Lo cierto es que en la actualidad (la construida propiamente por la tradición occidental), el imperio de la imagen se levanta de manera solemne y gobierna soberbiamente en todas las manifestaciones y dimensiones de la cultura.
La imagen nos invade por doquier, ya sea en un transporte público o en un espectacular de azotea al cual es casi imposible no mirar; ya sea en la televisión o revistas o incluso en internet. De la imagen nadie escapa.
El lector podrá pensar que el mundo es una imagen y que éste está lleno de ellas. Así que ¿cuál es la relevancia de tan simple cuestionamiento? Efectivamente es así; pero a lo que este utopista articulista se refiere es al excesivo bombardeo de imágenes prefiguradas que a la postre constituyen lo que se llama un cliché.
Un cliché es una imagen cargada previamente de cierto prejuicio y que busca sobre todo manifestar la apariencia de tener cualidades que le pertenecen de suyo sólo por el hecho de poseer esta imagen.
Se me ocurre como ejemplo el hecho de pensar que un individuo con buen gusto en el vestir y copete llamativo sea un hombre de finas costumbres y buenas intenciones. No hay manera racional de justificar el brinco de una cosa a la otra (tampoco de distinguir qué es el buen gusto y qué es una costumbre fina).
La imagen del cliché nos es impuesta por las múltiples vías ya citadas, de manera subliminal. No constituye una opinión autentica, propia y original. No es que las imágenes en sí mismas sean negativas sino el uso y la tendencia hacia donde se orientan. En nuestras sociedades el uso del cliché es excesivo y violento; peligroso incluso pues constituye opinión.
Por tales motivos han de resultar en desconfianza las múltiples triquiñuelas y acciones efectuadas por muchos de los aspirantes a ocupar importantes cargos públicos. Cambios de peinado e imagen, altruismo televisivo de cuarta, bodas con actrices heroínas de telenovela pedorra y, aunque no tiene que ver con la imagen sí con el cliché, el uso de términos anacrónicos tales como modernidad y progreso. Por todo esto, sencillamente no les creo nada.
Otra manera de ver el ver
A propósito de la vista, curioseando un libro sobre el tarot, del teatrero, cineasta, psicoanalista (hasta chaman y otras cábulas), Alejandro Jodorowsky, encontré otra alusión importante al acto del mirar.
Nos dice Jodorowsky que si se expande el nivel de la conciencia, se aprende a apreciar en el entorno pequeños y agudos detalles que normalmente no percibe cualquiera; se agudiza pues el sentido de la vista. Podríamos decir que se vuelve uno un buen observador.
Buena falta que haría aprender a mirar. Así nos fijaríamos en detalles más allá de la corbata y la camisa fina, o a distinguir las sonrisas fingidas y las miradas furtivas de tantos aquellos que agarran tribuna para hacer promesas de campaña o alardear de logros intangibles.
Así sí notaríamos pertinentemente aquello que constantemente repetía mi abuelita (y quizá también la suya): eso de que las apariencias engañan.
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