Articulista invitado
Afirmar la bondad del placer es escandaloso en Occidente,
y Fourier es realmente un autor escandaloso:
Sade y Freud confirman en cierto modo
–el modo negativo-
la visión pesimista del judeocristianismo.
y Fourier es realmente un autor escandaloso:
Sade y Freud confirman en cierto modo
–el modo negativo-
la visión pesimista del judeocristianismo.
Octavio Paz
El malestar en la cultura a distancia.
Atender para entender. Escuchar para comprender. Dejarse empapar por la palabra del que en verdad dice para no perder la humanidad. Captar el radical movimiento de aproximación del asteroide No. 433. Del verbo griego «erot-» al sustantivo latino Cupido pasando por el hijo de Afrodita; del dilectio al charitas empapados por el άγάπη; de la φιλία al έρως guiados por θεός; de Empédocles a Platón teñidos de Pitágoras; de Plutarco a Porfirio entintado de Plotino; de San Pablo y San Juan a Santo Tomás pintado de San Agustín; del clásico «Dios es amor» a la «gnosis del amor» del Leibniz entendida como: amor puro; del ama et fac quod vis al De diligendo Deo de Unamuno; del amor natural y el amor personal en Zubiri a la fenomenología de la conciencia amorosa en Xirau; del nuevo mundo amoroso de Fourier a La llama doble de Paz, por nombrar algunos, el valor semántico cuantitativo y cualitativo resulta tan complejo como basto. Desde esta plataforma resultaría completamente absurdo pensar que los acercamientos de Freud al fenómeno erótico participen de un qualitas de fundación.
El muy mentado texto “El malestar en la cultura” resulta un buen modelo de dichos acercamientos. Abordémosle con atención. En primera instancia se nos presenta una categoría más romántica que moderna: el “malestar” presupone los ejes del vórtice del pensamiento alemán del siglo XVIII. La angustia y la crítica, después y posiblemente a partir, del último gran sistema filosófico de occidente desatan toda su fuerza contra las monolíticas estructuras tanto de relación conceptual como de relación social. Poco importan los motores de admiración en Freud por el pueblo alemán; lo cierto es que Sigismund pretende tanto al paganismo como al criticismo alemán tan admirados en el siglo XIX. Prueba contundente de esto son las centrales alusiones en el texto a Schiller y Goethe. Escuchemos al segundo.
Quien posee ciencia y arte,
tiene también religión;
y quien no posee aquellos dos,
¡pues que tenga religión!
(Goethe cit. en Freud, 1986: 34)
Si bien es cierto que no será hasta “El porvenir de una ilusión” donde el checoslovaco manifieste el pobremente designado «credo de un incrédulo», la religión ya es imbuida en el ácido de la crítica. Si la reforma luterana dio a luz paganismos cristianos y cristianismos paganos a lo largo y ancho de toda Alemania, podemos ubicar, sin pretensiones taxonómicas, los movimientos del ácido freudiano en el primogénito de dicha reforma. La sustitución axiológica que encuentra Freud en esta cita, no puede sino traicionar los empeños analécticos de Goethe. Doble consecuencia: ingratitud y desvarío.
El estudio completo del instinto religioso sigue en espera de cabal compromiso. El “sentimiento oceánico” referido por Romain Rolland, es inconcebible para su amigo. “Yo no puedo descubrir en mí mismo ese sentimiento ‘oceánico’.” (Freud, 1986: 23). Esta afirmación es reveladora. Podemos encontrar en ella uno de los movimientos del “malestar”: el quid recae en el mí mismo, el laberinto y a final de cuentas la prisión del yo imposibilitan ontológicamente la vivencia de dicho sentimiento. Dudamos que la intención del autor sea la de compartir esta clave, no obstante de forma negativa la frase dispara sus alcances epistemológicos. De ella es factible deducir dos elementos: por una parte este sentimiento no se descubre en el mí mismo, y por otra parte, la experiencia del “sentimiento oceánico” radica en el seno de la alteridad, de aquello que no es yo.
