Dice Ryszard Kapuscinski (polaco) que el periodista es una suerte de historiador, en tanto que relata y analiza los acontecimientos conforme ocurren: describe hechos contemporáneos con base en interpretaciones vigentes. Su labor consiste en testimoniar y proporcionar un precedente analítico para generaciones actuales y venideras: destaca hechos que condicionan el curso de la Historia… hace Historia.
Naturalmente la juventud es el segmento social más competente para advertir y precisar los cambios paulatinos que se gestan en las sociedades humanas. La vocación natural del joven es la de cuestionar todo cuanto entra en contacto con sus cinco sentidos: son piedras en bruto en constante proceso de concretarse en tanto seres pensantes. Si bien la juventud actual presenta un cuadro de atrofia mental inusitado, habría que subrayar, en mi opinión, que se trata de una condición políticamente inducida, y lo cierto es que su propensión auténtica, positiva y espontanea es la de criticar, impugnar, desafiar, maldecir, desacralizar. Por eso el viejo lo discrimina, lo sobaja, lo hace “entrar en cintura”, por incompatibilidad e incapacidad para comprenderle.
Pero si la Historia es un tren en marcha cuyo destino es inexorablemente impredecible, esto solo indica que la tarea del joven es doblemente significativa y esencial: es el exegeta por antonomasia y el agente en cuyos brazos recae la responsabilidad de otorgarle un curso plausible a la Historia.
Al decir esto, mi propósito no es otro sino aquel de provocar particularmente a los jóvenes que por disposición o vocación incursionan en este gangrenado ámbito y ejercen el ingrato oficio del periodismo. Es urgente impensar el mundo, y con él todas las categorías y conceptos hereditariamente reverenciados. Debemos reinterpretar la Historia, profanarla. Es una oportunidad única. Es solo cuestión de descubrir la posibilidad latente e indefectible que se nos presenta de transformar radicalmente la visión que ha construido de sí mismo el hombre. Suena romántico. Quizá. Pero, a mi juicio, es más romántico –ingenuo–, imaginar que las cosas tomarán un rumbo social, cultural y políticamente deseable sin una participación más activa, sustancial, herética y transgresora de la(s) juventud(es).
¡Al diablo con el viejo mundo! ¡Al diablo con la familia, el matrimonio, la nación, los héroes patrios, la religión, las ideologías, la ciencia moderna, la democracia, el academicismo, los convencionalismos, la comodidad, la seguridad, la decencia, la ambición, el estatus, el poder, el dinero, la autoridad, el éxito y demás eyaculaciones mentales!
No cabe duda que el hombre ha sufrido una regresión, una suerte de retorno a la caverna (la Historia es cíclica). Estúpido y envilecido, el hombre se ampara en subterfugios deshonrosos. Se considera creado a imagen y semejanza de un ser supra-terrenal presuntamente perfecto. Y tal presunción solo refleja su desgracia existencial. Confía ciegamente en las hipotéticas bondades del avance científico y tecnológico. Y tal confianza ciega solo refleja su ceguera ecuménica.
¡Al diablo con la Historia Sagrada y sus sucesivas versiones seculares!
Periodistas jóvenes de todos los países, os exhorto a que, sin contemplación alguna, manden a la mierda todo cuanto suene a dogma. Reinventemos la historia; reinterpretemos los hechos; interpretemos genuinamente el mundo actual; reinventémonos como especie.
Periodistas jóvenes, generaciones vigentes y futuras, jóvenes como categoría genérica, os advierto: ¡Herejía o Muerte!
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