sábado, 13 de noviembre de 2010

¿Gracias de qué?

No será dicho nada que no haya sido ya ampliamente publicado y difundido en distintos medios de comunicación en todo el país; pero lamentablemente las protestas manifestadas no alcanzan a repercutir como se quisiera en los proyectos de nuestro gobierno, por lo que no quedara más que seguir repitiendo las quejas, sobre todo para aquellos que se empeñan en seguir dándonos atole con el dedo.

El nivel de cinismo alcanzado por nuestros políticos y gobernadores no tiene precedentes, tampoco parece tener fin ni llenadero. Las infames mentiras y fantasías que hablan de los logros y avances hacia los que nos encaminamos sólo se hacen verdad gracias a la constante repetición boletinada en medios de comunicación: “di mil veces una mentira y se convertirá en verdad”.

La verdad habla por sí sola y cada vez más la figura del político se convierte en una figura devaluada y desgastada que sólo es admirada por aquellos que al igual aspiran crecer y desarrollarse en el espinoso mundo de la política. El más claro y común ejemplo del arribismo.

La realidad nos dice otra cosa: México es un país sin un proyecto de nación, sin objetivo ni beneficio para sus ciudadanos. Mientras la gran mayoría de los países de Sudamérica han entendido que el rumbo consiste en ser económicamente independientes, México, teniendo una gran riqueza natural, sigue pensando que el beneficio consiste en dejar que alguien más lo explote y aproveche.

¿Cuándo se empezará a pensar en otros términos de producción que no sean los del capitalismo bárbaro? ¿En qué lógica económica gana más aquel que tiene materias y primas y no las transforma? ¿Acaso no es claro el ejemplo de países como China, Brasil e India que han salido adelante con el esfuerzo y el trabajo propio? ¿Por qué México se empeña en seguir un rumbo distinto?.

Súmele a los problemas económicos el grave problema de la violencia, que se desprende como consecuencia de estos. La grandiosa idea de la guerra contra el narco no deja otra cosa que pensar más que se han imitado burdamente las políticas militares de los Estados Unidos. En esta versión, claro está, enfocándose a un enemigo interno. Las ganancias sólo pueden ser patentes para la industria armamentista. El costo: Muchas vidas inocentes.

Ante este panorama nos queda claro que al servidor público le importamos poco. El burócrata se alza sobre las masas, al más puro estilo de un status ontológico medieval que nos diferencia como nobles o plebeyos. De esta manera se nos suele considerar como a cualquier puerco o res al que se puede sacrificar en el momento que sea necesario.

Guerra, hambre, desempleo, muerte, extorsión, terrorismo e indignación… ¿Qué de esto se puede agradecer?

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