Permanentemente nos debatimos entre la continuidad y la ruptura. Esta disyuntiva es un axioma universal e imperecedero: “Ser ó no ser, esa es la cuestión” (Shakespeare). A veces son las circunstancias externas, fuera del control de uno, las que obligan a quebrantar un curso de vida proyectado. Y en ocasiones uno mismo procura el cambio intencionadamente (aunque se trate de un proceso aparentemente inconsciente).
Ciertas situaciones límite, extremas, pueden provocar el aborto de la continuidad, para bien o mal. Hace unos días, en medio de una calurosa discusión sobre la lúgubre situación que vive el país, un camarada hizo una observación, a mi juicio, revolucionaria: “para como está el país, estar vivo está chido”.
Confiésole, lector, que esta acotación subvirtió el esquema de un servidor, y condujo irremediablemente a una determinación insospechada, a un vuelco brusco, a una abrupta fractura de la continuidad.
Dice por ahí un refrán que “el optimista ve en toda calamidad una oportunidad; y el pesimista ve en toda oportunidad una calamidad.” Aunque se escuche como receta de los ilustres Carlos y Cuauhtémoc (¿o acaso es uno mismo?) considero que la aseveración goza de una suerte de inmunidad frente a posibles objeciones, pues todos, más de una vez, hemos tenido la oportunidad de verificar la autenticidad de tal sentencia.
Palabras más, palabras menos. Al punto que quiero llegar es el siguiente: Hay una relación dialéctica, una reciprocidad insoslayable, una complicidad inexorable, entre la continuidad y la ruptura. El secreto consiste en no caer en la “nada”. Continuidad y ruptura. Ruptura y continuidad. Pero nunca la “nada”.
Al escribir esto me viene a la mente un fragmento de la novela del polaco Witold Gombrowicz, Cosmos, en el que uno de los personajes secundarios condensa en tres oraciones el resumen de su vida y la de aquellos que inútilmente le rodean: “En verdad ‘nada’, y precisamente eso es lo que uno hace durante toda la existencia. El hombrecito se levanta, se sienta, habla, escribe... y nada. El hombrecito compra, vende, se casa, no se casa... y nada. Sentaditintín sobre un tronquitintín... y nada. Aire.”
La comodidad es la ‘nada’; la condescendencia es la ‘nada’; el auto-engaño es la ‘nada’; el temor es la ‘nada’; la rutina ciega es la ‘nada’; la espera es la ‘nada’; un libro de auto-ayuda es la ‘nada’; un viaje todo incluido es la ‘nada’; un plan a 6 meses sin intereses es la ‘nada’; un baño con jacuzzi es la ‘nada’; un paseo dominical en el supermercado es la ‘nada’; una tarde en facebook es la ‘nada’; un espectáculo en palco es la ‘nada’; un vuelo en clase ejecutiva es la ‘nada’.
Continuidad y ruptura. El dilema es legítimo siempre y cuando esté en juego la vida, o para ser más preciso, la existencia.
Recupero las expresiones populares en la voz de una mujer anónima: “Siempre será preferible cagarla, a no intentarlo nunca”.
Continuidad y ruptura. No hay gran cosa que perder, máxime en estos tiempos decadentes y aciagos. Al final de cuentas, refinado lector, “estar vivo está chido”.
Ciertas situaciones límite, extremas, pueden provocar el aborto de la continuidad, para bien o mal. Hace unos días, en medio de una calurosa discusión sobre la lúgubre situación que vive el país, un camarada hizo una observación, a mi juicio, revolucionaria: “para como está el país, estar vivo está chido”.
Confiésole, lector, que esta acotación subvirtió el esquema de un servidor, y condujo irremediablemente a una determinación insospechada, a un vuelco brusco, a una abrupta fractura de la continuidad.
Dice por ahí un refrán que “el optimista ve en toda calamidad una oportunidad; y el pesimista ve en toda oportunidad una calamidad.” Aunque se escuche como receta de los ilustres Carlos y Cuauhtémoc (¿o acaso es uno mismo?) considero que la aseveración goza de una suerte de inmunidad frente a posibles objeciones, pues todos, más de una vez, hemos tenido la oportunidad de verificar la autenticidad de tal sentencia.
Palabras más, palabras menos. Al punto que quiero llegar es el siguiente: Hay una relación dialéctica, una reciprocidad insoslayable, una complicidad inexorable, entre la continuidad y la ruptura. El secreto consiste en no caer en la “nada”. Continuidad y ruptura. Ruptura y continuidad. Pero nunca la “nada”.
Al escribir esto me viene a la mente un fragmento de la novela del polaco Witold Gombrowicz, Cosmos, en el que uno de los personajes secundarios condensa en tres oraciones el resumen de su vida y la de aquellos que inútilmente le rodean: “En verdad ‘nada’, y precisamente eso es lo que uno hace durante toda la existencia. El hombrecito se levanta, se sienta, habla, escribe... y nada. El hombrecito compra, vende, se casa, no se casa... y nada. Sentaditintín sobre un tronquitintín... y nada. Aire.”
La comodidad es la ‘nada’; la condescendencia es la ‘nada’; el auto-engaño es la ‘nada’; el temor es la ‘nada’; la rutina ciega es la ‘nada’; la espera es la ‘nada’; un libro de auto-ayuda es la ‘nada’; un viaje todo incluido es la ‘nada’; un plan a 6 meses sin intereses es la ‘nada’; un baño con jacuzzi es la ‘nada’; un paseo dominical en el supermercado es la ‘nada’; una tarde en facebook es la ‘nada’; un espectáculo en palco es la ‘nada’; un vuelo en clase ejecutiva es la ‘nada’.
Continuidad y ruptura. El dilema es legítimo siempre y cuando esté en juego la vida, o para ser más preciso, la existencia.
Recupero las expresiones populares en la voz de una mujer anónima: “Siempre será preferible cagarla, a no intentarlo nunca”.
Continuidad y ruptura. No hay gran cosa que perder, máxime en estos tiempos decadentes y aciagos. Al final de cuentas, refinado lector, “estar vivo está chido”.
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