Milan Kundera dice que son los gestos pero yo creo que son los disfraces, y de entre los disfraces una falda negra con un rebozo. Porque he andado buscando el mismo disfraz por todos lados y cuántas veces se ha repetido el mundo pero nunca el disfraz.
¿Será que se repita?
Que de repente nadamás uno no puede serle fugaz a un gran encuentro o que somos tan resbaladizos que pasamos sin darnos cuenta las mejores cosas, las personas más serias.
Así el disfraz negro como que asusta a quienes lo ven de reojo y pone felices a otros sólo por el mero parecido con las más temibles fantasías de infancia de quien reconoce al disfraz como suyo.
Si nos sumáramos todos a este gran disfraz la zozobra no existiría porque todos tendríamos el disfraz para que nos protegiera, nos renovara el ánimo y así…
En una palabra, vivimos en el vacío. Como en una burbuja llena de aire, nosotros estamos llenos de vacío.
El problema es mayor en este caso: nadie se ha planteado a ciencia cierta un nuevo comienzo. Una nueva manera de hacer las cosas.
Llamarle al vino vino, y por qué no, también llamarle a todas las demás cosas por el vino. Como en la “Visión de los vencidos”:
“Y todo el pueblo estaba plenamente angustiado, padecía hambre, desfallecía de hambre. No bebían agua potable, agua limpia, sino que bebían agua de salitre. Muchos hombres murieron, murieron de resultas de disentería.
“Todo lo que se comía eran lagartijas, golondrinas, la envoltura de mazorcas, la grama salitrosa. Andaban masticando semillas de colorín y andaban masticando lirios acuáticos, y relleno de construcción, y cuero y piel de venado. Lo asaban, lo requemeban, lo tostaban, lo chamuscaban y lo comían. Algunas yerbas ásperas y aún barro.
“No hay nada como este tormento: tremendo es estar sitiado. Dominó totalmente el hambre.
“Poco a poco nos fueron repegando a las paredes, poco a poco nos fueron haciendo ir retrocendiendo”.
Siempre he padecido el terror.
No me gusta nada: es manifiesto en los moretones que misteriosamente me aparecen en la espalda. Ni siquiera acostado en una cama con los más grandes lujos posmodernos se me quitan.
Los más aterrados son los viejos. Pero sinceramente todos padecemos “atados a la gran urbe”.
¿Será que se repita?
Que de repente nadamás uno no puede serle fugaz a un gran encuentro o que somos tan resbaladizos que pasamos sin darnos cuenta las mejores cosas, las personas más serias.
Así el disfraz negro como que asusta a quienes lo ven de reojo y pone felices a otros sólo por el mero parecido con las más temibles fantasías de infancia de quien reconoce al disfraz como suyo.
Si nos sumáramos todos a este gran disfraz la zozobra no existiría porque todos tendríamos el disfraz para que nos protegiera, nos renovara el ánimo y así…
En una palabra, vivimos en el vacío. Como en una burbuja llena de aire, nosotros estamos llenos de vacío.
El problema es mayor en este caso: nadie se ha planteado a ciencia cierta un nuevo comienzo. Una nueva manera de hacer las cosas.
Llamarle al vino vino, y por qué no, también llamarle a todas las demás cosas por el vino. Como en la “Visión de los vencidos”:
“Y todo el pueblo estaba plenamente angustiado, padecía hambre, desfallecía de hambre. No bebían agua potable, agua limpia, sino que bebían agua de salitre. Muchos hombres murieron, murieron de resultas de disentería.
“Todo lo que se comía eran lagartijas, golondrinas, la envoltura de mazorcas, la grama salitrosa. Andaban masticando semillas de colorín y andaban masticando lirios acuáticos, y relleno de construcción, y cuero y piel de venado. Lo asaban, lo requemeban, lo tostaban, lo chamuscaban y lo comían. Algunas yerbas ásperas y aún barro.
“No hay nada como este tormento: tremendo es estar sitiado. Dominó totalmente el hambre.
“Poco a poco nos fueron repegando a las paredes, poco a poco nos fueron haciendo ir retrocendiendo”.
Siempre he padecido el terror.
No me gusta nada: es manifiesto en los moretones que misteriosamente me aparecen en la espalda. Ni siquiera acostado en una cama con los más grandes lujos posmodernos se me quitan.
Los más aterrados son los viejos. Pero sinceramente todos padecemos “atados a la gran urbe”.
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