1988. El Partido Revolucionario Institucional triunfa en los comicios federales en medio de un proceso electoral plagado de controversias. Inicia la era Salinas de Gortari. (Todavía a la fecha se especula que la victoria fue para el candidato opositor, Cuauhtémoc Cárdenas). En el tenor de la agitación postelectoral, diversas figuras prominentes del longevo partido oficial y militantes de diversos partidos de izquierda acuerdan la formación de un nuevo partido cuyo propósito consiste en aglutinar a las fuerzas políticas marginales. Nace el PRD. El episodio más destacado de la administración salinista: la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y la consiguiente reforma al artículo 27 constitucional (privatización de las tierras ejidales), entre cuyas desastrosas consecuencias sobresale el irrefrenable desmantelamiento patrimonial del país. Desaparición de más de 500 disidentes políticos.
1994. Después del asesinato del candidato electo del PRI para la Presidencia, Luis Donaldo Colosio, el Presidente en turno elige a Ernesto Zedillo como reemplazo obligado. Una vez más el signo de la polémica se hace presente en los comicios. El candidato priista gana las elecciones con aplastante mayoría. El capítulo más conocido de este sexenio fue el tremendo desfalco nacional que supuso la conversión del rescate bancario en deuda pública. Omisión de las demandas de los indígenas zapatistas. Masacre de Acteal.
2000. Alternancia simulada en el Poder. Parafernalia discursiva referente a la transición. El Partido de Acción Nacional arriba a los pinos (hoy “los vinos”) de la mano de su prohombre, Vicente Fox Quesada, ex gerente ejecutivo de la Coca Cola a escala continental. Administración del país al estilo de una empresa. Rasgos distintivos del Ejecutivo Federal: humor involuntario; oquedad de su discurso. (Frases inmortales de Vicente Fox: “Y yo porqué”; “Nos engañaron como viles chinos”; “Comes y te vas”, y un largo etc.). Entre los innumerables capítulos censurables de su gestión destaca el conflicto por el proyecto del aeropuerto de Texcoco que más tarde desataría los violentos enfrentamientos entre las fuerzas del (des)orden y los habitantes de San Salvador Atenco cuyo saldo vale la pena recordar: dos adolescentes muertos, decenas de heridos, violaciones y abusos sexuales, detenciones arbitrarias.
2006. La misma gata nomás que revolcada. Elecciones impregnadas con su respectiva cuota de escepticismo y frustración. Confirmación de un nuevo atraco electoral. Presidente “electo” (nótese el entrecomillado) ávido de legitimación. Configuración de una infame prosa belicista. Promoción de una baño nacional de sangre. Creciente injerencia de Estados Unidos en los asuntos nacionales. Gestación, vía el flamante cónsul norteamericano en México, Carlos Pascual (aquel que Felipe Calderón cínicamente censurara: “Tenemos una expresión en México, y dice: ‘no me ayudes compadre’”) de un Estado de Guerra sin precedentes. Intromisión deliberada e insistente del Ejecutivo en los asuntos político-electorales. (No obstante el desastroso desempeño de su mandato, Calderón exhortó a sus correligionarios a conservar el poder. Por cierto, llama la atención el desmedido despliegue de militares en la sede nacional del PAN durante la sesión referida. Comentario marginal: Felipe, tenemos una expresión en México, y dice: ‘el que nada debe nada teme’). Página destacada de la administración calderonista: 36 mil muertos… y contando.
2012: ¿? A que no adivina, lector.
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