Ante el vomitivo espectáculo protagonizado por los cuerpos bufones de seguridad pública el pasado día miércoles en el aeropuerto de la ciudad de México, no resta más que decir que los clavados de Cuauhtémoc Blanco son más creíbles que la irrisoria farsa del pastor-lumpen-secuestrador-Mesías-terrorista-exdrogadicto-predicador boliviano que, según los medios de entretenimiento y distracción –no así de información-, amenazó con detonar artefactos explosivos (léase, unas latas de jumex) mientras volaban él y un centenar de pasajeros en una aeronave procedente de Cancún. De acuerdo con las inverosímiles declaraciones del “autor intelectual” del secuestro, lo único que éste pretendía era transmitir a un tal licenciado Felipe (que según fuentes cercanas a un servidor funge como presidente de la nación) un piadoso y premonitorio mensaje de amor y fraternidad. Lo que resulta realmente aterrador no es la cacareada vulnerabilidad de la seguridad, vertiente por la que algunos despistados o payasos se han ido, sino la magnitud de las marrullerías y trastadas a las que debe recurrir el gobierno de este país para desviar la atención de los mexicanos en tiempos de atracos y grandes saqueos al pueblo.
Un día antes de este patético incidente, un grupo de auténticos plagiadores que se hacen llamar representantes supremos de la Nación presentaron un flamante paquete de rescate económico como respuesta a la crisis que azota al país. Entre las “soluciones inteligentes” que formularon el gran estratega militar con aspiraciones napoleónicas que habita en los pinos y su séquito de tecnócratas emprendedores podemos destacar las siguientes: el cobro a toda la población de un nuevo impuesto del 2 por ciento a todos los bienes y servicios intercambiables, incluyendo alimentos y medicinas; aumento del ISR de 28 a 30 por ciento a personas físicas y empresas que no gocen de regímenes preferenciales (sic); incrementos mensuales a gasolina y gas; aumento a los gravámenes que ya se aplican a cervezas, licores, vinos y cigarrillos; elevación de la tasa del impuesto a los depósitos bancarios en efectivo de 2 a 3 por ciento y disminución del monto a gravar a 15 mil pesos, en lugar de los 25 mil actuales.
Con estas lucidas propuestas de ajuste tributario y económico se busca, según palabras de sus promotores, salvar al país de la ruina económica y “combatir la pobreza.” De lo primero tengo mis reservas; de los segundo no me queda la menor duda. ¡Que mejor fórmula para combatir la pobreza que combatiendo a los pobres! Ni Adam Smith imaginó nunca una solución tan eficaz.
Como carajos pretenden que los estratos mas necesitados mejoren sus condiciones de vida con proposiciones económicas de semejante corte, cuando las familias de menor poder adquisitivo emplean el 80 por ciento de sus ingresos precisamente en los bienes que el gobierno hoy proyecta encarecer.
Más bien, lo que tendríamos que combatir los ciudadanos y no ciudadanos (pues no todos alcanzan tal rango) de este país son los mecanismos que hacen posible el acaparamiento ilimitado de la riqueza social, y a las pandillas que protegen tales intereses (léase, todos los partidos políticos sin excepción). Ya basta de despojo, de pillaje, de agiotaje, de abusos, de negligencia, de demagogia.
A las “autoridades” no les exijo nada, pues están ahí precisamente para delinquir y atracar al pueblo. A esos no me dirijo. A quienes sí les solicito categóricamente que despierten y tomen conciencia de su situación concreta y objetiva, es a los hombres y mujeres que conforman esta vapuleada nación, o lo que resta de ella. Rescatar la economía y dar solvencia a las finanzas públicas como indican los profetas del régimen, equivale a pasar la factura de sus mezquinos manejos financieros-monetarios (que no errores, como señala el sofista Cuauhtémoc Cárdenas) a las familias de menor –casi nula- capacidad económica.
