Cualquier apreciación apocalíptica referente al presente no es mera casualidad. Justamente en el contexto de una crisis sistémica cuya manifestación más trascendente es la insurrección generalizada en el África septentrional, y la consiguiente proximidad del exorbitado aumento del petróleo, el mundo se enfrenta a un nuevo desafío: la hecatombe nuclear en Japón (léase el accidente sucedido en la central nuclear de Fukushima; que no se confunda con Nagasaki o Hiroshima, aunque sin duda resulta paradójico que después de la genocida ofensiva nuclear en contra del pueblo japonés, en el presente este tipo de energía constituya una fuente cardinal de suministro energético en el país nipón).
En un primer momento, se nos dijo que la energía nuclear –o energía atómica– resolvería las dificultades que acusan las sociedades en materia de energía. Y si bien es cierto que ésta ha ido reemplazando gradualmente a los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural), principalmente en la generación de energía eléctrica, lo cierto es que los argumentos esgrimidos en su favor se han ido desmantelando con el curso de los acontecimientos (la actual tragedia en Japón será un factor de indudable perjuicio para la causa nuclear). Si un país como Japón, con recursos logísticos y de infraestructura de primera mano, ha sido incapaz de contener una crisis radioactiva cuyo origen se debió a un fenómeno natural extrínseco al control humano, no es difícil imaginar que un país con muchos menos recursos desaparezca del mapa a causa de un desastre natural-nuclear, incluso de menores dimensiones. (Datos marginales: en el mundo existen poco más de 400 centrales nucleares; en México se tiene previsto construir 10 plantas nucleoeléctricas para el 2028).
Además, lo que pocas veces se dice o mejor dicho se oculta, es que la energía atómica es insostenible en el mediano-largo plazo. Uno, porque no es ilimitada, ya que depende de un combustible escaso (uranio). Y dos, porque los desechos radioactivos erosionan el medio ambiente.
Tristemente, los esfuerzos para el desarrollo de nuevas modalidades de producción energética son virtualmente nulos. De acuerdo con especialistas del Instituto Politécnico Nacional (IPN) el uso de energía nuclear se multiplicará en el futuro, en lugar de reducirse, no obstante la dramática situación que en el presente enfrenta la segunda potencia mundial: “Debemos reconocer que la humanidad aún no tiene muchas opciones para no depender del petróleo como abastecedor masivo de energía. Todo indica que en los próximos anos seguirá creciendo nuestra dependencia a las plantas nucleares (La Jornada)”.
Nótese el uso de los términos “abastecedor masivo”. ¿No será que en esa ambición de producir intensivamente radique el principio de la producción energética desregulada, incontrolada y altamente peligrosa?
En efecto, mientras las sociedades de consumo continúen su curso derrochador, difícilmente habrá forma de hacer frente a eso que los especialistas y los gobiernos denominan “necesidades energéticas”.
¿Y si cambiáramos nuestro estilo de vida? Curiosamente pocos se plantean esta alternativa.
Parece que el desarrollo de energía renovable, como la eólica y solar, es una necesidad inaplazable. Quienes centralizan la producción de energía quizá no piensen igual, ya que la robustez de sus ganancias está supeditada a la condición no renovable de la energía predominante.
Empero, todo indica –y quizá se trate de una fútil sospecha– que la amenaza más latente para la preservación de la especie humana es la evolución de la energía nuclear, bien sea con fines bélicos o, como se ha visto, “pacíficos”.
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