La contienda comicial se acerca a la etapa final. El auditorio ciudadano sigue con indignación las bochornosas peripecias manipulativas de comunicadores e intelectuales afiliados al Tlacatecuhtli en turno (vía nómina o prebendas metaconstitucionales). Llama la atención la desesperación que ronda en los pasillos del carcomido edificio PRIcámbrico. Dignatarios de tricolor linaje, otrora reverenciados por su presunto estoicismo, ascienden al ring ahora en condición de rudos, desprovistos de todo escrúpulo, pretensión de ecuanimidad o máscara con ínfulas de heroicidad. Exhibidos tal como son, arrastrados a un striptease involuntario, confinados en el recurso de la estadística adulterada, reducidos a esa animalidad que retrata Luis Buñuel en El secreto encanto de la burguesía, las huestes priistas e ideólogos secuaces se enfrascan en una campaña sucia que abarca una amplia gama de disparates, simulaciones y subterfugios deshonrosos. Estrategia que bastó en 2006 para amarrar el cuestionable triunfo del panismo militarista que propició el ensangrentamiento del suelo nacional. Sin embargo, en esta nueva edición comicial, la votación se les escapa de las manos. El “Yellow Submarine” (PRD) cada vez suma más prosélitos a la causa del “cambio verdadero” (slogan eficaz aunque pedestre) ya sea por convencimiento, pragmatismo, o repudio al nuevo “rostro” de la (contra) Revolución Institucional.
La sociedad en México, incluidos estratos medios tradicionalmente acomodaticios, encontró nuevos espacios (Internet) para expresar un hastío acumulado durante décadas, exacerbado por la reciente instrumentación de una guerra con objetivos inconfesables (“No creo que la guerra contra las drogas es un fracaso, tiene un propósito diferente al anunciado” –N. Chomsky), abriendo un boquete en el cerco informativo tendido por el duopolio televisivo y la prensa escrita chayotera (sobresale el caso de la OEM que preside Mario Vázquez Raña). En internet, espacio acaso menos coartado por la censura, el aspirante puntero, con amplio margen, es AMLO. En las redes sociales se confirma que la lucha por la presidencia tan sólo tiene dos candidatos reales: AMLO y EPN (aunque este último con poca o nula aceptación tangible). El hipster neoliberal, Gabriel Quadri Gordillo, brilla por su ausencia. El caballo de Troya con falda blanquiazul, Josefina Vázquez Mota, no convence ni a sus correligionarios con las incoherencias de su discurso (no sabemos si se trata de adivinanzas): “Lo mismo pero diferente”; “Renovar sin claudicar”; “Voy a ser una presidenta con falda pero con muchos pantalones [¡olé macho!]”.
Pero la prensa oficialista sigue aferrada a su último recurso: a saber, la simulación, la mentira. En no pocos medios se leen aserciones inverosímiles como las siguientes: “Vázquez Mota y López Obrador se disputan, de forma cada vez más cerrada, el segundo lugar de la contienda”; “Todas las encuestas ponen en primer lugar al candidato del PRI mientras que la pugna sigue siendo por el segundo lugar (¡sic!)”.
El sub-Marcos escribe: “Mentir en grande y hacerlo impunemente, eso es el Poder… Mentiras gigantes que incluyen acólitos y feligreses que les den validez, certeza, estatus”. En el proceso electoral en curso, el Poder actúa en cuanto Poder: miente, y procura eludir los costos de la mentira. La prensa actúa en cuanto prensa: ennoblece las “mentiras gigantes” revistiéndolas con solemnes apologías.
Al priismo le salió un absceso cancerígeno: se llama AMLO. El PAN fue más bien un reconstituyente temporal para una mal terminal, una especie de jarabe para una neumonía, nunca una alternancia. La desesperación que reina en los círculos del poder político cupular es comprensible: el 1º de julio se juegan su continuidad frente a un rival con un apoyo social visiblemente mayoritario.
Que el próximo julio no se efectúe otro fraude dependerá de la movilización ciudadana, no de las instituciones. “Que la injusticia no sea la última palabra” (Horkheimer).
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