Tomando en cuenta que para el romántico la angustia es fuente de religiosidad se clarifican los paroxismos «oscuros» del siglo XX, incluyendo el de Freud. Una de las consecuencias de la exaltación del solipsismo es la tergiversación en el análisis de las relaciones sociales . Precisamente la cancelación de la experiencia de la alteridad genera la disolución de la comunidad. La religión como fuente de conocimiento político y moral atañe principalmente las relaciones eróticas de una comunidad dada. No es casual pues que al interior de una ocurrencia que sólo tiene sentido en la entraña del sufrimiento, como lo es el psicoanálisis, la religión se presente desfigurada.
La religión perjudica este juego de elección y adaptación imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real, lo cual presupone el amedrentamiento de la inteligencia. (Freud, 1986: 46)
He aquí un excelente ejemplo de contaminatio, una mezcla de evidencias irrefutables con desvaríos censores. Es decir, las críticas del romanticismo al podrido sistema cristiano arrojan al occidental a condiciones innegables como la intemperie espiritual (orfandad ontológica) y una imagen de la cultura ecuménica. Presuponer que dicha crítica es aplicable a todo fenómeno religioso es en verdad un amedrentamiento de la inteligencia. He aquí la contaminatio. O excelsamente mejor dicho: “El ateísmo es una opinión muy cómoda para la ignorancia política y moral; y los que se han denominado espíritus fuertes por haber profesado el ateismo han dado muestras, por otra parte, de un genio muy débil.” (Fourier, 1974: 36). Dado esto, el presuponer la independencia teológica de los movimientos eróticos no puede más que decantar en la visión de un mundo bestial. La comunidad se fragmenta y la angustia, esa hermosa musa de los románticos, degenera en pura brutalidad. Hemos llegado a la “cultura” freudiana.
Dada la fuerza de la natura, la fragilidad del cuerpo y los constantes errores en las relaciones sociales del pueblo “civilizado”, Freud de nueva cuenta salta a lo universal; la “cultura” es asumida en relación y dependencia del “malestar”. Salto categorial: pensar que de una de las formas de organización social de un pueblo y de un tiempo determinado se sigue un principio originario ó universal. La “inclinación agresiva” es el fruto de este movimiento. Al ignorar el acontecer social, movimiento que abandona el campo de lo humano, es evidente que los encuentros en la “cultura” no sean más que una represión de instintos animales. A partir del comodín lingüístico de “pulsión” la tiniebla semántica desciende sobre el fenómeno social. “[…] no puede soslayarse la medida en que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional, el alto grado en que se basa, precisamente, en la no satisfacción (mediante sofocación, represión, ¿o qué otra cosa?) de poderosas pulsiones.” (Freud, 1986: 61). Curiosa noción de “cultura” que ignora lo comunitario.
La “inclinación agresiva” como un obstáculo para la “cultura” sitúa al sentimiento de culpa como la evidencia del “malestar”. No obstante las condiciones generadas a partir del parricidio en modo alguno implican principios originarios de agresividad y mucho menos sentimientos escencialistas de culpa. En este caso (como en muchos otros) la crítica al cristianismo sólo es una parte mas radical del mismo cristianismo ahora paganizado y/o actualizado bajo criterios especializados. La orfandad ontológica, la muerte de Dios padre, es decir, el Cristo en los olivos de Nerval, no sólo son la piedra de toque del romántico, sino la condición ontológica del pueblo occidental desde el siglo XVIII. Es innegable que una de las consecuencias de la muerte del Dios padre sea el despertar del cuerpo, cierto, no obstante no es el cuerpo animal sino el humano el que exige ser escuchado.
