El día viernes, después de 30 años en el poder, el presidente egipcio Hosni Mubarak se vio obligado a dimitir su cargo, a pesar de todos los esfuerzos encabezados por la “diplomacia” norteamericana de mantenerle en el cargo para buscar así una “transición pacífica”, por demás controlada, que permitiese la continuidad del status quo en Egipto, así como de las políticas sociales y económicas emprendidas por Mubarak, del todo acordes a los intereses estadounidenses e israelitas en la región, en busca del control político y económico de una zona de influencia mayúscula.
No obstante, en poco menos de un mes han caído dos dictadores (apoyados ambos desde siempre por los más poderosos gobiernos e instituciones financieras del mundo), tras la movilización masiva por parte de grandes sectores de la sociedad en busca de un cambio radical dentro de sus países.
El pueblo hizo caer al régimen, era el clamor popular en la plaza Tahrir, corazón de la ciudad de El Cairo y convertida en el principal foco de la rebelión, llegando a reunir más de un millón de manifestantes en días pasados exigiendo la renuncia de Mubarak. Sin embargo, si en verdad se consigue un cambio de régimen está por verse. La construcción de una nueva nación que logre desmarcarse de las presiones norteamericanas e israelíes, sin caer en la opresión de un sistema político tradicionalista dependerá en gran medida del grado de participación que tenga la sociedad en la conformación de la misma.
Habrá que seguir de cerca el devenir de los acontecimientos en los días por venir en ambas naciones africanas, para darnos cuenta si se da en verdad un cambio de régimen, o si se trata solo de un cambio en el empleado en turno en la silla presidencial, que mantenga las estructuras sociales en el mismo lugar en las que se encontraban gracias a la dictadura, y que estaban diseñadas para favorecer a un puñado de individuos que se enriquecían al interior del país, y sometido a un puñado de gobiernos que aumentaban su control de la situación global.
Las revoluciones en Túnez y en Egipto se encuentran sin lugar a dudas inacabadas. La salida de ambos presidentes no significa que las demandas del grueso de la población sean satisfechas, no significa sociedades más libres ni mayores oportunidades económicas. Es necesario que la sociedad tome conciencia de que no es mediante “líderes” como los recién expulsados que las cosas van a cambiar. Que así como hicieron manifiesto su sentir en las calles los días previos a la salida de ambos dictadores, es necesaria ahora su participación en la construcción de un nuevo régimen. No basta con dejar a los partidos políticos, a los grandes sindicatos y a supuestos líderes morales el futuro de sus países, pues con bastante facilidad las cosas pueden volver a como estaban.
Es de radical importancia que la gente de Egipto y Túnez tome conciencia de su situación: han ganado la primera batalla, mas esto no representa sino el primer paso en la reestructuración de sus sociedades.
Los cientos de miles que participaron manifestándose en las calles y exponiendo sus vidas en el derrocamiento de Ben Alí y Mubarak, deben darse cuenta que sólo con su participación igualmente activa en este proceso de reestructuración será posible que sus voces sean escuchadas. Y si no, que volteen a ver al resto de nuestras sociedades, que hemos dejado en manos de la “democracia representativa” y de un puñado de supuestos líderes la toma de decisiones en nuestros países, que no hacen sino favorecer a los mismos de siempre a costa de la mayoría.
El presidente estadounidense y empleado del gran capital, Barak Obama, ha declarado que lo acontecido en Egipto es el principio de un proceso que ha de llevar, sin duda alguna, a la democracia. Nosotros hemos visto a lo que ellos llaman democracia, tenemos un buen rato viviendo en ella. Desde este espacio, deseamos y exhortamos al pueblo egipcio a que no permita que la democracia impuesta desde Washington arruine una revolución que puede significar el comienzo de una nueva y mejor sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario