El día de ayer por la mañana, tiempo de México, aviones militares franceses iniciaron el bombardeo sobre territorio libio, con el objetivo de “evitar los ataques” del Ejército de Libia sobre la población civil de ese país. En pocas horas se les unieron fuerzas británicas y estadounidenses, dando inicio así a una nueva intervención militar, ahora en territorio africano, cuyo desenlace, desafortunadamente, no es muy difícil de prever.
Todo parece indicar que la guerra en Libia seguirá el mismo camino que las de Afganistán e Iraq. Después de 10 y 8 años de guerra, respectivamente, la situación en ambos países no mejora en ningún sentido: la violencia sólo parece ir en aumento, siendo el año pasado el que mayor número de muertes civiles registró. Los pocos que se han visto beneficiados en ambos conflictos no son precisamente ni la población afgana ni iraquí, sino aquellos que hacen de la guerra un gran negocio: las grandes corporaciones armamentísticas y petroleras y los dueños del negocio de la reconstrucción. La guerra en Libia parece seguir el mismo formato de las anteriormente mencionadas, y por tanto, parece tener el mismo destino.
Experiencias anteriores nos han enseñado las condiciones previas que requiere tener una nación para ser invadida, y que la “comunidad internacional” vea con buenos ojos dicha intervención: en primer lugar, es necesario que el territorio en cuestión sea rico en hidrocarburos, que de preferencia hayan sido nacionalizados. Es necesario también un proceso de demonización del líder en cuestión por parte de las agencias internacionales de “información”. Por último, se debe lograr que el Consejo de Seguridad de la ONU legitime las acciones bélicas. Nótese que este último requisito es opcional, y en caso de no obtenerse, Estados Unidos y la OTAN pueden decidir que la paz del mundo está en sus manos y tomar acción por cuenta propia (Iraq, 2003).
Libia cumplió formalmente con todas las condiciones mencionadas anteriormente, por lo que la invasión era inminente. En esta ocasión, los Estados Unidos han dejado, al menos públicamente, que Francia tome el papel de liderazgo en las acciones. Hasta el momento, Obama mantiene que no mandará tropas terrestres a suelo libio. Parecen creer que los bombardeos, que son precisamente las acciones con mayor “daño colateral” (entiéndase muerte de civiles inocentes), serán suficientes para remover a Gadafi del poder.
El principal argumento esgrimido contra el régimen de Gadafi es el ataque indiscriminado que realizaba en contra de sus ciudadanos. Bajo esta tesis, seguramente pasarán pocas horas para que las fuerzas del bien encabezadas por los Estados Unidos comiencen los bombardeos en Israel por atacar a la población civil palestina, ¿no?
¿Por qué la “comunidad internacional” no actuó con la misma celeridad cuando los gobiernos de Egipto y Túnez reprimían a sus pueblos? O en verdad vamos a creer que sólo el gobierno libio y Gadafi han reaccionado de manera violenta, mientras que los presidentes tunecino y egipcio dejaron el poder sin chistar después de ver manifestarse la voluntad de sus ciudadanos.
La prensa internacional nos presenta una falsa disyuntiva: o se interviene militarmente en Libia, o el régimen de Gadafi terminará por exterminar a los rebeldes cometiendo crímenes de lesa humanidad. La realidad es que la guerra que inició el día de ayer será igualmente violenta que las tropas de Gadafi, y terminará con lo poco que quedaba de soberanía en el país africano. No se trata de defender a Gadafi, quién en las últimas horas se comparaba con Franco, sino de denunciar el cinismo y la franca manipulación que, de la mano de los medios de comunicación más importantes, llevar a cabo los gobiernos más poderosos del mundo, con el afán de justificar una invasión cuyos objetivos reales pasan por garantizar el suministro de combustibles e intentar estabilizar una región de fundamental trascendencia geopolítica.
“Le deseo a Libia algo mejor que Gadafi. Y a la bota extranjera que la humille le deseo un Vietnam”, escribía el día de ayer en su blog el compositor cubano Silvio Rodríguez. Desafortunadamente, lo que le espera a Libia tras esta invasión no es exactamente paz, libertad y democracia. La guerra no se detiene con una mayor, ni se va a liberar a un pueblo a base de bombardeos. Menos cuando estos huelen a petróleo.