Precisamente de aquí se deriva una distinción tajante: el cuerpo humano no es sólo un cuerpo animal, la posibilidad de comunicación del cuerpo humano, no sólo le convierte en un eje fundado en el acontecer comunitario, sino, a saber, un constructo lingüístico. Dada esta distinción, el cuerpo humano participa de los movimientos eróticos a partir de los alcances comunicativos en tanto comunidad humana no en tanto cuerpo animal, por lo tanto: el erotismo participa del cuerpo sexuado más el cuerpo sexuado no necesariamente participa del erotismo. Es decir, el erotismo puede incluir y prescindir del cuerpo sexuado más el cuerpo sexuado no implica en modo alguno movimiento erótico da per se: lo primero incluye lo segundo pero lo segundo no incluye lo primero. La genitalidad habita en el segundo movimiento.
"Dijimos que la experiencia de que el amor sexual (genital) asegura al ser humano las más intensas vivencias de satisfacción, y en verdad le proporcionan el modelo de toda dicha, por su fuerza debía sugerirle seguir buscando la dicha para su vida en el ámbito de las relaciones sexuales, situar el erotismo genital en el centro de su vida". (Freud, 1986: 65)
La cita revela toda su contundencia. No nos queda mas que admirar el gran “descubrimiento” de Freud para la zoología. No ha de extrañarnos pues que para el autor ni todos los humanos sean dignos de amor ni su imposibilidad de comprensión del amaras a tu prójimo como a ti mismo. No obstante el nuevo salto categorial freudiano es más radical: el paso de este análisis al esencialismo, la “inclinación agresiva” en cuanto “disposición pulsional autómata” se transforma en una esencia de lo “humano”, paradójicamente nada más lejos de lo humano. Poco importa la intencionalidad del autor en la tergiversación del apotegma latino: “‘Homo homini lupus’; ¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría en poner en entre dicho tal apotegma?” (Freud, 1986: 78). Cabe resaltar la omisión de la parte sustancial de la sentencia del mercader de Plauto. Dado todo lo anterior, resulta evidente la imposibilidad epistémica del autor de concebir al hombre.
Permítasenos la traducción del apotegma, como una vía sensata para modelar dicho acontecer. Plauto en voz del mercader afirma: “[…] lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit.” (Plauto, 1986: 93). Nos alejamos de la versión de Germán Viveros en lo que respecta al novit; en cuanto al adverbio, conjunción y al adjetivo no encontramos diferencias radicales más que ligeros matices que enfaticen la intención de la idea. Tomando en cuenta que: Lobo es el hombre para el hombre, no un hombre, dado que no conoce la cualidad de la alteridad, se clarifica que la omisión de Freud no es inocente, mucho menos casual.
Ni la “pulsión de agresión” ni el “auto-aniquilamiento” son categorías que aprehendan, en modo alguno, el fenómeno cultural ni el social y mucho menos el erótico. A lo mucho, esta jerigonza modela una de las múltiples parcelas del hombre. No nos resta mas que compartir con Fourier y con Horacio nuestro repudio a la gente impía y nuestra atracción por las almas sublimes que aprehenden el aroma de lo real: el amor.
"Nos encontramos en la quintaesencia del dominio pasional, en el perfume del amor, en las llamas puras y desinteresadas que los amantes vulgares no sabrían sentir. Aquí es donde debo exclamar, con Horacio: odi profanum vulgus et arceo". (Fourier, 1972: 24)
El hombre que ha decidido ser un hombre y no una bestia, no sólo odia al vulgo impío sino les mantiene a distancia. Ahora el Eros se nos presenta como un despertar a la vida comunitaria. El ocaso de la animalidad preludia el sueño de Fourier: una política erótica. Si es verdad la afirmación de Marcuse de que “Hoy día la lucha por la vida, la lucha por Eros, es la lucha política.” (Marcuse, 1970: 147). El acontecer comunitario emerge con toda su fuerza erótica. Es tiempo de salir del amparo de lo bestial, de tensar las verdaderas fibras humanas y penetrar lo real.
