Los pasados
treinta años y las transformaciones que se ha desarrollado en dicho periodo en
América Latina comprenden claramente las consecuencias del fin del ciclo
histórico dominado por el Estado
benefactor en las sociedades de la región. A partir de los años treinta del
siglo pasado, las naciones latinoamericanas iniciaron un proceso de
modernización que transformó a los viejos estados liberales, obligándolos a
incorporar sectores sociales tradicionalmente ajenos a las discusiones
políticas para impulsar el desarrollo capitalista sobre las bases de la
industrialización y la modernización de la producción de materias primas.
Las ideas
sufrieron así una serie de cambios que abrieron el paso a ideologías,
señaladamente el nacionalismo y el populismo, indispensables para definir el
curso de la acción política y económica necesario para la modernización de los
aparatos estatales que coordinaran los esfuerzos por potenciar el desarrollo
económico de los países latinoamericanos, incorporándolos así a los nuevos
patrones de acumulación estimulados desde los países centrales del
sistema-mundo.
No fue sino hasta
con el agotamiento del patrón de acumulación fordista que el espectro
ideológico se modificó sustancialmente, colocando a la democracia liberal en el
centro del nuevo modelo político, para armonizarlo con un nuevo modelo de
desarrollo que exigía una menor regulación estatal de la economía, mayor apertura
al mercado mundial y el rompimiento de los acuerdos corporativos con los
actores económicos como los sindicatos nacionales. El nacionalismo pasó a un segundo término y
surgió un populismo renovado, que servía igual a gobierno de izquierda como de
derecha, así como una postura relativamente radical para sustituir el viejo
discurso de la izquierda socialista: el progresismo. Todo ello en medio del
resurgimiento del liberalismo clásico del siglo XIX, ahora con el nombre de
neoliberalismo. La articulación del neopopulismo, el progresismo y el
neoliberalismo con los proyectos e intereses de los diferentes actores
sociales, políticos y económicos de los países de América Latina representa sin
duda un fenómeno que ha sido objeto del análisis político para explicar el surgimiento de nuevas
mayorías para formar gobiernos pero también para comprender la crisis de
representación que se expresa en el enorme desprestigio e ineficacia de los
partidos políticos para enfrentar los conflictos que afectan a millones de personas
en la región.
Para comprender
las causas y las consecuencias de la conformación de las luchas electorales en América
Latina y su relación con nuevos discursos ideológicos será necesario entonces
definir el concepto de ideología, el significado del populismo, el progresismo
y el neoliberalismo a la luz del fortalecimiento de un nuevo modelo de
desarrollo, conocido genéricamente como modelo neoliberal. Sólo entonces será
posible aprehender con más detalles los conflictos políticos que se desarrollan
en la región y los escenarios que se prefiguran en esta coyuntura en México.
El concepto de
ideología, surgido de las cenizas de la revolución francesa, ha adoptado una
gran variedad de significados asociados a conceptos como producción de
significados, vida cotidiana, clase social, falsedad, dominación, intereses
sociales, sentido, discurso, entre los principales. Se mueve en un rango que va de lo racional a
lo irracional, del engaño a la representación de intereses, del discurso a la
acción. En todo caso, la ideología es un concepto histórico que aparece con las
luchas modernizadoras de la Ilustración que estrechamente vinculadas con la aparición de ideas políticas legitimadoras
de tales transformaciones.
Al final un
elemento central del concepto tiene que ver con la idea de legitimidad y de
transformación. Se justifica su uso en medio de la aparición de una visión de
mundo, la modernidad, que coloca en el centro la naturalización de la idea de
cambio como parte integral del desarrollo de las sociedades humanas. De acuerdo
con la escuela del sistema-mundo, la revolución francesa fue la coyuntura en la
cual aparecen el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo que se
distinguen en relación con el ritmo de los cambios: desde la limitación máxima,
pasando por las reformas graduales hasta el cambio inmediato. Su influencia se
extiende a lo largo de dos siglos, hasta la caída del Muro de Berlín en 1989,
después de los cuales pierden gradualmente su poder legitimador, lo que abre la
puerta a transformaciones que para algunos significó el fin de las ideologías
mientras que para otros sólo fue el inicio de un proceso de resignificación
frente a la cancelación de la modernidad tal como se la concibió desde el siglo
de las luces.
Simplificando, la
ideología se refiere a la construcción de un proyecto, de una ruta de acción
para llegar a un futuro que no necesariamente pertenece exclusivamente a una
clase social determinada pero que se encuentra limitada por las condiciones
histórico-sociales en la que se desenvuelve. Es por tanto, al mismo tiempo
acción y aspiración, que lejos de ocultar exhibe, en un contexto contingente,
la confrontación permanente de intereses diversos que prefigura la aparición de
nuevas ideologías, ajenas al ciclo liberal capitalista iniciado con la
revolución francesa.
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