“El lápiz se gasta como quien lo maneja. Lo que escribimos resulta provisional como lo que hace el lápiz. El signo de las cosas es gastarse.”
- José Emilio Pacheco, mexicano y condecorado con el “Cervantes”
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En “Soledades” por espacio no complementé la cuestión de las palabras y las cosas. Hoy lo hago: No solo se trata de repetir palabras, recitarlas y nada más, sino hay que desarrollar una memoria con letras, y una experiencia al hablar y escribir con significado. Con el lenguaje tenemos la posibilidad de nombrar las cosas con unidad multisignificativa; ejemplo: “Madre”, ¿acaso con ella, el mexicano no le otorga multiplicidad única a esta palabra: desmadre, a toda madre, en la madre…? Y dije también que el lenguaje es fuente creadora, mágico y parasemántico. En la vida diaria debemos experimentar lo grandioso que es el hablar. Y si hablamos es para descifrar el texto escrito de la realidad, siendo adecuadamente descifrado para aprender a saber leer la vida y su sentido profundo, logrando unidad en el pensar, sentir y actuar. Y aquí empiezo a tejer mi telaraña. Ojalá caigas en ella, lector.
El vivir es rueda que gira y gira como el tíbole (caballitos) de mi infancia montada en las fiestas de mi pueblo marino: Emilio Carranza, porque todo se transforma, evoluciona y muere. En ese girar nada es lineal, todo es circular: “Es como una serpiente que se muerde la cola”, simbolizando lo perecedero de nuestro existir. Y lo único que queda para siempre es el lenguaje, y con sus palabras se seguirán nombrando a las cosas, desgastándolas, por su signo, y porque todo por servir se acaba, y acaba por no servir. Cualquier principio es un gran momento, y las primeras palabras de un texto serán tan fundadoras como los ladrillos de una casa o templo.
Según los antiguos hebreos, la diversidad de las lenguas fue castigo humano, pero dios nos hizo el favor de salvarnos del aburrimiento de la lengua única. Relátote, lector, cómo se fundó el lenguaje en Paraguay: entre tanta muerte sobrevivió el nacimiento de la lengua guaraní, y con ella la palabra sagrada, y ésta cuenta que en esta tierra cantó la cigarra colorada, el verde saltamontes y la perdiz, y entonces el cedro, conmovido, desde si alma resonó su canto en lengua guaraní llamando a los primeros paraguayos. Ellos no existían: nacieron de la palabra que los nombró.
Callo para que descifres, lector, como ejercicio, fragmentado por mí, el texto “La Máquina de matar” de Pacheco, y ratifiques y rectifiques de los que he hablado en este Aquelarre: “La araña coloniza lo que tú abandonas. Lo que llamas polvo y tinieblas para la araña es jardín radiante. Cuando te abres paso a su dominio, encuentras el fruto de su acecho: el cuerpo de un insecto y su cáscara suspendida en la red. La araña le sorbió la existencia y ofrece sus despojos para atemorizar a sus vasallos. También los señores de horca y cuchillo exhibían en la plaza los restos de los insumisos. Y los nuevos verdugos propagan al amanecer en las calles o en las aguas de los ríos, el cadáver de los torturados”. ¿Con qué situación de México podrá tener relación este texto? Provócote, lector, a descifrarlo. Y de cada cual dependerá…
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