“Un hombre rico no es el que más tiene sino el que menos necesita para vivir”
Las discusiones en el reciente Foro Social Mundial celebrado en Dakar plantearon el problema de la relación entre los modelos de desarrollo económico con el presente y futuro de la humanidad. Es evidente que el modelo extractivista, que privilegia la explotación sistemática e indiscriminada de los recursos naturales, tiene un costo social que cada vez resulta más difícil pagar al grado que el conocido físico, Stephen Hawkins, sugiere que el agotamiento del planeta es cuestión de tiempo y que el futuro de la humanidad se encuentra en el espacio exterior.
Si bien puede resultar seductora la idea de que los seres humanos ampliemos nuestras fronteras más allá de nuestro planeta no podemos evitar el imaginar las consecuencias de la destrucción de nuestra madre tierra, ya que si hoy buena parte de sus habitantes no pueden costear un viaje en avión ¿quién nos garantiza que viajar al espacio para escapar de la pesadilla de un planeta destruido será accesible a todos?
Lo cuestión de fondo radica en realidad en la posibilidad de cambiar los modelos de desarrollo imperantes para mantener un planeta sano, sacrificando la ilusión del crecimiento económico como meta única de las sociedades. Los gobiernos se desgañitan tratándonos de vender la falsa idea de que si el pastel crece nos tocará un pedazo más grande; la realidad nos ha demostrado que en las últimas tres décadas el pastel ha crecido pero su reparto se ha centralizado aún más, produciendo mayor pobreza y marginación.
Si a lo anterior se agrega que el deterioro del ambiente ha sido tan grande, al grado de que son nuestros hijos los que constantemente nos recuerdan sus consecuencias, no queda más que la obligación de imaginar una forma de garantizar la sobreviviencia de la especie, buscando alternativas a este sistema económico que nos ha colocado en el límite del proyecto humano. El dilema es claro: seguimos en caída libre o empezamos a vivir de otra manera.
Si seguimos pensando que las sociedades ricas son las que más tienen no parece haber mucha esperanza. En ese sentido hay que pensar que la riqueza de las sociedades radica en vivir bien reduciendo nuestras necesidades actuales -muchas de ellas inducidas por las transnacionales, principales agentes de la destrucción del planeta y de los que vivimos en él. Esto implica entonces la definición de soluciones ancladas en una visión diferente de los objetivos de la humanidad y del individuo.
La propuesta del buen vivir, articulada por los movimientos sociales en Bolivia y que recogió la nueva constitución boliviana, pone por encima de la acumulación de riqueza la armonía del ser humano con la naturaleza, o sea con nosotros mismos. Resulta irónico que la cultura de la pobreza, que prefiere vivir bien hoy sacrificando el mañana, sea la divisa con la cual las sociedades ricas guían los destinos de la humanidad hacia el desastre.
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