drásticamente sus estilos de vida, decirle adiós a su flamante auto y a su casa?
Dicho en otras palabras, cuando la ilusión del progreso personal desaparezca. Y
me refiero sobre todo a la clase media aspiracional -esa que no lo es en
realidad pero que gracias al crédito cree que lo es. ¿Apoyarán un golpe de
estado para profundizar la militarización aunque ello no mejore su condición
económica o saldrán a la calle para revertir el modelo neoliberal? Usted
empobrecido lector, ¿qué haría? o mejor dicho ¿qué está haciendo?
2 comentarios:
Ayudar por ahora a los mas, a los que el neoliberalismo les ha robado la cordura, porque cosa curiosa los pobres son los que mas visitan los hospitales de salud mental...o no tan curiosa; eso a corto plazo y a largo plazo seguir caminando y tener fe en que esta gran humanidad se de cuenta de que "nosotros somos aquellos a los que hemos estado esperando" (Nación Hopi)
Si, lo que dices es terrible: la industria farmacéutica esta vendiendo antidepresivos y demas como pan caliente. El desprecio por la vida humana, el trafico de personas, de órganos de infantes, de animales representa sin duda el signo de nuestros tiempo, la locuta contemporánea.
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