lunes, 22 de noviembre de 2010

Centenario

Nadie niega que hace 100 años dio inicio la revolución mexicana. Es más difícil, sin embargo, llegar a una conclusión definitiva en cuanto a su culminación: ¿Se dio esta tras la promulgación de una nueva constitución en 1917? ¿Fue la fundación del PNR o la llegada de Cárdenas al poder el fin de la lucha revolucionaria? ¿Llegó la disputa realmente a un punto final?

En los discursos oficiales, revolución mexicana aún se escribe con mayúsculas. Se ha generado un culto patriótico alrededor de la misma, que poco tiene que ver con la realidad. Se nos dice que la revolución terminó con un régimen de desigualdades sociales y de autoritarismo político, pero nadie menciona que el construido posteriormente aumento esas desigualdades y volvió a utilizar las mismas fórmulas de autoritarismo.

La revolución mexicana sirvió para crear una ideología nacional, una idea que se vio reflejada en la construcción de un aparato corporativista que forzó a todos los sectores a contribuir en una dinámica de crecimiento capitalista. Por otra parte, los supuestos ideales de la revolución dieron material a cientos de discursos políticos que hasta la fecha seguimos escuchando, y a la creación de un mito que agradece a la revolución por haber traído a nuestro país la modernidad y la democracia. Hay de aquel que se atreva a cuestionar los beneficios traídos por la revolución, y criticar la democracia en estos tiempos es el equivalente de declararse un asiduo seguidor de Hitler o Stalin.

A los jóvenes, hablar de la revolución mexicana nos dice poco: si bien es cierto que gran parte de la idea de nación existente viene precisamente a partir de ella, tal parece que todos los esfuerzos de las administraciones en los últimos veinte años han estado encaminados a desbaratar dicha nación: la aplicación de políticas económicas completamente opuestas a los preceptos de soberanía nacional proclamados por los caudillos revolucionarios han quedado atrás para dar paso a los nuevos dogmas: los de liberalización de mercados, apertura de fronteras y flexibilización laboral.

El régimen revolucionario proclamaba la necesidad y la importancia de la soberanía del país. Las administraciones que nos han tocado presenciar en las últimas décadas nos han repetido hasta el cansancio que la apertura de nuestras fronteras nos hará crecer como país. En otras palabras, que vender al país poco a poco nos llevará por el mejor de los caminos.

Las condiciones laborales han ido de mal en peor: los sindicatos fueron agentes importantes en la construcción de un aparato de gobierno cuya estrategia era conjuntar esfuerzos para el crecimiento de la economía nacional Ahora, los sindicatos estorban sobremanera a las grandes compañías, sobre todo a las grandes corporaciones extranjeras, y entre peores sean las condiciones laborales, más atractivo resulta el país para la inversión.

No se trata de decir que el régimen establecido tras de la revolución llevaba el rumbo correcto en el manejo del país: simplemente que 100 años después no es necesaria una reflexión muy sesuda para darnos cuenta que hay poco que celebrar.

Hay una cifra que a base de repetición se nos ha quedado grabado, sin demasiada evidencia al respecto: la lucha revolucionaria costó un millón de vidas. Sin lugar a dudas, la mayor parte de estas no fue una consecuencia directa de las acciones de guerra propiamente hablando, sino de las precarias condiciones de vida generadas por la pobreza extrema de gran parte de la población, misma que se reflejaba en la precaria alimentación y los ambientes insalubres. Esto nos dice que las dimensiones de una guerra no se pueden medir solamente por los fallecimientos en combates directos. La guerra actual contra el narcotráfico ha costado ya miles de vidas, pero el creciente empobrecimiento de gran parte de la población se refleja también en las cifras, y el costo en términos económicos y sociales de tan absurda guerra va en aumento.

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