En las aguas fangosas del paroxismo diplomático naufragan los restos descompuestos de una nación cuya soberanía ha sido honda y largamente atropellada. La insistencia en el uso retórico de los términos “cooperación bilateral” revela, en lugar de cumplir su propósito de ocultar, la naturaleza unilateral en la relaciones México-Estados Unidos. Gracias a la divulgación de los cables de Wikileaks referentes al caso mexicano, se sabe que las múltiples operaciones que realiza el país vecino en territorio nacional (ingreso intensivo de armas de alto calibre, sobrevuelos de aeronaves norteamericanas, despliegue de agentes provenientes de órganos de inteligencia estadunidense) son expresamente consentidas por el gobierno mexicano, sabedoras ambas partes del carácter violatorio de los actos. ¡Qué novedad! Esta apreciable desvalorización de la política mexicana en materia de relaciones exteriores remite a una conjetura obligada: las atribuciones de las instituciones nacionales han sido delegadas íntegramente al Departamento de Seguridad Nacional estadunidense. Típica filosofía de traspatio: se les concede a los verdugos foráneos la facultad de administrar los problemas que engendran deliberadamente en suelo ajeno.
Parece justo sumarle a esta crisis de la política exterior la crisis que atañe al ámbito político doméstico. En sus remotos orígenes, los partidos políticos fueron concebidos como organismos cuyo objeto constitutivo era canalizar por la vía institucional las demandas de los segmentos sociales que en el papel encarnaban. Por añadidura, se deduce que el leitmotiv de los partidos de izquierda gravitaba en torno a la reivindicación de los principios programáticos de las luchas sociales. En este sentido, las alianzas que se han pactado en el terreno electoral entre PRD y PAN (en el papel antagónicos) sólo reiteran el carácter fraudulento del actual sistema de partidos y la condición torcida de la democracia electoral. En suma, lo que queda expuesto es la noción equívoca, acaso espuria, de la representatividad y la clara dislocación de los órganos del Estado en relación con la sociedad.
Y para que la cuña apriete, en materia de legislación laboral los diputados del PRI y el PAN acordaron una reforma a la Ley Federal del Trabajo que, en lo sustancial, se propone anular las responsabilidades patronales en caso de despido injustificado. En este caso, el aviso de despido se convierte en una mera formalidad, en una carta certificada a lo mucho, que exime a la empresa de toda obligación para con el trabajador, confiriendo así a los inclementes circuitos de outsourcing la facultad irrestricta de administrar la vida laboral de los mexicanos. ¡Gracias, presidente del empleo!
Uno de los rubros fundamentales para el desarrollo íntegro de una sociedad es la educación, máxime la que imparte el Estado. Pero en este clima decadente, y en el contexto de un régimen político decrépito, el concepto de educación adquiere un matiz singular. Véase por ejemplo la declaración más reciente del secretario de Educación, Alonso Lujambio: “A la televisión, que muchas veces se le llama tonta, puede ser la caja más lista, el instrumento más poderoso para la educación de millones y millones de personas… No sé cuantos valores podemos estar promoviendo dentro de las telenovelas que ven millones de personas”.
Sobran las explicaciones. Quizá se trate de una autoparodia. Aunque es francamente probable que no, pues es de todos sabido que los panistas conciben a Chabelo como figura clave para el desarrollo cultural y educativo del país. Ni hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario