Impredecible. Es así como Noam Chomsky define a Donald Trump. Y es prudente el diagnóstico. Pero también es cierto que es posible discernir algunas inercias tras la toma de posesión del magnate. Las primeras decisiones de Trump al frente de la presidencia de Estados Unidos permiten responder parcialmente a la pregunta de qué significa Donald Trump para Latinoamérica. La imprevisibilidad es la realidad. La actitud –optimista o pesimista–, una posibilidad.
En otra ocasión se dijo que Hillary Clinton había sido una figura crucial en la “reducción a escombros de organismos Latinoamericanos como Unasur o Celac”, y en la “reedición de la Doctrina Monroe, [que fue] una operación que oficiaron exitosamente los demócratas”. Además, se adujo que:
“[…] con una victoria electoral de Clinton, el grado de legitimidad que conseguiría acopiar sería virtualmente ilimitado, sólo por el hecho de haber derrotado al ‘monstruoso’ Trump. No habría contrapesos gubernamentales o políticos o sociales para frenar esa agenda criminal de los grupos de poder que representa Hillary. Y todas las derechas golpistas en Latinoamérica ganarían legitimidad o credibilidad ‘democrática’ con una alianza con la dirigente demócrata. Hillary es la pieza clave que necesitan las derechas emergentes en América Latina. Con Trump no es tan factible esa pax mafiosa. La alianza con un Estados Unidos gobernado por el republicano despertaría descontento e intranquilidad social. Y naturalmente ese es un escenario indeseable para las élites latinoamericanas. El triunfo de Hillary inhibe la posibilidad de una radicalización de las agendas sociales en América Latina. Hillary es la condición de la posibilidad de alcanzar un consenso continental oligárquico, de establecer un orden regional unificado profundamente derechizado, donde la neoliberalización y la reedición de la criminal doctrina Monroe arrollarían sin obstrucciones” (http://lavoznet.blogspot.com.br/2016/05/el-rompecabezas-continental-acerca-de.html).
Decía Winston Churchill que “un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, y un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. Admito que el escenario arriba descrito para América Latina, responde a la primera actitud: es decir, la de buscar o capitalizar optimistamente –en beneficio de las luchas sociales– las fallas sísmicas de la catástrofe. Pero está prohibido ignorar el segundo escenario: el pesimista, que es la calamidad que la propia oportunidad prefigura.
Si bien una posibilidad es que el sistema en su conjunto pierda legitimidad y se habiliten-activen las fuerzas sociales civilizatorias (minorías, trabajadores, estudiantes, migrantes etc.), no es menos posible que el ascenso de Trump dispare las fuerzas anti-civilizatorias más oprobiosas e insospechadas. Es importante insistir que la reemergencia de las derechas supremacistas-nativistas en Occidente representa la posibilidad de la reemergencia del fascismo. Aún no florece el neofascismo. Pero están situados los sedimentos.
En este escenario pesimista –aunque no por ello improbable–, las derechas y oligarquías continentales apostarán por un repliegue político parcial, cómo ya están haciendo los gobiernos de México, Brasil y Argentina, e intentaran reeditar las consignas nacionalistas que en otra época orientaron el compás propagandístico de la dominación pre-neoliberal. La evidencia sugiere que abrazarán el discurso de la unidad nacional para profundizar la represión interna (persecución de la oposición política con la excusa del enemigo externo), y simultáneamente buscarán acuerdos con los damnificados del trumpismo, a fin de evitar el desmoronamiento de las élites domésticas. Incluso Mauricio Macri y Michel “Fora” Temer anunciaron recientemente la disposición de impulsar un acercamiento comercial con México y fortalecer el Mercosur (sin Venezuela, claro).
Esto de ninguna manera significa que Estados Unidos abdicará a su injerencia en la región. América Latina es el perímetro de acción convencional de Washington, históricamente. En este sentido, la combinatoria de gobiernos latinoamericanos oligárquicos con un gobierno norteamericano proteccionista, prefigura un escenario ominoso para la región: fascismo doméstico en beneficio estricto de las élites nacionales, y unilateralismo económico en beneficio estricto de las oligarquías estadunidenses reunidas alrededor de Trump. Es un recrudecimiento de la unilateralidad histórica de Estados Unidos respecto a América Latina. No es exactamente Doctrina Monroe, acaso porque a Trump no le interesa seriamente el control de los pueblos continentales. Es dumping: es decir, la pura disposición de transferir a la región los costos de la restauración supremacista.
Para documentar el optimismo, la buena noticia es que el rey está desnudo. Para documentar el pesimismo, la mala noticia es que está rabioso y delirante.
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