La coyuntura económica mundial ha
venido provocando una serie de conflictos al interior de los grupos
dominantes alrededor del mundo, la cual se manifiesta en patadas y
empujones no precisamente por debajo de la mesa. Por el contrario,
frente al deterioro de los márgenes de maniobra de los gerentes de
la política para administrar la crisis financiera, las diferencias
se dan a plena luz, sin tapujos y rompiendo las reglas escritas y no
escritas de la política. Es el caso de la campaña de Donald Trump
en los EE. UU. o la crisis de legitimidad de Dilma Rousseuf y el PT en
Brasil.
En el caso mexicano, la debilidad
manifiesta de Peña para controlar a las huestes de su partido ha
impedido que, como en los viejos tiempos, el destape se realice lo
más cerca de la fecha del fin de su sexenio. Para poner un poco de
orden en el proceso, ha tenido que abrirle la puerta a don Beltrone
-que no forma parte del grupo cercano del presidente- e incluso se
especula que contará también con el apoyo de candidaturas
independientes para dividir a la oposición. Lo que queda claro es
por sí solo no podrá imponer un candidato a la presidencia en el
2018.
De manera similar, en Veracruz los
conflictos entre el grupo político en el poder también se están
dando a la vista de todos por las mismas razones: deterioro de la
legitimidad y crisis financiera, no necesariamente en ése orden. No
por ello se puede inferir una fractura que acabe con el PRI en el
estado pero resulta muy ilustrativo del caos que priva en la
estructura gubernamental y las diferencias con respecto a como
afrontar el problema, aunque sea solo en el plano mediático. En todo
caso, en la medida en que el conflicto se profundize resulta difícil
calcular las consecuencias en el mediano plazo.
Dos acontecimientos describen lo
anterior: el reclamo de la burocracia universitaria por el adeudo
millonario por parte del gobierno del estado y el intercambio de
sarcasmos y señalamientos directos entre Javier Duarte y los
senadores Héctor y José Yunes, distinguidos representantes de la
oligarquía estatal. El contexto esta determinado por la próxima
elección para gobernador del estado, pues a pesar de que el ganador
gobernaría por dos años también se convertirá en factor central
para seleccionar y apoyar con todo el poder del estado a su sucesor.
Por lo tanto, lo que está en juego son los siguientes ocho años de
gobierno... y del uso discrecional del presupuesto.
El caso del reclamo de la rectora Sara
Ladrón de Guevara por la omisión del ejecutivo estatal para otorgar
el subsidio a la Universidad Veracruzana no es un hecho menor. La
burocracia universitaria forma parte integrante del grupo en el poder
y si bien el adeudo se ha venido acumulando por años, la debilidad
del gobernador ha producido condiciones favorables para que en él
contexto señalado, la rectora se anime a confrontar públicamente al
gobierno estatal. Sobra decir que lo que está en juego no es la
viabilidad de la universidad sino del grupo que la encabeza; los
conflictos con trabajadores y académicos por falta de pago ponen
claramente en riesgo su liderazgo y lo poco que queda de la autonomía
universitaria, que en realidad es la autonomía del grupo que la
controla frente al ejecutivo estatal.
Por su parte, la fisura pública entre
los principales aspirantes a la candidatura priísta para el próximo
año y el gobernador es producto de la debilidad estatal aunque
habría que reconocer que el estilo de gobierno ha contribuido
bastante Los desplantes de Javier Duarte y su autoritarismo primitivo
han provocado enojo y desconcierto entre los príistas. El regalo
envenenado a Héctor Yunes dejó al descubierto las diferencias, que
no son nuevas, pero sobre todo la desesperación del gobernador por
su debilidad para controlar su sucesión. Si a esto se agrega el
descontento de grupos empresariales por falta de pago y aumento de
impuestos, se puede comprender mejor la crispación que priva en las
esferas del poder político en Veracruz.
Para el ciudadano común y corriente
las demostraciones de impotencia del gobernador no auguran nada
bueno, pues es bien sabido que los disputas entre las oligarquías
las paga el pueblo. Pero esas disputas pueden abrir el camino a la
alternancia y generar cierta esperanza, antídoto efectivo contra la
desesperación. Perder Veracruz no sería nada agradable para el PRI
aunque tampoco para echar las campanas al vuelo. Baste el caso de
Oaxaca para ejemplificar lo anterior. La alternancia no implica un
cambio de rumbo sino de estilos, de rostros, de siglas y colores; se
abrirán espacios antes cerrados a grupos ajenos a la nomenclatura
priísta pero no mucho más. La derrota del PRI en Veracruz podría
tener un valor simbólico pero las políticas neoliberales seguirán
su rumbo y la militarización con su concomitante pérdida de
libertades civiles no depende de las instancias del gobierno estatal.
Después de todo el cambio real no depende exclusivamente del
resultado en las urnas; deberá estar sustentado en una organización
efectiva de las mayorías para establecer controles reales sobre los
gobiernos. Y la ausencia de las mayorías organizadas de manera
autónoma frente al estado en Veracruz y sus instituciones es otra
crisis política. Pero ésa la analizaré en la próxima entrega.
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