lunes, 6 de diciembre de 2010

Relato de un peque-proletario


Hace unos días, un cuate, sabedor de mi estado de proletario errabundo, me preguntó: “¿Oye cabrón, por qué no te buscas un empleo más seguro y estable?” Después de unos breves segundos de ágil reflexión, respondí: “Más bien habría que preguntarse por qué los empleadores no ofrecen condiciones de trabajo más honrosas y estables”.

En virtud de respaldar mi respuesta, me propuse exponer a mi “valedor” (epíteto de origen popular comúnmente conferido a un amigo entrañable) una serie de casos, algunos personales, otros conocidos por referencia, que ponen al descubierto las deplorables circunstancias referentes al entorno laboral del presente.

“Mira cabrón –le dije–, antes de censurar mi inestabilidad laboral, búscate un trabajo para que veas lo que es odiar a dios en tierra propia. Te voy a contar lo que en tres años de trabajo forzado -¿acaso hay otro tipo de trabajo?– he vivido y escuchado. A ver si con esto satisfago tu curiosidad pequeño-burguesa.”

Mi cuate lanzó una mirada escéptica y ligeramente altanera como para ocultar su insaciable intriga. Obviamente el gesto fue inútil. Y añadió: “Órale pues, cuéntame. A ver si como ladras, muerdes”.

“En tres años de trabajo en Xalapa –arranqué con el recuento de los daños– no he tenido un solo empleo que pague más de 10 o 12 pesos la hora. Conozco lugares en donde los empleados ganan 5 pesos la hora y los dueños del negocio justifican el salario de hambre con el argumento de que las propinas compensan la casi nula remuneración salarial. Desconozco lo que establece la ley del trabajo en lo concerniente a la jornada laboral (como si tuviera alguna utilidad saberlo), pero lo que sí sé es que, en la práctica, un empleo de tiempo completo regularmente rebasa las 60 horas de trabajo a la semana. Y eso es poco decir si uno lo compara con las jornadas de 72 horas de trabajo continuas –¡sí, continuas!– que ciertas agencias policiacas particulares como el IPAX endosan arbitrariamente a su personal. ¡Y luego dicen algunos pendejos que los mexicanos somos flojos! En los países escandinavos un empleo de tiempo completo comprende 30 horas de trabajo efectivo a la semana. Nada más. Y lo más increíble es que en Xalapa, al igual que en varias ciudades y regiones del país, los empleadores exigen a los empleados exclusividad laboral, cuando los sueldos o salarios que ofrecen no rebasan los dos mil pesos mensuales. ¡No me jodan… con dos mil pesos no come ni un perro! Pero eso no es todo –continué jadeante de encabronamiento–, además los patrones piden prestado a los trabajadores cuando alguna dificultad económica se les presenta. Pero eso sí, cuidado cuando uno se ausenta un día, por la razón que sea, plausible o no, porque inmediatamente ponen jeta de dignos y empiezan con las amenazas de despido. Y en el caso de aquellos que ganan por comisión, el despotismo laboral es aun más descarado. No se les paga ni un peso de sueldo, lo que implica no tener ingreso fijo, esto es, contingencia económica eterna. Y cuando no cumplen con las metas establecidas por la empresa, se les penaliza con recortes a sus ya de por sí miserables comisiones. El colmo del progreso: lo negrean a uno peor que un negro en el siglo XVI, nomás que ahora el sometimiento se efectúa a cambio de nada, salvo maltratos y privaciones”.

Derrotado, rendido, visiblemente destrozado, mi entrañable interlocutor apenas pudo articular una última apreciación: “En todo caso me vale una chingada que me llamen nini”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Chale... la neta si, está de la fregada para los trabajadores; nunca tanto.