Todo parece indicar que la guerra en Libia seguirá el mismo camino que las de Afganistán e Iraq. Después de 10 y 8 años de guerra, respectivamente, la situación en ambos países no mejora en ningún sentido: la violencia sólo parece ir en aumento, siendo el año pasado el que mayor número de muertes civiles registró. Los pocos que se han visto beneficiados en ambos conflictos no son precisamente ni la población afgana ni iraquí, sino aquellos que hacen de la guerra un gran negocio: las grandes corporaciones armamentísticas y petroleras y los dueños del negocio de la reconstrucción. La guerra en Libia parece seguir el mismo formato de las anteriormente mencionadas, y por tanto, parece tener el mismo destino.
Experiencias anteriores nos han enseñado las condiciones previas que requiere tener una nación para ser invadida, y que la “comunidad internacional” vea con buenos ojos dicha intervención: en primer lugar, es necesario que el territorio en cuestión sea rico en hidrocarburos, que de preferencia hayan sido nacionalizados. Es necesario también un proceso de demonización del líder en cuestión por parte de las agencias internacionales de “información”. Por último, se debe lograr que el Consejo de Seguridad de la ONU legitime las acciones bélicas. Nótese que este último requisito es opcional, y en caso de no obtenerse, Estados Unidos y la OTAN pueden decidir que la paz del mundo está en sus manos y tomar acción por cuenta propia (Iraq, 2003).
Libia cumplió formalmente con todas las condiciones mencionadas anteriormente, por lo que la invasión era inminente. En esta ocasión, los Estados Unidos han dejado, al menos públicamente, que Francia tome el papel de liderazgo en las acciones. Hasta el momento, Obama mantiene que no mandará tropas terrestres a suelo libio. Parecen creer que los bombardeos, que son precisamente las acciones con mayor “daño colateral” (entiéndase muerte de civiles inocentes), serán suficientes para remover a Gadafi del poder.
El principal argumento esgrimido contra el régimen de Gadafi es el ataque indiscriminado que realizaba en contra de sus ciudadanos. Bajo esta tesis, seguramente pasarán pocas horas para que las fuerzas del bien encabezadas por los Estados Unidos comiencen los bombardeos en Israel por atacar a la población civil palestina, ¿no?
¿Por qué la “comunidad internacional” no actuó con la misma celeridad cuando los gobiernos de Egipto y Túnez reprimían a sus pueblos? O en verdad vamos a creer que sólo el gobierno libio y Gadafi han reaccionado de manera violenta, mientras que los presidentes tunecino y egipcio dejaron el poder sin chistar después de ver manifestarse la voluntad de sus ciudadanos.
La prensa internacional nos presenta una falsa disyuntiva: o se interviene militarmente en Libia, o el régimen de Gadafi terminará por exterminar a los rebeldes cometiendo crímenes de lesa humanidad. La realidad es que la guerra que inició el día de ayer será igualmente violenta que las tropas de Gadafi, y terminará con lo poco que quedaba de soberanía en el país africano. No se trata de defender a Gadafi, quién en las últimas horas se comparaba con Franco, sino de denunciar el cinismo y la franca manipulación que, de la mano de los medios de comunicación más importantes, llevar a cabo los gobiernos más poderosos del mundo, con el afán de justificar una invasión cuyos objetivos reales pasan por garantizar el suministro de combustibles e intentar estabilizar una región de fundamental trascendencia geopolítica.
“Le deseo a Libia algo mejor que Gadafi. Y a la bota extranjera que la humille le deseo un Vietnam”, escribía el día de ayer en su blog el compositor cubano Silvio Rodríguez. Desafortunadamente, lo que le espera a Libia tras esta invasión no es exactamente paz, libertad y democracia. La guerra no se detiene con una mayor, ni se va a liberar a un pueblo a base de bombardeos. Menos cuando estos huelen a petróleo.
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