lunes, 12 de julio de 2010

El arraigo 3.1416


Semana de júbilo electorero (nótese que no dije electoral). Pancartas oficiales al por mayor, pomposos salmos partidistas, fastuosos desfiles alegóricos, propaganda provocativa y sugerente, discursos y mítines teatrales, bailongos sabrosos y concurridos, publicidad en sus múltiples y variopintos rostros, entusiastas y bulliciosas masas acarreadas; dulces, camisetas, gorras, trompetas, panfletos, globos, “chicles, chocolates, paletas, cigarros, llévelo, llévelo”. ¡Un auténtico festín democrático!

Permítaseme, lector, lectora, saludarle nuevamente en mi faceta de hombre despreocupado-por-los-mal-llamados-asuntos-públicos. (El carácter privado de la “cosa pública” es un axioma, infelizmente, implacable). Y es que siempre es un privilegio dirigirme a mi gentil y solidario público conocedor (lo de “conocedor” no es gratuito: soy testigo de su inocultable erudición) en condición –acaso natural- de cronopio en ciernes.

Como ya se habrá dado cuenta, lector, el párrafo introductorio de este artículo hace clara referencia a aquellos asuntos que insinué, unos enunciados atrás, no abordar. Empero, las tentaciones de mi democrática libertad para expresarme franca y lealmente me incitan a verter unas palabras en relación con el “evento” en puerta. Y es que dicen lo peritos en Ciencia Política, que México, al igual que el resto de los países víctimas del desarrollo ajeno (léase, subdesarrollados), ha sido alcanzado por las incontenibles “olas democráticas” provenientes de las ilustres y oceánicas democracias occidentales. El presente entusiasmo electoral confirma la presunción teórica: ¡México y Veracruz se inundan con fuerza!

Pasando a los asuntos que nos apremian –acaso menos públicos, aunque no por ello menos democráticos- por 3ª ocasión (3.1416 para ser más exactos) me veo obligado a profundizar en un tema que ha sido extensamente abordado en esta digna trinchera (mundialmente conocida como La voz del Sinchi). El tema en cuestión es el arraigo.

Una de las primeras cosas que distinguí y aprecié al llegar a Xalapa, y sin duda una de las tantas que alentó mi prolongado arraigo en la ciudad, fue el ácido humor claroscuro del pueblo veracruzano: virtuoso humor que sació mi sed de risa. Precisamente en relación con el “evento” (aquel de las elecciones), un amigo xalapeñísismo hizo gala de este humor que aquí describo. Cuando le preguntaron por cual candidato votaría en los próximos comicios, el amigo aludido respondió lo siguiente (Eduardo Galeano dice que incluso en los momentos más oscuros y aciagos es de vital importancia preservar una dosis mínima de humor): “Sencillo. Votaré por el candidato que llegue con vida a las elecciones”.

Caminando de noche por las bochornosas calles de la ciudad, en compañía de un camarada (un digno “valedor”), me vino a la cabeza un poema de Pablito Neruda donde hace referencia a un pueblo que seguramente alojó al poeta, acaso por razones análogas a las de un servidor. Dejo a disposición del lector un fragmento de aquel poema:

Al pie de la colina se extiende el pueblo y siento,
sin quererlo, el rodar de los tranways urbanos:
una iglesia se eleva para clavar el viento,
pero el muy vagabundo se le va de las manos.
El pueblo es gris y triste. Si estoy ausente pienso
que la ausencia parece que lo acercara a mí.
Regreso, y hasta el cielo tiene un bostezo inmenso.
Y crece en mi alma un odio, como el de antes, intenso.
Pero ella vive aquí.

A veces el arraigo es consecuencia de las pasiones más primitivas y terrenales.

Cuando insinué que escribiría nuevamente sobre el tema del arraigo, un compañero de lucha me pidió que incluyera en el presente artículo, a modo de reflexión marginal, la siguiente apreciación: “El arraigo comienza en una bola de oro”.

Se preguntará, lector, lectora, si se trata de una jugarreta de mal gusto. La respuesta es, no. Le sugiero que medite larga y profusamente el contenido de esta reflexión. Solo le puedo dar una pista: no tiene nada de metafórico la observación de mi compañero.

Los románticos empedernidos generalmente asientan que “la vida es bella”. Si bien no estoy en completo desacuerdo con los colegas enamoradizos, lo cierto es que la vida también es intrínsecamente dura y compleja. En este sentido, me parece que cuando uno logra arraigarse en un sitio que le satisface emocional y sentimental, ya se puede hablar de una amplia ventaja con respecto a los demás (me refiero a la lucha por la supervivencia y, porque no, por la existencia). Un buen grupo de amigos, un pueblo noble y alegre, una digna enemiga (léase, musa), un buen café y un buen tabaco, son, a mi entender, motivos suficientes para decidirse por un arraigo feliz, extenso e indefinido.

Si acaso duda de mis palabras, lector, lectora, he aquí “para muestra un botón”.

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