Una discusión que bien podríamos considerar decimonónica, no obstante el carácter dominante que asume en el siglo XX, particularmente en las postrimerías de la segunda guerra mundial, es aquella referente a la confrontación meta-teórica entre apologistas de la democracia representativa y defensores de la democracia directa. Este capítulo, máxime en la esfera académica, llegó a feliz término gracias a la amañada –aunque no por ello menos audaz– teorización exculpatoria de la representatividad, misión que aglutinó a los politólogos más distinguidos de la época, entre los que destacan figuras prominentes de la escuela jurídico-politológica italiana.
Podemos augurar, en vista de los acontecimientos sociales en curso, que está añeja discusión se reavive como punto de arranque para explicar las demandas de los múltiples movimientos civiles que han tomado por asalto las principales plazas del orbe, siendo las ciudades españolas el caso más próximo y latente.
Sin embargo, con el fin de evitar que el análisis se ciña al campo restrictivo de este esquema binario a todas luces caduco, procuremos, impregnados por el brío transformador de la desobediencia civil que cimbra al mundo (“Primavera Árabe”, “Revolución de los indignados”, “Caravana Nacional Ciudadana por la Paz con Justicia y Dignidad” etc.) conferirle un giro de 360º grados a la discusión y el análisis en puerta.
Un punto que parece esencial abordar es el de la “democracia” como concepto y modelo hasta ahora exclusivo de participación política. Cabe observar que entre la amplia gama de exigencias del Movimiento 15-M, destaca la consigna “¡Democracia Real Ya!”. Sin afán de demeritar el formidable valor del movimiento juvenil español, parece pertinente señalar, a modo de crítica constructiva, la “benignidad” de la demanda referida, pues reivindica el presupuesto opiáceo (“vaca sagrada”), del Estado de derecho burgués, la democracia. Si bien alguna vez se consideró a la religión como opio del pueblo, es preciso advertir que en la presente era, como atinadamente señaló un amigo colega, el opio del pueblo es la democracia. El poder constituido ha usurpado e incorporado a su discurso el ideal democrático, quizá reduciéndolo, es cierto, a su expresión más instrumental, la democracia electoral. (Nótese que en México el Partido de Acción Nacional –afín con las ideas del Tea Party Republicano– se considera portador de una “cultura tercamente democrática”). A juicio de un servidor, un movimiento auténtica y genuinamente transformador, debe, por una cuestión de sentido contrapolítico, impensar y rejuvenecer el lenguaje. Vale decir, que el lenguaje y su carácter transformador desempeñan un papel superlativo en una coyuntura de cambios sistémicos.
En este sentido, e insistiendo en trascender la discusión aludida, lo más apropiado en la actual coyuntura de descomposición y recomposición planetaria, es atacar integralmente los conceptos de “democracia” y “representatividad”, y configurar una propuesta universal y ascendentemente radical cuyo eje articulador sea la política de NO gobierno, NO verticalidad, NO representatividad, NO regulación de la vida a escala ampliada, en una palabra, acracia (ausencia de coerción).
Parece políticamente ineficaz exigir derechos políticos en un mundo configurado con base en el privilegio político. Quizá resulté más prudente y plausible configurar un mundo al margen de los beneficiarios del privilegio político (incluyendo sus ideales y presupuestos –democracia, representatividad etc.) y sobre la marcha ir precisando los derechos y prerrogativas –transformando a la par el lenguaje– que han de regular la vida en sociedad de hombres y mujeres, acaso en un futuro más próximo que lejano. Un universo humano en el “¡Que NO nos representen!”.
Podemos augurar, en vista de los acontecimientos sociales en curso, que está añeja discusión se reavive como punto de arranque para explicar las demandas de los múltiples movimientos civiles que han tomado por asalto las principales plazas del orbe, siendo las ciudades españolas el caso más próximo y latente.
Sin embargo, con el fin de evitar que el análisis se ciña al campo restrictivo de este esquema binario a todas luces caduco, procuremos, impregnados por el brío transformador de la desobediencia civil que cimbra al mundo (“Primavera Árabe”, “Revolución de los indignados”, “Caravana Nacional Ciudadana por la Paz con Justicia y Dignidad” etc.) conferirle un giro de 360º grados a la discusión y el análisis en puerta.
Un punto que parece esencial abordar es el de la “democracia” como concepto y modelo hasta ahora exclusivo de participación política. Cabe observar que entre la amplia gama de exigencias del Movimiento 15-M, destaca la consigna “¡Democracia Real Ya!”. Sin afán de demeritar el formidable valor del movimiento juvenil español, parece pertinente señalar, a modo de crítica constructiva, la “benignidad” de la demanda referida, pues reivindica el presupuesto opiáceo (“vaca sagrada”), del Estado de derecho burgués, la democracia. Si bien alguna vez se consideró a la religión como opio del pueblo, es preciso advertir que en la presente era, como atinadamente señaló un amigo colega, el opio del pueblo es la democracia. El poder constituido ha usurpado e incorporado a su discurso el ideal democrático, quizá reduciéndolo, es cierto, a su expresión más instrumental, la democracia electoral. (Nótese que en México el Partido de Acción Nacional –afín con las ideas del Tea Party Republicano– se considera portador de una “cultura tercamente democrática”). A juicio de un servidor, un movimiento auténtica y genuinamente transformador, debe, por una cuestión de sentido contrapolítico, impensar y rejuvenecer el lenguaje. Vale decir, que el lenguaje y su carácter transformador desempeñan un papel superlativo en una coyuntura de cambios sistémicos.
En este sentido, e insistiendo en trascender la discusión aludida, lo más apropiado en la actual coyuntura de descomposición y recomposición planetaria, es atacar integralmente los conceptos de “democracia” y “representatividad”, y configurar una propuesta universal y ascendentemente radical cuyo eje articulador sea la política de NO gobierno, NO verticalidad, NO representatividad, NO regulación de la vida a escala ampliada, en una palabra, acracia (ausencia de coerción).
Parece políticamente ineficaz exigir derechos políticos en un mundo configurado con base en el privilegio político. Quizá resulté más prudente y plausible configurar un mundo al margen de los beneficiarios del privilegio político (incluyendo sus ideales y presupuestos –democracia, representatividad etc.) y sobre la marcha ir precisando los derechos y prerrogativas –transformando a la par el lenguaje– que han de regular la vida en sociedad de hombres y mujeres, acaso en un futuro más próximo que lejano. Un universo humano en el “¡Que NO nos representen!”.
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