El malestar en la cultura a distancia.
Atender para entender. Escuchar para comprender. Dejarse empapar por la palabra del que en verdad dice para no perder la humanidad. Captar el radical movimiento de aproximación del asteroide No. 433. Del verbo griego «erot-» al sustantivo latino Cupido pasando por el hijo de Afrodita; del dilectio al charitas empapados por el άγάπη; de la φιλία al έρως guiados por θεός; de Empédocles a Platón teñidos de Pitágoras; de Plutarco a Porfirio entintado de Plotino; de San Pablo y San Juan a Santo Tomás pintado de San Agustín; del clásico «Dios es amor» a la «gnosis del amor» del Leibniz entendida como: amor puro; del ama et fac quod vis al De diligendo Deo de Unamuno; del amor natural y el amor personal en Zubiri a la fenomenología de la conciencia amorosa en Xirau; del nuevo mundo amoroso de Fourier a La llama doble de Paz, por nombrar algunos, el valor semántico cuantitativo y cualitativo resulta tan complejo como basto. Desde esta plataforma resultaría completamente absurdo pensar que los acercamientos de Freud al fenómeno erótico participen de un qualitas de fundación.
El muy mentado texto “El malestar en la cultura” resulta un buen modelo de dichos acercamientos. Abordémosle con atención. En primera instancia se nos presenta una categoría más romántica que moderna: el “malestar” presupone los ejes del vórtice del pensamiento alemán del siglo XVIII. La angustia y la crítica, después y posiblemente a partir, del último gran sistema filosófico de occidente desatan toda su fuerza contra las monolíticas estructuras tanto de relación conceptual como de relación social. Poco importan los motores de admiración en Freud por el pueblo alemán; lo cierto es que Sigismund pretende tanto al paganismo como al criticismo alemán tan admirados en el siglo XIX. Prueba contundente de esto son las centrales alusiones en el texto a Schiller y Goethe. Escuchemos al segundo.
Quien posee ciencia y arte,
tiene también religión;
y quien no posee aquellos dos,
¡pues que tenga religión!
(Goethe cit. en Freud, 1986: 34)
Si bien es cierto que no será hasta “El porvenir de una ilusión” donde el checoslovaco manifieste el pobremente designado «credo de un incrédulo», la religión ya es imbuida en el ácido de la crítica. Si la reforma luterana dio a luz paganismos cristianos y cristianismos paganos a lo largo y ancho de toda Alemania, podemos ubicar, sin pretensiones taxonómicas, los movimientos del ácido freudiano en el primogénito de dicha reforma. La sustitución axiológica que encuentra Freud en esta cita, no puede sino traicionar los empeños analécticos de Goethe. Doble consecuencia: ingratitud y desvarío.
El estudio completo del instinto religioso sigue en espera de cabal compromiso. El “sentimiento oceánico” referido por Romain Rolland, es inconcebible para su amigo. “Yo no puedo descubrir en mí mismo ese sentimiento ‘oceánico’.” (Freud, 1986: 23). Esta afirmación es reveladora. Podemos encontrar en ella uno de los movimientos del “malestar”: el quid recae en el mí mismo, el laberinto y a final de cuentas la prisión del yo imposibilitan ontológicamente la vivencia de dicho sentimiento. Dudamos que la intención del autor sea la de compartir esta clave, no obstante de forma negativa la frase dispara sus alcances epistemológicos. De ella es factible deducir dos elementos: por una parte este sentimiento no se descubre en el mí mismo, y por otra parte, la experiencia del “sentimiento oceánico” radica en el seno de la alteridad, de aquello que no es yo.
