Todos los reflectores mediáticos apuntan al papel que desempeñaron las redes sociales en Internet durante las revueltas en el África musulmana. En virtud de mi irreductible escepticismo acerca de estas redes de comunicación, estoy obligado a discutir y poner en duda su función real en cualquier contexto, máxime si se trata de un suceso de gran envergadura, como lo es la insurrección popular egipcia.
Se habla de la “Revolución del Facebook”, una suerte de doble panacea: Revolución y Facebook aliados en función de un mismo fin. Insisto: francamente sospechoso.
Hemos escuchado y leído un millar de opiniones referentes a la revuelta egipcia y a la caída del octogenario dictador Hosni Mubarack. Emisores de las más variadas trincheras han extendido unánimemente una felicitación al pueblo egipcio. Todos los canales de la opinión pública, sin distingo del origen de los portavoces, aplauden el derrocamiento de la tiranía en Egipto, así como también el papel de ciertos ejecutivos de Google durante la rebelión. Parece que todo el mundo está satisfecho, incluso eufórico con el desenlace.
¿Cómo es que, antes de la crisis política en vigor, ningún vocero oficial expresó una sola crítica abierta hacia la dictadura egipcia? Debemos recordar que una de las características ingénitas del Estado es el reconocimiento diplomático internacional. De tal suerte que debemos inferir que los diversos Estados a escala mundial reconocían hasta hace escasas semanas la existencia de un régimen de Estado dictatorial en tierras egipcias. ¿Cómo es que estos mismos cómplices del régimen tiránico en Egipto (léase la confederación de Estados) de la noche a la mañana festejan la dimisión de la cabeza de ese poder? En fin, este es tema para otro artículo.
Hay quienes consideran que las murallas geográfico-políticas del Estado se diluirán paulatinamente con el arribo de la más transnacional de las herramientas disponibles: el Internet. Si bien las redes sociales son capaces de vincular en una misma sintonía a millones de usuarios simultáneamente, lo cierto es que –la experiencia no me dejará mentir– la información que circula bajo el amparo de este conducto es profundamente manipulable. Pienso que el Internet puede ser utilizado como una herramienta marginal, más nunca como catalizador de una movilización a gran escala. Todo el contenido que transita por el ciberespacio tiende hacia lo superficial, y en este sentido las redes sociales “superficializan” toda la masa de información que concurre en su seno. Es importante que los informadores reparen en esto. Considerar la revuelta popular egipcia como una “Revolución del Facebook” es una auténtica insensatez. Parece más bien como una tentativa para minimizar-trivializar el alcance de la insubordinación egipcia. En lugar de destacar los factores que condujeron a la revuelta (miseria, humillación crónica, transformaciones en el armazón geopolítico mundial), los medios informativos parecen empeñados en hacer del estallido social en Egipto una simple cuenta de usuario distinguido en facebook.
El peligro latente es que los pueblos del mundo muerdan el anzuelo y piensen que el cambio político y social se puede gestar a través de las redes sociales en Internet. Todo indica que las autoridades morales pretenden promover esta presunción como lección primaria de la insurrección popular en Egipto que derrocó a su verdugo inmediato. Cabe advertir que esta supuesta lección es completamente falaz. Egipto lo confirma: la Historia se escribe en las calles.
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