De visita en Las Vegas, ciudad cuyo origen nos remite a la riqueza proveniente del sector económico más redituable en México, el narcotráfico, curiosamente declarado enemigo común de los “mexicanos de bien” (sic), el Lic. Calderón, acaso contagiado por el espíritu del lema de la ciudad, What happens in Vegas stays in Vegas (“Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas) insistió, en ocasión de la Cumbre Mundial de Viajes y Turismo, que hay un problema serio de percepción sobre la delincuencia en México. (Solo faltó agregar: “Lo que pasa en México, se queda en México).
Y no obstante la intencionalidad que el aludido Licenciado –admirador del legendario mandatario alcohólico Winston Churchill– procurara imprimir a la anotación, debemos admitir cierta afinidad en relación con esta observación. En efecto, en México, sobre todo entre los estratos cuyos privilegios no se han visto seriamente afectados por la descomposición nacional, existe un problema serio de percepción sobre la delincuencia. Al igual que en Estados Unidos, país donde la doctrina del bien y el mal atesora millones de feligreses, en México, quizá con una cuota considerablemente menor de adherentes, la religión que coloca a buenos y malos en bandos opuestos y antagónicos, ha cobrado en el presente una vitalidad envidiable. En esta percepción binaria, el papel del mal recae en la delincuencia genérica, y el papel del bien, en el gobierno y el empresariado. Coincidimos con el Lic. Hinojosa, promotor entusiasta de esta visión cavernaria, en el sentido de que hay un problema serio de percepción en México.
Punto número uno: El juego de policías y ladrones, apreciablemente influido por la percepción del bien y el mal, ha traído felices horas de entretenimiento y desfogue a todos los niños mexicanos (me incluyo en la lista). En sí, el juego pierde interés cuando en la adolescencia nos percatamos, muchas veces amarga y dolorosamente, que en la vida real y mundana policías y ladrones juegan para una misma causa, en una lógica delincuencia-delincuencia (o win-win, para ilustración de los prosélitos de la economía vulgar). Nos resulta francamente desconcertante que un hombre de la edad del Lic. Hinojosa siga reproduciendo –trágicamente para los mexicanos– la lógica de un juego de niños pero con aplicación a escala político-nacional.
Punto número dos: Si los parámetros que se emplean para calificar de “delincuente” a una persona o un grupo se basan en su propensión a robar, extorsionar, violentar, en tal caso habría que decir que los primeros y más descarriados delincuentes del país se encuentran justamente en los círculos gubernamentales y empresariales. Si extendemos un poco el concepto de violencia, veremos que este fenómeno se presenta cotidianamente en las políticas de Estado y las prácticas orgánicas-internas en el centro de trabajo. En este sentido, el establecimiento de un salario de hambre es sinónimo de violencia, extorsión (máxime si se considera los sueldos desquiciados de nuestros “representantes”), así como también la negación de asistencia médica, educación, vivienda, empleo digno. Este mismo criterio aplica para los centros de trabajo y las empresas. La discriminación, la humillación, el recorte salarial cuya contrapartida es el enriquecimiento patronal desmesurado, la coacción, el acoso, son prácticas empresariales profundamente violentas que bien pudieran ser calificadas de delincuencia organizada, tan perfectamente organizada que cuenta con el amparo de la ley escrita.
Insistimos: en algo tiene razón el Lic. Calderón: en México hay un problema serio de percepción sobre la delincuencia. Sesenta millones de mexicanos, hundidos en la vorágine marginal, no me dejaran mentir.
Y no obstante la intencionalidad que el aludido Licenciado –admirador del legendario mandatario alcohólico Winston Churchill– procurara imprimir a la anotación, debemos admitir cierta afinidad en relación con esta observación. En efecto, en México, sobre todo entre los estratos cuyos privilegios no se han visto seriamente afectados por la descomposición nacional, existe un problema serio de percepción sobre la delincuencia. Al igual que en Estados Unidos, país donde la doctrina del bien y el mal atesora millones de feligreses, en México, quizá con una cuota considerablemente menor de adherentes, la religión que coloca a buenos y malos en bandos opuestos y antagónicos, ha cobrado en el presente una vitalidad envidiable. En esta percepción binaria, el papel del mal recae en la delincuencia genérica, y el papel del bien, en el gobierno y el empresariado. Coincidimos con el Lic. Hinojosa, promotor entusiasta de esta visión cavernaria, en el sentido de que hay un problema serio de percepción en México.
Punto número uno: El juego de policías y ladrones, apreciablemente influido por la percepción del bien y el mal, ha traído felices horas de entretenimiento y desfogue a todos los niños mexicanos (me incluyo en la lista). En sí, el juego pierde interés cuando en la adolescencia nos percatamos, muchas veces amarga y dolorosamente, que en la vida real y mundana policías y ladrones juegan para una misma causa, en una lógica delincuencia-delincuencia (o win-win, para ilustración de los prosélitos de la economía vulgar). Nos resulta francamente desconcertante que un hombre de la edad del Lic. Hinojosa siga reproduciendo –trágicamente para los mexicanos– la lógica de un juego de niños pero con aplicación a escala político-nacional.
Punto número dos: Si los parámetros que se emplean para calificar de “delincuente” a una persona o un grupo se basan en su propensión a robar, extorsionar, violentar, en tal caso habría que decir que los primeros y más descarriados delincuentes del país se encuentran justamente en los círculos gubernamentales y empresariales. Si extendemos un poco el concepto de violencia, veremos que este fenómeno se presenta cotidianamente en las políticas de Estado y las prácticas orgánicas-internas en el centro de trabajo. En este sentido, el establecimiento de un salario de hambre es sinónimo de violencia, extorsión (máxime si se considera los sueldos desquiciados de nuestros “representantes”), así como también la negación de asistencia médica, educación, vivienda, empleo digno. Este mismo criterio aplica para los centros de trabajo y las empresas. La discriminación, la humillación, el recorte salarial cuya contrapartida es el enriquecimiento patronal desmesurado, la coacción, el acoso, son prácticas empresariales profundamente violentas que bien pudieran ser calificadas de delincuencia organizada, tan perfectamente organizada que cuenta con el amparo de la ley escrita.
Insistimos: en algo tiene razón el Lic. Calderón: en México hay un problema serio de percepción sobre la delincuencia. Sesenta millones de mexicanos, hundidos en la vorágine marginal, no me dejaran mentir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario