Que me perdonen las buenas conciencias, pero no hay forma alguna en la que pueda estar de acuerdo con el obispo de Veracruz, Luis Felipe Gallardo Martí del Campo.
El jueves pasado el dirigente moral increpó contra los diputados, abonando al bastante conocido mal nombre que acompaña al puesto de legislador. Dijo textual: “los diputados federales primero deben bajarse los sueldos, renunciar a sus prerrogativas y privilegios como grupos políticos, y además, mostrar mayor interés con los problemas de la ciudadanía”.
Hasta aquí ningún problema.
Pero cuando el prelado se refirió a la propuesta del Partido de la Revolución Democrática para que las iglesias paguen más impuestos, de plano no se contuvo:
a los perredistas los calificó de ignorantes porque -dice- ellos (los curas) están dados de alta en Hacienda y pagan sus cuotas.
Es más, también dio línea a la bancada veracruzana para la agenda legislativa: “no deben proponer leyes que favorezcan a tres temas en particular: el matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto y sobre todo, lo más importante -recalcó- no tocar las limosnas.
“En cuanto a las limosnas, es como si me quisiera meter a fiscalizar a cada individuo en lo que hace con su dinero. Tú regístrate y paga tus impuestos. No tienes derecho a saber más. El como uno gasta su dinero es cosa privada de cada quien. Hay cosas fiscalizables y cosas que no. (Nota del que escribe: es más, no hay ni dios que lo pueda fiscalizar.)
“Si la misma Cámara (de diputados) está con esa especie de rechazo, no quiere que la fiscalicen, y ahora que metemos mano los ciudadanos para saber en qué se gastan el dinero, ellos es cuando comienzan a distraer la atención diciendo que paguen impuestos estos y que paguen los aquellos. Empiecen a pagar ustedes -le dice a los diputados- y no ponerse tantos privilegios que son una exageración”.
Momento. Tiene razón el cura en cuanto a los privilegios, pero no se trata de ser candil de la calle. La iglesia -sobre todo la católica- goza desde el salinismo (y aún desde la época del célebre Cárdenas) de prerrogativas suntuosas, incluso en muchos casos con cargo al erario.
Además, es ya bien conocido que las limosnas funcionan para limpiar el dinero mal habido, como dijo alguna vez el obispo de Aguascalientes y vocero del Consejo Episcopal Mexicano, Ramón Godínez -hoy en el cielo.
Me parece que si el padre quiere ayudar al pueblo, lo primero que debería hacer es pedirle que se olvidaran de las limosnas, para que El Vaticano se haga cargo de los gastos de sus empleados, y no el pueblo mexicano.
Es cierto que los diputados nos salen muy caros, pero sé con claridad el presupuesto con el que trabajan las dos cámaras legislativas de nuestro país, además de que se les puede consignar mediante un largo y complicado proceso judicial… pero se puede.
A los párrocos no hay forma alguna de fiscalizarlos, porque su dinero, más que ser divino, es secreto e intocable.
El jueves pasado el dirigente moral increpó contra los diputados, abonando al bastante conocido mal nombre que acompaña al puesto de legislador. Dijo textual: “los diputados federales primero deben bajarse los sueldos, renunciar a sus prerrogativas y privilegios como grupos políticos, y además, mostrar mayor interés con los problemas de la ciudadanía”.
Hasta aquí ningún problema.
Pero cuando el prelado se refirió a la propuesta del Partido de la Revolución Democrática para que las iglesias paguen más impuestos, de plano no se contuvo:
a los perredistas los calificó de ignorantes porque -dice- ellos (los curas) están dados de alta en Hacienda y pagan sus cuotas.
Es más, también dio línea a la bancada veracruzana para la agenda legislativa: “no deben proponer leyes que favorezcan a tres temas en particular: el matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto y sobre todo, lo más importante -recalcó- no tocar las limosnas.
“En cuanto a las limosnas, es como si me quisiera meter a fiscalizar a cada individuo en lo que hace con su dinero. Tú regístrate y paga tus impuestos. No tienes derecho a saber más. El como uno gasta su dinero es cosa privada de cada quien. Hay cosas fiscalizables y cosas que no. (Nota del que escribe: es más, no hay ni dios que lo pueda fiscalizar.)
“Si la misma Cámara (de diputados) está con esa especie de rechazo, no quiere que la fiscalicen, y ahora que metemos mano los ciudadanos para saber en qué se gastan el dinero, ellos es cuando comienzan a distraer la atención diciendo que paguen impuestos estos y que paguen los aquellos. Empiecen a pagar ustedes -le dice a los diputados- y no ponerse tantos privilegios que son una exageración”.
Momento. Tiene razón el cura en cuanto a los privilegios, pero no se trata de ser candil de la calle. La iglesia -sobre todo la católica- goza desde el salinismo (y aún desde la época del célebre Cárdenas) de prerrogativas suntuosas, incluso en muchos casos con cargo al erario.
Además, es ya bien conocido que las limosnas funcionan para limpiar el dinero mal habido, como dijo alguna vez el obispo de Aguascalientes y vocero del Consejo Episcopal Mexicano, Ramón Godínez -hoy en el cielo.
Me parece que si el padre quiere ayudar al pueblo, lo primero que debería hacer es pedirle que se olvidaran de las limosnas, para que El Vaticano se haga cargo de los gastos de sus empleados, y no el pueblo mexicano.
Es cierto que los diputados nos salen muy caros, pero sé con claridad el presupuesto con el que trabajan las dos cámaras legislativas de nuestro país, además de que se les puede consignar mediante un largo y complicado proceso judicial… pero se puede.
A los párrocos no hay forma alguna de fiscalizarlos, porque su dinero, más que ser divino, es secreto e intocable.
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