Parece que la situación de creciente violencia que enfrenta el país poco afecta cuando de hacer negocios se trata. Dar una cifra exacta en cuanto al número de decesos se vuelve imposible, gracias en gran parte a la absoluta transparencia con la que se manejan las noticias en nuestro país, pero hablamos de decenas de miles de muertos en lo que va del brillante sexenio de Calderón, que en este sentido ha demostrado ser progresista como pocos.
No obstante, el Banco Mundial en su más reciente publicación del índice internacional Doing Bussines (haciendo negocios), una medición supuestamente objetiva de la actividad empresarial en cada nación del orbe, coloca a nuestro país en el envidiable lugar 35 del mundo. No parecerá mucho, pero es el mejor situado de toda Latinoamérica, por encima incluso de las llamadas potencias emergentes como Brasil, India, China y Rusia.
Aunque lo ideal sería pensar que esto es una muestra de los innegables procesos de modernización y progreso en el país y de las políticas económicas de corte neoliberal sabiamente impuestas por nuestros gobernantes, así como de la inserción de México en el panorama mundial de la economía, y una señal inequívoca de que saldremos adelante de estas crisis económica, financiera, de gobernabilidad y narcoterrorista en las que se encuentra ahogado el país en estos días, la realidad es otra bastante diferente:
El posicionamiento de México en tan prestigiada posición no es más que un indicador del arduo trabajo que en materia de política económica y fiscal han emprendido esta y las anteriores administraciones: un arduo trabajo dirigido a beneficiar y a proteger a, oh sorpresa, aquellos que poseen los recursos necesarios para invertir en el país y ven en México una posibilidad de multiplicar sus ganancias.
Y cómo no, si las prioridades de nuestros gobiernos se vuelven explícitas ante publicaciones como la que nos ocupa: los derechos de las grandes empresas transnacionales y de los pocos dueños del dinero están por encima de los derechos de los miles a los que emplean, con salarios y prestaciones, si es que hay alguna, de risa en la mayoría de los casos; la poca clase media restante en el país está obligada a cargar con el grueso de las recaudaciones fiscales, mientras que aquellos privilegiados gozan de grandes concesiones en la materia, todo en aras de la nueva panacea universal: el crecimiento económico.
Un breve ejemplo: el Banco Mundial afirma que uno de los grandes aciertos de la administración de Calderón es la liquidación de aquella empresa anquilosada, corrupta e ineficiente que era Luz y Fuerza del Centro, junto a su sindicato igualmente corrupto, caciquil y alcahuete.
Puesto en otras palabras: los contratos colectivos de trabajo, como el que tenía el SME, representan un obstáculo para la explotación de los trabajadores y frenan el ritmo de ganancias que una empresa podría mantener; dejar a miles de personas sin trabajo es, bajo la óptica del Banco Mundial, evidencia irrefutable de lo bien que trabaja el gobierno mexicano. Claro está, la desaparición de Luz y Fuerza junto con su sindicato permitió un negocio de miles de millones de pesos (la concesión de una extensa red de fibra óptica que permite ofrecer los servicios de triple play, de la que seguramente algunos bolsillos salieron bastante inflados).
¡El mejor lugar de América Latina para hacer negocios! Seguramente, y no por que las pacíficas condiciones del país garanticen la seguridad de aquellos que, con ánimos emprendedores, vengan al país buscando una mina de oro. México es un buen lugar para hacer negocios, porque las decisiones que se toman en materia económica tienen un solo objetivo: garantizar que la acumulación de capital mantenga su ritmo y lo incremente de ser posible, aún sea a costa de los bolsillos de los propios mexicanos.
No obstante, el Banco Mundial en su más reciente publicación del índice internacional Doing Bussines (haciendo negocios), una medición supuestamente objetiva de la actividad empresarial en cada nación del orbe, coloca a nuestro país en el envidiable lugar 35 del mundo. No parecerá mucho, pero es el mejor situado de toda Latinoamérica, por encima incluso de las llamadas potencias emergentes como Brasil, India, China y Rusia.
Aunque lo ideal sería pensar que esto es una muestra de los innegables procesos de modernización y progreso en el país y de las políticas económicas de corte neoliberal sabiamente impuestas por nuestros gobernantes, así como de la inserción de México en el panorama mundial de la economía, y una señal inequívoca de que saldremos adelante de estas crisis económica, financiera, de gobernabilidad y narcoterrorista en las que se encuentra ahogado el país en estos días, la realidad es otra bastante diferente:
El posicionamiento de México en tan prestigiada posición no es más que un indicador del arduo trabajo que en materia de política económica y fiscal han emprendido esta y las anteriores administraciones: un arduo trabajo dirigido a beneficiar y a proteger a, oh sorpresa, aquellos que poseen los recursos necesarios para invertir en el país y ven en México una posibilidad de multiplicar sus ganancias.
Y cómo no, si las prioridades de nuestros gobiernos se vuelven explícitas ante publicaciones como la que nos ocupa: los derechos de las grandes empresas transnacionales y de los pocos dueños del dinero están por encima de los derechos de los miles a los que emplean, con salarios y prestaciones, si es que hay alguna, de risa en la mayoría de los casos; la poca clase media restante en el país está obligada a cargar con el grueso de las recaudaciones fiscales, mientras que aquellos privilegiados gozan de grandes concesiones en la materia, todo en aras de la nueva panacea universal: el crecimiento económico.
Un breve ejemplo: el Banco Mundial afirma que uno de los grandes aciertos de la administración de Calderón es la liquidación de aquella empresa anquilosada, corrupta e ineficiente que era Luz y Fuerza del Centro, junto a su sindicato igualmente corrupto, caciquil y alcahuete.
Puesto en otras palabras: los contratos colectivos de trabajo, como el que tenía el SME, representan un obstáculo para la explotación de los trabajadores y frenan el ritmo de ganancias que una empresa podría mantener; dejar a miles de personas sin trabajo es, bajo la óptica del Banco Mundial, evidencia irrefutable de lo bien que trabaja el gobierno mexicano. Claro está, la desaparición de Luz y Fuerza junto con su sindicato permitió un negocio de miles de millones de pesos (la concesión de una extensa red de fibra óptica que permite ofrecer los servicios de triple play, de la que seguramente algunos bolsillos salieron bastante inflados).
¡El mejor lugar de América Latina para hacer negocios! Seguramente, y no por que las pacíficas condiciones del país garanticen la seguridad de aquellos que, con ánimos emprendedores, vengan al país buscando una mina de oro. México es un buen lugar para hacer negocios, porque las decisiones que se toman en materia económica tienen un solo objetivo: garantizar que la acumulación de capital mantenga su ritmo y lo incremente de ser posible, aún sea a costa de los bolsillos de los propios mexicanos.
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