Tomando en cuenta que para el romántico la angustia es fuente de religiosidad se clarifican los paroxismos «oscuros» del siglo XX, incluyendo el de Freud. Una de las consecuencias de la exaltación del solipsismo es la tergiversación en el análisis de las relaciones sociales . Precisamente la cancelación de la experiencia de la alteridad genera la disolución de la comunidad. La religión como fuente de conocimiento político y moral atañe principalmente las relaciones eróticas de una comunidad dada. No es casual pues que al interior de una ocurrencia que sólo tiene sentido en la entraña del sufrimiento, como lo es el psicoanálisis, la religión se presente desfigurada.
La religión perjudica este juego de elección y adaptación imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real, lo cual presupone el amedrentamiento de la inteligencia. (Freud, 1986: 46)
He aquí un excelente ejemplo de contaminatio, una mezcla de evidencias irrefutables con desvaríos censores. Es decir, las críticas del romanticismo al podrido sistema cristiano arrojan al occidental a condiciones innegables como la intemperie espiritual (orfandad ontológica) y una imagen de la cultura ecuménica. Presuponer que dicha crítica es aplicable a todo fenómeno religioso es en verdad un amedrentamiento de la inteligencia. He aquí la contaminatio. O excelsamente mejor dicho: “El ateísmo es una opinión muy cómoda para la ignorancia política y moral; y los que se han denominado espíritus fuertes por haber profesado el ateismo han dado muestras, por otra parte, de un genio muy débil.” (Fourier, 1974: 36). Dado esto, el presuponer la independencia teológica de los movimientos eróticos no puede más que decantar en la visión de un mundo bestial. La comunidad se fragmenta y la angustia, esa hermosa musa de los románticos, degenera en pura brutalidad. Hemos llegado a la “cultura” freudiana.
Dada la fuerza de la natura, la fragilidad del cuerpo y los constantes errores en las relaciones sociales del pueblo “civilizado”, Freud de nueva cuenta salta a lo universal; la “cultura” es asumida en relación y dependencia del “malestar”. Salto categorial: pensar que de una de las formas de organización social de un pueblo y de un tiempo determinado se sigue un principio originario ó universal. La “inclinación agresiva” es el fruto de este movimiento. Al ignorar el acontecer social, movimiento que abandona el campo de lo humano, es evidente que los encuentros en la “cultura” no sean más que una represión de instintos animales. A partir del comodín lingüístico de “pulsión” la tiniebla semántica desciende sobre el fenómeno social. “[…] no puede soslayarse la medida en que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional, el alto grado en que se basa, precisamente, en la no satisfacción (mediante sofocación, represión, ¿o qué otra cosa?) de poderosas pulsiones.” (Freud, 1986: 61). Curiosa noción de “cultura” que ignora lo comunitario.
La “inclinación agresiva” como un obstáculo para la “cultura” sitúa al sentimiento de culpa como la evidencia del “malestar”. No obstante las condiciones generadas a partir del parricidio en modo alguno implican principios originarios de agresividad y mucho menos sentimientos escencialistas de culpa. En este caso (como en muchos otros) la crítica al cristianismo sólo es una parte mas radical del mismo cristianismo ahora paganizado y/o actualizado bajo criterios especializados. La orfandad ontológica, la muerte de Dios padre, es decir, el Cristo en los olivos de Nerval, no sólo son la piedra de toque del romántico, sino la condición ontológica del pueblo occidental desde el siglo XVIII. Es innegable que una de las consecuencias de la muerte del Dios padre sea el despertar del cuerpo, cierto, no obstante no es el cuerpo animal sino el humano el que exige ser escuchado.
Precisamente de aquí se deriva una distinción tajante: el cuerpo humano no es sólo un cuerpo animal, la posibilidad de comunicación del cuerpo humano, no sólo le convierte en un eje fundado en el acontecer comunitario, sino, a saber, un constructo lingüístico. Dada esta distinción, el cuerpo humano participa de los movimientos eróticos a partir de los alcances comunicativos en tanto comunidad humana no en tanto cuerpo animal, por lo tanto: el erotismo participa del cuerpo sexuado más el cuerpo sexuado no necesariamente participa del erotismo. Es decir, el erotismo puede incluir y prescindir del cuerpo sexuado más el cuerpo sexuado no implica en modo alguno movimiento erótico da per se: lo primero incluye lo segundo pero lo segundo no incluye lo primero. La genitalidad habita en el segundo movimiento.