No podemos consentir, ya no por razones éticas sino por una cuestión esencial de supervivencia, que un grupo de estadistas charlatanes atenten de tal forma contra la integridad física e intelectual del pueblo mexicano.
“Es un ajuste doloroso y difícil”, apunta el hombre mejor nutrido del país (o sea, Carstens). El problema es que no dice para quien. Seguramente no para el grupúsculo que detenta el poder.
Nunca antes la descomposición institucional había alcanzado niveles tan alarmantes. Ni las medidas circenses de distracción, ni el discurso metafísico de la “transición democrática” evitarán que la gente en México finalmente abra los ojos e impugne férreamente a sus ridículos verdugos.
Un día antes de este patético incidente, un grupo de auténticos plagiadores que se hacen llamar representantes supremos de la Nación presentaron un flamante paquete de rescate económico como respuesta a la crisis que azota al país. Entre las “soluciones inteligentes” que formularon el gran estratega militar con aspiraciones napoleónicas que habita en los pinos y su séquito de tecnócratas emprendedores podemos destacar las siguientes: el cobro a toda la población de un nuevo impuesto del 2 por ciento a todos los bienes y servicios intercambiables, incluyendo alimentos y medicinas; aumento del ISR de 28 a 30 por ciento a personas físicas y empresas que no gocen de regímenes preferenciales (sic); incrementos mensuales a gasolina y gas; aumento a los gravámenes que ya se aplican a cervezas, licores, vinos y cigarrillos; elevación de la tasa del impuesto a los depósitos bancarios en efectivo de 2 a 3 por ciento y disminución del monto a gravar a 15 mil pesos, en lugar de los 25 mil actuales.
Con estas lucidas propuestas de ajuste tributario y económico se busca, según palabras de sus promotores, salvar al país de la ruina económica y “combatir la pobreza.” De lo primero tengo mis reservas; de los segundo no me queda la menor duda. ¡Que mejor fórmula para combatir la pobreza que combatiendo a los pobres! Ni Adam Smith imaginó nunca una solución tan eficaz.
Como carajos pretenden que los estratos mas necesitados mejoren sus condiciones de vida con proposiciones económicas de semejante corte, cuando las familias de menor poder adquisitivo emplean el 80 por ciento de sus ingresos precisamente en los bienes que el gobierno hoy proyecta encarecer.
Más bien, lo que tendríamos que combatir los ciudadanos y no ciudadanos (pues no todos alcanzan tal rango) de este país son los mecanismos que hacen posible el acaparamiento ilimitado de la riqueza social, y a las pandillas que protegen tales intereses (léase, todos los partidos políticos sin excepción). Ya basta de despojo, de pillaje, de agiotaje, de abusos, de negligencia, de demagogia.
A las “autoridades” no les exijo nada, pues están ahí precisamente para delinquir y atracar al pueblo. A esos no me dirijo. A quienes sí les solicito categóricamente que despierten y tomen conciencia de su situación concreta y objetiva, es a los hombres y mujeres que conforman esta vapuleada nación, o lo que resta de ella. Rescatar la economía y dar solvencia a las finanzas públicas como indican los profetas del régimen, equivale a pasar la factura de sus mezquinos manejos financieros-monetarios (que no errores, como señala el sofista Cuauhtémoc Cárdenas) a las familias de menor –casi nula- capacidad económica.
No podemos consentir, ya no por razones éticas sino por una cuestión esencial de supervivencia, que un grupo de estadistas charlatanes atenten de tal forma contra la integridad física e intelectual del pueblo mexicano.
“Es un ajuste doloroso y difícil”, apunta el hombre mejor nutrido del país (o sea, Carstens). El problema es que no dice para quien. Seguramente no para el grupúsculo que detenta el poder.
Nunca antes la descomposición institucional había alcanzado niveles tan alarmantes. Ni las medidas circenses de distracción, ni el discurso metafísico de la “transición democrática” evitarán que la gente en México finalmente abra los ojos e impugne férreamente a sus ridículos verdugos.
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