Van casi tres años desde que inició la crisis económica mundial. El derrumbe del sistema económico estadounidense ha provocado bajas en la economía de numerosos países, sobre todo los que la sustentan en la industrialización. México no es una excepción.
Como era de esperarse, las soluciones por parte de los funcionarios no tardaron en darse a conocer. Se habla de reformas a la ley para promover la inversión extranjera y otras aparentes soluciones que no hacen más que redirigir el problema hacia un abismo más profundo para nuestro bienestar económico como la que anunció el secretario de Hacienda mexicano, Carstens, sobre el aumento de precio a la electricidad, el gas y otros servicios públicos.
Esas soluciones falsas, parches frágiles y por ende temporales, no han cambiado las condiciones ni el horrible panorama que enfrentan todas las economías capitalistas. Repito: México no es la excepción. La irregularidad y el descontrol de las finanzas, el imperio de la especulación financiera sobre la actividad productiva real, la abismal desigualdad y la inseguridad social, no han dejado de ser los pibotes de explotación por parte de las fuerzas empresariales y las clases oligárquicas.
Sabido es lo difícil que es proponer alternativas, es poco creíble que un día el pueblo exija cosas como la abolición de los paraísos fiscales, impuestos reales para las empresas multinacionales como Bimbo y Cocacola, y para las nacionales como Telmex; un alto a la demagojia y la negligencia, entre otras muchas medidas de prevención y de acción que en algún momento pudieron haber evitado una catástrofe social.
Es entendible que exista la amenaza fantasma de un próximo levantamiento social en el 2010, aunque quizá es una alternativa para soñadores oprimidos, el pueblo parece quedarse cada vez con menos alternativas frente al cinismo de los apoderados
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