Durante la pasada semana celebramos un importante aniversario: no se trata de la lucha revolucionaria en nuestro país de hace casi un siglo, ni de la celebración de la Independencia de México hace prácticamente dos.
Se trata del primer año después de la quiebra del cuarto banco en importancia en los Estados Unidos: Lehman Brothers, 158 años después de su fundación por un judío alemán en Alabama.
El 15 de septiembre del año pasado, el gigante de los servicios financieros en Estados Unidos y en el mundo anunció su quiebra, tras la crisis causada por los famosísimos créditos subprime (créditos con alto nivel de riesgo, principalmente hipotecas).
Entre las principales funciones de tan prestigiada institución estaba prestar dinero a países del llamado Tercer Mundo y cobrar altos intereses para poder después refinanciar la deuda y cobrar varias veces el préstamo original. La práctica favorita del capitalismo, y la misma que lo tiene al borde del abismo.
La fecha marca sin lugar a dudas un punto importante en los inicios de este siglo: el momento en que la crisis financiera se puso en boca de todos y debajo de la cama de aquellos cuyas prácticas económicas les habían redituado por tanto tiempo.
Empresas, bancos, naciones. La crisis puso a temblar a medio mundo por sus repercusiones en los bolsillos de quienes han utilizado la especulación y todas las ventajas que ofrece el capitalismo salvaje para enriquecerse.
En México sin lugar a dudas ya estamos acostumbrados a un proceso que hasta la fecha ha sido gradual en su porcentaje de acumulación, pero constante en las últimas décadas.
La riqueza de un país pasa de la nación a unos cuantos individuos que luego se vuelven a repartir a la nación y a sus connacionales. Y en el momento en que todo va mal es tiempo de joder al más jodido de nuevo, para poder así mantener el nivel de ingresos de esos pocos. Cualquier coincidencia con un impuesto o una contribución contra la pobreza es pura coincidencia.
Se trata del primer año después de la quiebra del cuarto banco en importancia en los Estados Unidos: Lehman Brothers, 158 años después de su fundación por un judío alemán en Alabama.
El 15 de septiembre del año pasado, el gigante de los servicios financieros en Estados Unidos y en el mundo anunció su quiebra, tras la crisis causada por los famosísimos créditos subprime (créditos con alto nivel de riesgo, principalmente hipotecas).
Entre las principales funciones de tan prestigiada institución estaba prestar dinero a países del llamado Tercer Mundo y cobrar altos intereses para poder después refinanciar la deuda y cobrar varias veces el préstamo original. La práctica favorita del capitalismo, y la misma que lo tiene al borde del abismo.
La fecha marca sin lugar a dudas un punto importante en los inicios de este siglo: el momento en que la crisis financiera se puso en boca de todos y debajo de la cama de aquellos cuyas prácticas económicas les habían redituado por tanto tiempo.
Empresas, bancos, naciones. La crisis puso a temblar a medio mundo por sus repercusiones en los bolsillos de quienes han utilizado la especulación y todas las ventajas que ofrece el capitalismo salvaje para enriquecerse.
En México sin lugar a dudas ya estamos acostumbrados a un proceso que hasta la fecha ha sido gradual en su porcentaje de acumulación, pero constante en las últimas décadas.
La riqueza de un país pasa de la nación a unos cuantos individuos que luego se vuelven a repartir a la nación y a sus connacionales. Y en el momento en que todo va mal es tiempo de joder al más jodido de nuevo, para poder así mantener el nivel de ingresos de esos pocos. Cualquier coincidencia con un impuesto o una contribución contra la pobreza es pura coincidencia.
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