Resulta penoso asistir a congresos o conferencias en las que, con una erudición profunda y compromiso incuestionable, se discuten a fondo temáticas oscuras, que, entre más oscuras sean, aparentan tener un mayor nivel de relevancia y profundidad que cualquier otro discurso construido que aporte conocimiento.
Por lo general muchos de estos discursos suelen tener un valor historiográfico que bien los validaría como una pieza digna de museo; pero cuando pretenden actualizarse para ponerlos a discutir con las problemáticas actuales, tanto del pensamiento como de la sociedad, suelen no dar la talla por una cuestión precisamente de la actualidad de los fundamentos y principios sobre los que estos se construyen.
Ejemplos como éste los podemos apreciar a lo largo de la Historia del pensamiento. En concreto se me ocurre el caso de la corriente positivista, que tuvo sus orígenes en el siglo XIX. El positivismo trató encarnizadamente de fundamentar y de ser el discurso legitimador de la ciencia; todo esto con una serie de especulaciones y teorías acerca del lenguaje y los signos en concordancia con la realidad. Teorías y especulaciones que más tarde fueron rebatidas y superadas o que cayeron por su propio peso ante la incompletud e insuficiencia de sus explicaciones.
No obstante, los científicos que se dedicaron a hacer ciencia de manera experimental y no teórica lograron avances significativos. Me resulta curioso y divertido pensar en Tomas Alba Edison al pendiente de las especulaciones de los teóricos científicos para poder continuar con sus experimentos.
Pero no se trata aquí de elevar a la ciencia práctica y experimental sobre la especulativa, sino de darle relevancia y vigencia a las especulaciones y reflexiones. A pesar de las cuestiones ya señaladas aquí, las academias están llenas de teorías y teóricos anquilosados que insisten en repetir y revivir una serie de meditaciones y relatos fantasiosos que bien sirven para generar algún mito de identidad nacional, una postura política o mantener viva una ideología.
Pero cuando se les llama a cuentas, cuando se les exigen razones y argumentos para fundamentar sus postulados y teorías, no se encuentra en sus discursos ni siquiera la pretensión de discutir y abrir su dialogo hacia la periferia en que se asientan otras perspectivas que quizá argumentan con mayor precisión (Cuestión por cierto de fundamental importancia en los procederes actuales de las ciencias, sobre todo las sociales, la de abrir sus disciplinas a la interlocución con otros campos).
El resultado es una discusión críptica y exageradamente erudita, que lo único que logra es pulir los conceptos que se generan sólo en la nucleidad de su campo, pero que impactan escasa o nulamente fuera de su propio circulo. Socialmente, son pensamientos que terminan careciendo de valor.
A mi parecer, y sin pretender encontrar la piedra angular sobre la que se asiente toda reflexión digna de ser importante, un pensamiento sólido debe estar abierto en todo momento a discutir y repensar sus principios fundamentales. Es menester de toda ciencia exigir argumentos y razones, es labor fundamental. Aquel pensamiento que no se abre a repensarse y actualizarse corre el grave riesgo de no elevar el status y quedarse en el rango de ser una simple y burda fantasía.
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