"Dijimos que la experiencia de que el amor sexual (genital) asegura al ser humano las más intensas vivencias de satisfacción, y en verdad le proporcionan el modelo de toda dicha, por su fuerza debía sugerirle seguir buscando la dicha para su vida en el ámbito de las relaciones sexuales, situar el erotismo genital en el centro de su vida". (Freud, 1986: 65)
La cita revela toda su contundencia. No nos queda mas que admirar el gran “descubrimiento” de Freud para la zoología. No ha de extrañarnos pues que para el autor ni todos los humanos sean dignos de amor ni su imposibilidad de comprensión del amaras a tu prójimo como a ti mismo. No obstante el nuevo salto categorial freudiano es más radical: el paso de este análisis al esencialismo, la “inclinación agresiva” en cuanto “disposición pulsional autómata” se transforma en una esencia de lo “humano”, paradójicamente nada más lejos de lo humano. Poco importa la intencionalidad del autor en la tergiversación del apotegma latino: “‘Homo homini lupus’; ¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría en poner en entre dicho tal apotegma?” (Freud, 1986: 78). Cabe resaltar la omisión de la parte sustancial de la sentencia del mercader de Plauto. Dado todo lo anterior, resulta evidente la imposibilidad epistémica del autor de concebir al hombre.
Permítasenos la traducción del apotegma, como una vía sensata para modelar dicho acontecer. Plauto en voz del mercader afirma: “[…] lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit.” (Plauto, 1986: 93). Nos alejamos de la versión de Germán Viveros en lo que respecta al novit; en cuanto al adverbio, conjunción y al adjetivo no encontramos diferencias radicales más que ligeros matices que enfaticen la intención de la idea. Tomando en cuenta que: Lobo es el hombre para el hombre, no un hombre, dado que no conoce la cualidad de la alteridad, se clarifica que la omisión de Freud no es inocente, mucho menos casual.
Ni la “pulsión de agresión” ni el “auto-aniquilamiento” son categorías que aprehendan, en modo alguno, el fenómeno cultural ni el social y mucho menos el erótico. A lo mucho, esta jerigonza modela una de las múltiples parcelas del hombre. No nos resta mas que compartir con Fourier y con Horacio nuestro repudio a la gente impía y nuestra atracción por las almas sublimes que aprehenden el aroma de lo real: el amor.
"Nos encontramos en la quintaesencia del dominio pasional, en el perfume del amor, en las llamas puras y desinteresadas que los amantes vulgares no sabrían sentir. Aquí es donde debo exclamar, con Horacio: odi profanum vulgus et arceo". (Fourier, 1972: 24)
El hombre que ha decidido ser un hombre y no una bestia, no sólo odia al vulgo impío sino les mantiene a distancia. Ahora el Eros se nos presenta como un despertar a la vida comunitaria. El ocaso de la animalidad preludia el sueño de Fourier: una política erótica. Si es verdad la afirmación de Marcuse de que “Hoy día la lucha por la vida, la lucha por Eros, es la lucha política.” (Marcuse, 1970: 147). El acontecer comunitario emerge con toda su fuerza erótica. Es tiempo de salir del amparo de lo bestial, de tensar las verdaderas fibras humanas y penetrar lo real.
1 comentario:
Des afortunadamente al igual que con el concepto Eros ay muchos otros que están igualmente mal entendidos y que en ellos se vasa nuestra sociedad.
Me gusto mucho su artículo, aunque hubo partes técnicas que me costo entender. Me gustaría indagar un poco más en el tema para poder tener una visión más amplia.
D.A.F.C.
Publicar un comentario