Para Tomás Hobbes, el estado se justifica y se legitima por su eficacia para evitar la guerra de todos contra todos -que es la constante en el estado de naturaleza- lo que impide el disfrute de la propiedad. En cambio para John Locke, el estado está para garantizar el disfrute de los derechos naturales, a los cuales el ciudadano no puede renunciar, garantizando la tolerancia religiosa y la libertad para poseer propiedades sin la intervención estatal. Ambos coinciden en reconocer que el estado está obligado a mantener condiciones mínimas para el libre desarrollo de la sociedad.
Posteriormente, el pensador utilitarista Jeremías Bentahm iría más allá, afirmando que la misión del estado es realizar acciones útiles para la sociedad, abriendo el camino para la intervención del estado en la economía, sin reñir con el credo liberal clásico enarbolado por Hobbes y Locke, que limitaba al estado a ser un simple guardián del orden. Las ideas de éstos son hasta hoy el sustento del estado liberal tradicional -hoy llamado neoliberal- mientras que las del utilitarismo de Bentahm representan sin duda un antecedente central en la conformación del estado de bienestar.
El asunto es que en nuestros días, la decadencia del estado liberal y del liberalismo como ideología puede verse en México y en buena parte del mundo, sin necesidad de realizar sesudos estudios. Por un lado no consigue contener el aumento de la violencia social -lo que afecta sin duda la confianza en invertir y abrir un negocio en buena parte del territorio nacional. Pero además, de cara al enorme crecimiento de las demandas de la sociedad, el estado mexicano se muestra incapaz de atenderlas. A lo más que aspira es a quedar bien con determinados aliados temporales, internos y externos, procurando ocultar su impotencia para incidir positivamente en la realidad social.
Por todo lo anterior, hay que empezar a pensar en otras formas de organización para evitar que la muerte del estado liberal nos arrastre al fondo del pozo. La libertad, proclamada como el principio superior de la humanidad y sostén ideológico del estado liberal está cada vez más debilitado precisamente por la pérdida de la libertad del ciudadano –pérdida alentada por el estado que nació, siglos atrás, con la misión de defenderla. Vivir hoy en un estado liberal es vivir la tragedia de la criminalización de la sociedad, de la pérdida sistemática de las libertades básicas. Al final de sus días el estado liberal se repliega sobre sí mismo, devorando el valor que le dio su nombre. La víbora se muerde la cola. El estado liberal agoniza.
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