Poco acostumbrado a entrar en querellas dialécticas con los colegas columnistas, en esta ocasión he de infringir este principio para sacar a luz un asunto que amerita una atención especial, que precisamente en el marco de las elecciones en puerta cobra un relieve mayúsculo: a saber, el histérico temor que provoca entre las élites y consortes, la participación de la sociedad en los asuntos públicos, no importa cuán fútil e incoloro resulte este ejercicio de derechos políticos. En México, los círculos que retienen el poder no contemplan ceder siquiera un ápice a los sectores mayoritarios de la población. La figura de López Obrador ilustra claramente este aspecto referente a la intransigencia del poder en México. Desde diversas trincheras, y con base en una baraja de tácticas manipulativas (donde ocupan un lugar privilegiado las encuestas), la elite nacional ha procurado desalentar, obsesivamente, la participación ciudadana en los próximos comicios, calculando que el “voto duro” del PRI alcance para colocar en el poder al niño de oro del grupo Atlacomulco.
Sólo en un sistema volcado al conservadurismo más reacio, derechizado hasta la médula, se puede explicar que un político de las características de AMLO, de perfil ideológicamente moderado, represente una amenaza potencialmente desestabilizadora para el orden imperante. El artículo de Ciro Gómez Leyva, que lleva por título “El final de López Obrador”, pone al descubierto la angustia latente de los sectores que preconizan subrepticiamente la “desnacionalización” de la nación, y apoyan sin recato la candidatura del abanderado priista; marioneta cuyo ventrílocuo (EE.UU.) sigilosamente se posiciona tras la parafernalia electoral. Véase el argumento marcadamente proselitista de Gómez Leyva: “Lo cierto es que [AMLO] hoy está a 34 puntos de Peña Nieto. Esa distancia… significaría unos 16 millones de votos de diferencia… Soy un fervoroso de la lógica electoral [sic]. No hay posibilidad de que remonte 34 puntos…”. Y profetiza caprichosamente: “Es el final de López Obrador. Y creo que él lo sabe”.
Un proyecto que comenzó a instrumentarse hace cerca de 30 años, sujeto a las veleidades de la potencia contigua, define todavía en la actualidad el curso de la vida pública en México. Todo aquello que se interpone en la materialización de este proyecto, aunque fuere mínimamente divergente, es objeto de las más forzadas técnicas de satanización, o bien, como deja entrever el argumento de Gómez Leyva, de manipulación. El principal depositario de esta avalancha de improperios ha sido el controvertido político tabasqueño. El credo neoliberal no acepta “rebeliones en la granja”. Andrés Manuel, un hombre que habita, como el resto de los candidatos, entre los miasmas de la descomposición institucional, liberal juarista de cuño, encarna, por increíble que parezca, un auténtico peligro para la continuidad de un proyecto regional que lidera Estados Unidos, y que México acata pasiva y servicialmente. La consigna es la misma que hace seis años: a saber, que en México la oposición nunca llegue al poder, aunque presuma de un discurso conciliatorio.
Visiblemente temerosos ante la posibilidad de que la gente salga a votar, las figuras más “preeminentes” de la opinión pública se ocupan de inyectar apatía y desincentivar a los votantes. Ya no más alocuciones difamatorias: la nueva estrategia es más “amable”, aunque no por ello menos indecorosa. Gómez Leyva es el primero en manipular la intención de voto. Nótese, por último, cuan sutilmente sepulta las aspiraciones de AMLO y sus simpatizantes: “Coincido… en que su inexorable derrota en julio no tiene por qué marcar el término de su actividad política, de su lucha social… No creo, en cambio, que las circunstancias le reserven una tercera oportunidad [¡sic!] para buscar la Presidencia de la República”.
El miedo no anda en burro, Ciro.
Sólo en un sistema volcado al conservadurismo más reacio, derechizado hasta la médula, se puede explicar que un político de las características de AMLO, de perfil ideológicamente moderado, represente una amenaza potencialmente desestabilizadora para el orden imperante. El artículo de Ciro Gómez Leyva, que lleva por título “El final de López Obrador”, pone al descubierto la angustia latente de los sectores que preconizan subrepticiamente la “desnacionalización” de la nación, y apoyan sin recato la candidatura del abanderado priista; marioneta cuyo ventrílocuo (EE.UU.) sigilosamente se posiciona tras la parafernalia electoral. Véase el argumento marcadamente proselitista de Gómez Leyva: “Lo cierto es que [AMLO] hoy está a 34 puntos de Peña Nieto. Esa distancia… significaría unos 16 millones de votos de diferencia… Soy un fervoroso de la lógica electoral [sic]. No hay posibilidad de que remonte 34 puntos…”. Y profetiza caprichosamente: “Es el final de López Obrador. Y creo que él lo sabe”.
Un proyecto que comenzó a instrumentarse hace cerca de 30 años, sujeto a las veleidades de la potencia contigua, define todavía en la actualidad el curso de la vida pública en México. Todo aquello que se interpone en la materialización de este proyecto, aunque fuere mínimamente divergente, es objeto de las más forzadas técnicas de satanización, o bien, como deja entrever el argumento de Gómez Leyva, de manipulación. El principal depositario de esta avalancha de improperios ha sido el controvertido político tabasqueño. El credo neoliberal no acepta “rebeliones en la granja”. Andrés Manuel, un hombre que habita, como el resto de los candidatos, entre los miasmas de la descomposición institucional, liberal juarista de cuño, encarna, por increíble que parezca, un auténtico peligro para la continuidad de un proyecto regional que lidera Estados Unidos, y que México acata pasiva y servicialmente. La consigna es la misma que hace seis años: a saber, que en México la oposición nunca llegue al poder, aunque presuma de un discurso conciliatorio.
Visiblemente temerosos ante la posibilidad de que la gente salga a votar, las figuras más “preeminentes” de la opinión pública se ocupan de inyectar apatía y desincentivar a los votantes. Ya no más alocuciones difamatorias: la nueva estrategia es más “amable”, aunque no por ello menos indecorosa. Gómez Leyva es el primero en manipular la intención de voto. Nótese, por último, cuan sutilmente sepulta las aspiraciones de AMLO y sus simpatizantes: “Coincido… en que su inexorable derrota en julio no tiene por qué marcar el término de su actividad política, de su lucha social… No creo, en cambio, que las circunstancias le reserven una tercera oportunidad [¡sic!] para buscar la Presidencia de la República”.
El miedo no anda en burro, Ciro.
8 comentarios:
ciro comes mierd@
Ciro Comes Mierd@
Te queda mejor ese nombre prostituto
Arsinoee soy Tu fan!!!!!!!
Qué cinismo de Ciro Gómez, tomando como referencia las encuestas de Milenio que suman 103%. Tienen miedo, efectivamente. Vaya basura de periodista
Que te crea tu abuela Ciro! porque la gente inteligente no te cree nada, ni se traga tus cuentos baratos! Dices que no eres vendido y no haces más que demostrar todo lo contrario!
pinche ciro hijo de puta un lacayo mas de telerisa
Realmente molesta la actitud poco objetiva de este periodista, quiere parecer como un profesional pero realiza sus comentarios como luego se dice "desde las vísceras". Se erige como autoridad profesional y dista mucho de serlo. Desde ahora, como muchos, dejamos de ver este canal de televisión.
El problema con todos estos periodistas viejos es que se apoderaron de los medios no por capacidad y formación sino porque en su momento era lo que habìa en materia de periodistas y conductores, ni modo hay que esperar que vayan desapareciendo y dejando el lugar a profesionales más preparados.
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