Creo que ha quedado claro que la redefinición de la política pasa por derribar sin miramientos las concepciones que se han venido sucediendo a lo largo de más de veinte siglos; acabar de una vez por toda con las esperanzas de que el estado y sus funcionarios son la solución al problema y verlos mejor como parte del problema; y sobre todo dejar de pensar que sólo es una cuestión de ajustes democráticos al ejercicio de gobierno.
En este sentido salta la pregunta: ¿qué impacto tendría en nuestra vida cotidiana el dejar de tener esperanzas en los ´beneficios’ de la política institucional? Al menos podría señalar dos elementos que habría que considerar. Uno sería utilizar un concepto diferente para apartarnos de la política entendida como el uso y fortalecimiento del poder. El otro consistiría en asumir que, para empezar a cambiar las cosas, habrá que dejar de seguir esperando a que alguien lo haga por nosotros, nos guíe y nos indique el camino hacia el paraíso perdido.
La propuesta de un concepto diferente resulta obligada porque, dadas las circunstancias y el enorme poder mediático de los poderosos y sus empleados al interior del estado, sería prácticamente imposible anular de un plumazo la larga tradición del significado de la política como sinónimo de poder, dominación y sometimiento. Así que para empezar se podría hablar entonces de contrapolítica. Este concepto tiene la ventaja de utilizar la inercia de la visión tradicional de la política y de su crítica directa, pues no se trata de negar las desigualdades sociales aceptándolas como una calamidad eterna e insoluble, o peor aún, caer en los brazos del escepticismo condescendiente con pretensiones filosóficas. La contrapolítica se erige entonces como el antídoto para protegernos de las falsas esperanzas excretadas por los políticos todos los días sin renunciar a concebir un mundo diferente, un mundo nuevo.
El segundo elemento que hay que incorporar a nuestra cotidianeidad es la confianza en nosotros mismos para interpretar el mundo, la emancipación de todas las interpretaciones externas a mí. Habrá que partir de la confianza en uno mismo, de la igualdad de las inteligencias que nos permitiría atrevernos a saber, tener el valor para usar la propia razón, como recomendara hace mucho tiempo el gigante Baruch Spinoza: sapere aude. Esto no quiere decir que descalifiquemos las interpretaciones de los demás sino que las pongamos en comunicación con las nuestras. Después de todo, lo que se me ocurre está en un contexto determinado y sin duda alguna influenciado por él. La clave reside en escucharnos primero a nosotros mismos, en tener confianza en nosotros en lugar de esperar que alguien se apiade de mí y me resuelva el problema.
La represión de los poderosos está sistemáticamente dirigida a aquéllos que se atreven a disentir, a pensar por sí mismos, a explicarse el mundo por sí mismos. Primero los ignora, luego los ridiculiza, los difama o los compra; si nada de eso funciona entonces simplemente los elimina. Son una amenaza inadmisible a su poder. La historia está plagada de ejemplos.
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