Las fluctuaciones económicas son marejadas imprevisibles. América corre tras de su destino material. Lleva siglos así, casi siempre más en calidad de víctima que de beneficiaria… Sin duda, se veía forzada a ello por la coyuntura internacional. Pero cuando son muchos los que corren en cadena, dándose la mano, es un factor importante pertenecer al grupo de los que van en cabeza dirigiendo el movimiento, o por el contrario, estar entre los últimos, teniendo así que dar saltos prodigiosos para acoplarse al movimiento general. (F. Braudel. Las civilizaciones actúales.. México, 1991. cap. XX)
Uno de esos ‘saltos prodigiosos’ de México para mantenerse en el sistema mundo fue la política económica de Carlos Salinas que, a finales de los años ochenta, cristalizó en el llamado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que regula y condiciona la mayoría de las operaciones comerciales de la república mexicana con el mercado internacional. El argumento de aquellos años era precisamente que México no podía quedarse fuera de la globalización, que debía abrir sus mercados al mundo para aprovechar las oportunidades.
La apertura comercial fue la expresión más clara del creciente sometimiento de los intereses nacionales a las directrices de organismos internacionales, quienes nos exigieron y exigen el desmantelamiento de nuestras economías, una vez más, como condición indispensable para volver al crecimiento. Las consecuencias entre la población son ampliamente conocidas y documentadas por organismos naciones e internacionales, incluyendo a la ONU, quien a través del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reconoce las dimensiones del problema.
Se ha comentado mucho el éxito -relativo desde mi punto de vista- del gobierno de Lula en Brasil y del enorme crecimiento económico que ha experimentado en los últimos años. Al compararlo con la economía mexicana salta a la vista que la diferencia es importante, y que en parte puede ser explicada por la diversificación de los socios comerciales del país amazónico, donde Estados Unidos no ocupa el lugar principal por mucho. En cambio nosotros estamos atados a un barco que hace agua y gracias al TLCAN y al entreguismo de nuestros gobernantes el siguiente salto será hacia el abismo, procurando amortiguar la caída de nuestros ‘socios comerciales’.
A pesar de lo anterior, distinguidos intelectuales han montado una campaña nacional para promover la idea, entre otras, de que hay que profundizar nuestras relaciones con Estado Unidos, como la solución geopolítica, para construir un futuro para México. ¿Será que no ven los signos de la decadencia estadounidense? La reconfiguración del sistema mundo es un hecho social al que conviene tomar en cuenta a la hora de pensar en el futuro que queremos. El salto que conviene dar hoy es el que nos libere de la tutela estadounidense y nos integre a la posible nueva configuración del mundo, en lugar de insistir en mantener como estratégica una relación que ha cumplido su papel histórico y que pasará a la historia con sus aciertos y sus infamias. Habrá que mirar hacia otros horizontes, habrá saltar hacia el futuro.
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