El día sábado 16 de octubre una explosión en una mina de carbón china ocasiono la muerte de 21 mineros, mientras que 16 se encuentran enterrados, no se sabe si aún vivos. Coincidencia, podrán pensar algunos, después de que la televisión internacional montó una impresionante cobertura de 24 horas alrededor del rescate de los mineros chilenos.
Pero la realidad es que no se trata ni de una coincidencia, ni de un simple “accidente de trabajo”, como muchos acusan, sino de las consecuencias de las inhumanas condiciones en las que a lo largo y ancho del mundo opera una de las industrias más lucrativas y menos reguladas de todo el planeta.
La minería a nivel mundial es un negocio redondo: las ganancias son impresionantes, y los costos de trabajo mínimos. La explotación de los trabajadores es incuantificable, y las garantías de trabajo otorgadas a los mineros son, sí es que existen, risibles.
Durante la pasada semana, personas alrededor del mundo fueron testigos de la proeza llevada a cabo por las autoridades chilenas para lograr el rescate de los 33 mineros enterrados; mientras la heroica labor de los rescatistas y la sonrisa Colgate del presidente chileno Sebastián Piñera llenaban las pantallas, es fácil olvidar preguntarse el por qué se encontraban allí en un primer lugar.
Datos: en lo que va del año han muerto 31 mineros en Chile, y la cuenta sigue en aumento. 373 trabajadores de la industria perdieron la vida en los últimos tres años. Los números en China son aún mayores: 2,631 mineros fallecidos el año pasado, y 515 en lo que va del 2010.
Obviamente, ninguno de ellos recibió la misma atención por parte de las agencias internacionales de noticias, sino todo lo contrario.
Lo peor del asunto, es que los gobiernos e instituciones encargadas de vigilar el cumplimiento mínimo de las normas en cuanto a seguridad se refiere, se prestan al juego de todas las empresas privadas que buscan reducir al mínimo sus costos de operación.
La mina que colapsó en Chile fue cerrada en 2007 tras la muerte de un trabajador, y reabierta sin ninguna investigación en 2008. Después, el 3 de julio de este año un minero perdió una pierna, provocando de nueva cuenta el cierre de la mina, sólo para que menos de un mes después, el 28 de julio, reanudara operaciones. Ni una semana después, el 5 de agosto, la mina colapsó enterrando a los ahora famosos 33 mineros.
El caso de la mina china es similar: hace dos años 23 personas murieron tras una explosión, y las operaciones continuaron como si nada hubiera ocurrido.
"Ajustaremos los controles para que esto no vuelva a suceder", declaraba Piñera tras el rescate de los mineros chilenos. El mismo discurso de siempre, y una vez que las cámaras se vayan, las condiciones de trabajo de los mineros en Chile y en todo el mundo seguirán siendo las mismas.
Mientras que el interés económico y mantener el nivel de ganancias sigan teniendo más importancia que la vida misma de los trabajadores, y sobre todo, mientras los gobiernos sigan solapando el desdén de las empresas privadas por ofrecer las condiciones mínimas de seguridad a sus empleados, “accidentes” como los de Chile y China seguirán siendo el pan de cada día, aunque las televisoras no nos lo cuenten.
Pero la realidad es que no se trata ni de una coincidencia, ni de un simple “accidente de trabajo”, como muchos acusan, sino de las consecuencias de las inhumanas condiciones en las que a lo largo y ancho del mundo opera una de las industrias más lucrativas y menos reguladas de todo el planeta.
La minería a nivel mundial es un negocio redondo: las ganancias son impresionantes, y los costos de trabajo mínimos. La explotación de los trabajadores es incuantificable, y las garantías de trabajo otorgadas a los mineros son, sí es que existen, risibles.
Durante la pasada semana, personas alrededor del mundo fueron testigos de la proeza llevada a cabo por las autoridades chilenas para lograr el rescate de los 33 mineros enterrados; mientras la heroica labor de los rescatistas y la sonrisa Colgate del presidente chileno Sebastián Piñera llenaban las pantallas, es fácil olvidar preguntarse el por qué se encontraban allí en un primer lugar.
Datos: en lo que va del año han muerto 31 mineros en Chile, y la cuenta sigue en aumento. 373 trabajadores de la industria perdieron la vida en los últimos tres años. Los números en China son aún mayores: 2,631 mineros fallecidos el año pasado, y 515 en lo que va del 2010.
Obviamente, ninguno de ellos recibió la misma atención por parte de las agencias internacionales de noticias, sino todo lo contrario.
Lo peor del asunto, es que los gobiernos e instituciones encargadas de vigilar el cumplimiento mínimo de las normas en cuanto a seguridad se refiere, se prestan al juego de todas las empresas privadas que buscan reducir al mínimo sus costos de operación.
La mina que colapsó en Chile fue cerrada en 2007 tras la muerte de un trabajador, y reabierta sin ninguna investigación en 2008. Después, el 3 de julio de este año un minero perdió una pierna, provocando de nueva cuenta el cierre de la mina, sólo para que menos de un mes después, el 28 de julio, reanudara operaciones. Ni una semana después, el 5 de agosto, la mina colapsó enterrando a los ahora famosos 33 mineros.
El caso de la mina china es similar: hace dos años 23 personas murieron tras una explosión, y las operaciones continuaron como si nada hubiera ocurrido.
"Ajustaremos los controles para que esto no vuelva a suceder", declaraba Piñera tras el rescate de los mineros chilenos. El mismo discurso de siempre, y una vez que las cámaras se vayan, las condiciones de trabajo de los mineros en Chile y en todo el mundo seguirán siendo las mismas.
Mientras que el interés económico y mantener el nivel de ganancias sigan teniendo más importancia que la vida misma de los trabajadores, y sobre todo, mientras los gobiernos sigan solapando el desdén de las empresas privadas por ofrecer las condiciones mínimas de seguridad a sus empleados, “accidentes” como los de Chile y China seguirán siendo el pan de cada día, aunque las televisoras no nos lo cuenten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario