Crisis alimentaria. Crisis inmobiliaria. Crisis financiera. Crisis bursátil. Durante el año pasado y lo que va de este hemos escuchado sin cesar comentarios sobre la temida crisis. Y al mismo tiempo, ni una sola explicación coherente acerca del por qué de la misma.
En primer lugar, hay que tener bien claro que no se trata de fenómenos distintos e independientes uno de otro. Todas y cada una de las mencionadas anteriormente son graves manifestaciones de las contradicciones intrínsecas del sistema económico mundial que nos rige actualmente.
Por ejemplo, la famosa crisis alimentaria de la que tanto se habló el año pasado, es provocada simple y sencillamente por la mercantilización desregulada de los productos alimenticios: no es que no haya alimentos suficientes, sino que la sexta parte de la población en el mundo no cuenta con los recursos para adquirir (bajo las divinas leyes de oferta y demanda) el mínimo necesario para subsistir.
La crisis financiera, por otra parte, no se trata más que del colapso de una inmensa cantidad de riqueza sin ningún sustento material: los niveles de ganancia que produce el capitalismo financiero son por mucho mayores a los que la economía real puede producir. A esto es a lo que se le llama una burbuja financiera, que como toda burbuja de cualquier naturaleza, estaba destinada a reventar en algún momento.
El aspecto global de la crisis tiene que ver con el debilitamiento de los Estados a favor de una economía de libre mercado, por lo que una crisis en el centro de actividad económica más importante del mundo (a diferencia de lo que comúnmente ocurría: efectos tequila, arroz, vodka, etcétera) repercute en mayor o menor medida en todas partes del mundo.
Ahora, ¿cuáles son las medidas que se han tomado para tratar de pasar este trago amargo? Inyectar dinero a la economía, rescatar bancos al borde de la quiebra, disminuir el impuesto al consumo para reactivar así la economía (en México, nuestros brillantes líderes piensan en aumentarlo, sólo ellos y sus conciencias sabrán por qué), etcétera. En fin, medidas puramente económicas para una crisis que va más allá de lo meramente monetario o fiscal.
Medidas que, a lo mucho, paliaran los efectos de la crisis y darán un aliento más ala economía global que conocemos hoy en día. A un sistema que, de recomponerse, lo hará a costos muy altos: desempleo, hambruna, pobreza en aumento, en fin, a cota de la exclusión de muchos para beneficio de pocos.
De ser así habrá crecimiento económico, mínimo, pero el desarrollo humano quedará olvidado en función de seguir obteniendo ganancias desmedidas.
Para salir de la crisis no basta un aumento de impuestos ni la desaparición de secretarías o programas de gobierno. No basta cobrar IVA en alimentos y medicinas. No basta que se rescaten empresas y bancos, que ‘se socialicen las perdidas y se privaticen las ganancias’.
La única salida a esta crisis es de tipo político, de tipo cultural. Implica un cambio radical en la manera en la que concebimos el mundo, en la manera en que nos relacionamos, en la manera en que intercambiamos, producimos y consumimos.
Y dicho cambia no puede provenir de otro lado más que de la sociedad en su conjunto: ningún gobierno, ninguna empresa, ningún FMI tienen en sus manos el poder (¿ni la intención?) para hacer que las cosas cambien.
En primer lugar, hay que tener bien claro que no se trata de fenómenos distintos e independientes uno de otro. Todas y cada una de las mencionadas anteriormente son graves manifestaciones de las contradicciones intrínsecas del sistema económico mundial que nos rige actualmente.
Por ejemplo, la famosa crisis alimentaria de la que tanto se habló el año pasado, es provocada simple y sencillamente por la mercantilización desregulada de los productos alimenticios: no es que no haya alimentos suficientes, sino que la sexta parte de la población en el mundo no cuenta con los recursos para adquirir (bajo las divinas leyes de oferta y demanda) el mínimo necesario para subsistir.
La crisis financiera, por otra parte, no se trata más que del colapso de una inmensa cantidad de riqueza sin ningún sustento material: los niveles de ganancia que produce el capitalismo financiero son por mucho mayores a los que la economía real puede producir. A esto es a lo que se le llama una burbuja financiera, que como toda burbuja de cualquier naturaleza, estaba destinada a reventar en algún momento.
El aspecto global de la crisis tiene que ver con el debilitamiento de los Estados a favor de una economía de libre mercado, por lo que una crisis en el centro de actividad económica más importante del mundo (a diferencia de lo que comúnmente ocurría: efectos tequila, arroz, vodka, etcétera) repercute en mayor o menor medida en todas partes del mundo.
Ahora, ¿cuáles son las medidas que se han tomado para tratar de pasar este trago amargo? Inyectar dinero a la economía, rescatar bancos al borde de la quiebra, disminuir el impuesto al consumo para reactivar así la economía (en México, nuestros brillantes líderes piensan en aumentarlo, sólo ellos y sus conciencias sabrán por qué), etcétera. En fin, medidas puramente económicas para una crisis que va más allá de lo meramente monetario o fiscal.
Medidas que, a lo mucho, paliaran los efectos de la crisis y darán un aliento más ala economía global que conocemos hoy en día. A un sistema que, de recomponerse, lo hará a costos muy altos: desempleo, hambruna, pobreza en aumento, en fin, a cota de la exclusión de muchos para beneficio de pocos.
De ser así habrá crecimiento económico, mínimo, pero el desarrollo humano quedará olvidado en función de seguir obteniendo ganancias desmedidas.
Para salir de la crisis no basta un aumento de impuestos ni la desaparición de secretarías o programas de gobierno. No basta cobrar IVA en alimentos y medicinas. No basta que se rescaten empresas y bancos, que ‘se socialicen las perdidas y se privaticen las ganancias’.
La única salida a esta crisis es de tipo político, de tipo cultural. Implica un cambio radical en la manera en la que concebimos el mundo, en la manera en que nos relacionamos, en la manera en que intercambiamos, producimos y consumimos.
Y dicho cambia no puede provenir de otro lado más que de la sociedad en su conjunto: ningún gobierno, ninguna empresa, ningún FMI tienen en sus manos el poder (¿ni la intención?) para hacer que las cosas cambien.
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